Conflicto entre tierra y cielo, muerte y vida
A creyentes y no creyentes afecta el conflicto entre tierra y celo, entre la muerte y la vida en el más allá; entre su vida temporal y la celeste. Hoy reflexionamos sobre este conflicto a la luz del Misterio Pascual. Porque hoy, Viernes Santo, celebramos la pasión y muerte de Jesucristo. Y el domingo, su resurrección gloriosa en la vida eterna. Por lo esperanza, el cristiano que vive en la tierra, camina hacia el cielo, la vida eterna. La virtud teologal de la esperanza es el puente que une la tierra con el cielo, la muerte con la vida en el más allá.
El conflicto temporal-escatológicoEl cielo o vida eterna pertenece al Credo cristiano. Es la meta del más allá, que hoy, por cierto, está desvalorizada, ignorada y hasta rechazada. Pero quien reflexione sobre el mensaje cristiano, valorará las razones para creer en el cielo pues se trata de uno de los misterios del Credo: “creo en la vida eterna”. ¿Encontraremos la felicidad en el cielo, plenitud de valores? ¿En qué consistirá la felicidad? ¿Qué haremos en el cielo? La fe cristiana da sus respuestas. ¿Por qué el cielo debe comenzar en la tierra? Porque el bautizado vive en la tierra lo que tendrá plenamente en el cielo. Por último, en la Iglesia disponemos de guías y testigos sobre el más acá y el más allá de la muerte.
Actitudes ante el cielo o más alláPor coherencia, “el más allá” no interesa a cuantos carecen de la fe cristiana como sucedió a San Pablo con los atenienses (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y la confianza en Dios. ¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al infierno; la injusticia y el dolor; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades y la experiencia de quienes exclaman: ¡nadie regresó después de muerto!
Razones para creer en el cieloQuien reflexione sobre el mensaje cristiano, valorará las razones para creer en el cielo. Se trata de uno de los misterios del Credo: “creo en la vida eterna”. Fue Cristo resucitado quien abrió las puertas de la vida para después de la muerte. La esperanza en el cielo es una clave imprescindible para comprender las Bienaventuranzas. La fe no duda en afirmar: el que es como otro Cristo en la tierra, gozará de su compañía en el cielo; el bautizado se compromete a seguir al Maestro en la santidad de vida, en la propagación de la fe y muere con el Redentor al pecado pero resucitará con Cristo a la vida eterna prometida. El hombre se pregunta ante el túnel de la muerte ¿y qué hay después? La fe cristiana responde: ¡habrá una vida nueva que culminará con la resurrección!
Felicidad en el más allá de la muerte
¿Encontraremos la felicidad en el cielo, plenitud de valores? Responde la Iglesia: “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (CEC 1024). ¿En qué consistirá la felicidad? ¿Qué haremos en el cielo? Una misma respuesta para las dos preguntas: la felicidad y la actividad consistirán en ver y en amar a Dios con un trato directo, íntimo y de profundo amor; en compartir la vida eterna con Cristo en amor, gratitud y comunicación. También en cultivar las nuevas relaciones con María, los ángeles y santos, y en preocuparse por los de la tierra.
Y no olvidemos que el cielo comienza en la tierra. ¿Por qué el cielo debe comenzar en la tierra? Porque el bautizado vive en la tierra lo que tendrá plenamente en el cielo. Así, por ejemplo, a la comunión con Dios en la tierra, seguirá la visión de Dios cara a cara; a mayor amor sembrado, mayor será la cosecha del bienaventurado; a la fidelidad con riesgo de ofensa, la caridad absoluta; a la oración temporal, la comunicación para siempre; al seguimiento de Jesús, el premio que él prometió; al amor fraterno, el “venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34-35); a la colaboración en el Reino, gozo con el Señor en la fase escatológica; a la comunión eclesial, la integración en la iglesia celeste. Ahora bien, para llegar al cielo, la “otra orilla”, necesitamos el puente de la esperanza que convierte al cristiano en el peregrino que confía en la promesa de Cristo para salvarse y poder gozar en el encuentro definitivo con Dios.
Guías y testigos para la vida temporal y la escatológica. En la vida, los guías orientan y los testigos, motivan. De la misma manera actúan los guías y los testigos para vivir la vocación cristiana. Apoyados en Cristo, (testigo, maestro y único camino para la vida eterna), innumerables cristianos enseñaron no solamente cómo ir al cielo sino como vivir el cielo en la tierra. Fueron y son los maestros espirituales, auténticos guías que con su doctrina y testimonio señalaron los objetivos y las exigencias de la esperanza cristiana que culmina con la unión con Dios más allá de la muerte. Como maestro insuperable, San Juan de la Cruz. Por su testimonio excepcional, Santa Teresa de Jesús. El Pontífice apóstol y testigo de la unión con Dios, san Juan Pablo II. Y Benedicto XVI como maestro y guía insuperable para la esperanza cristiana.
El conflicto temporal-escatológicoEl cielo o vida eterna pertenece al Credo cristiano. Es la meta del más allá, que hoy, por cierto, está desvalorizada, ignorada y hasta rechazada. Pero quien reflexione sobre el mensaje cristiano, valorará las razones para creer en el cielo pues se trata de uno de los misterios del Credo: “creo en la vida eterna”. ¿Encontraremos la felicidad en el cielo, plenitud de valores? ¿En qué consistirá la felicidad? ¿Qué haremos en el cielo? La fe cristiana da sus respuestas. ¿Por qué el cielo debe comenzar en la tierra? Porque el bautizado vive en la tierra lo que tendrá plenamente en el cielo. Por último, en la Iglesia disponemos de guías y testigos sobre el más acá y el más allá de la muerte.
Actitudes ante el cielo o más alláPor coherencia, “el más allá” no interesa a cuantos carecen de la fe cristiana como sucedió a San Pablo con los atenienses (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y la confianza en Dios. ¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al infierno; la injusticia y el dolor; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades y la experiencia de quienes exclaman: ¡nadie regresó después de muerto!
Razones para creer en el cieloQuien reflexione sobre el mensaje cristiano, valorará las razones para creer en el cielo. Se trata de uno de los misterios del Credo: “creo en la vida eterna”. Fue Cristo resucitado quien abrió las puertas de la vida para después de la muerte. La esperanza en el cielo es una clave imprescindible para comprender las Bienaventuranzas. La fe no duda en afirmar: el que es como otro Cristo en la tierra, gozará de su compañía en el cielo; el bautizado se compromete a seguir al Maestro en la santidad de vida, en la propagación de la fe y muere con el Redentor al pecado pero resucitará con Cristo a la vida eterna prometida. El hombre se pregunta ante el túnel de la muerte ¿y qué hay después? La fe cristiana responde: ¡habrá una vida nueva que culminará con la resurrección!
Felicidad en el más allá de la muerte
¿Encontraremos la felicidad en el cielo, plenitud de valores? Responde la Iglesia: “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (CEC 1024). ¿En qué consistirá la felicidad? ¿Qué haremos en el cielo? Una misma respuesta para las dos preguntas: la felicidad y la actividad consistirán en ver y en amar a Dios con un trato directo, íntimo y de profundo amor; en compartir la vida eterna con Cristo en amor, gratitud y comunicación. También en cultivar las nuevas relaciones con María, los ángeles y santos, y en preocuparse por los de la tierra.
Y no olvidemos que el cielo comienza en la tierra. ¿Por qué el cielo debe comenzar en la tierra? Porque el bautizado vive en la tierra lo que tendrá plenamente en el cielo. Así, por ejemplo, a la comunión con Dios en la tierra, seguirá la visión de Dios cara a cara; a mayor amor sembrado, mayor será la cosecha del bienaventurado; a la fidelidad con riesgo de ofensa, la caridad absoluta; a la oración temporal, la comunicación para siempre; al seguimiento de Jesús, el premio que él prometió; al amor fraterno, el “venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34-35); a la colaboración en el Reino, gozo con el Señor en la fase escatológica; a la comunión eclesial, la integración en la iglesia celeste. Ahora bien, para llegar al cielo, la “otra orilla”, necesitamos el puente de la esperanza que convierte al cristiano en el peregrino que confía en la promesa de Cristo para salvarse y poder gozar en el encuentro definitivo con Dios.
Guías y testigos para la vida temporal y la escatológica. En la vida, los guías orientan y los testigos, motivan. De la misma manera actúan los guías y los testigos para vivir la vocación cristiana. Apoyados en Cristo, (testigo, maestro y único camino para la vida eterna), innumerables cristianos enseñaron no solamente cómo ir al cielo sino como vivir el cielo en la tierra. Fueron y son los maestros espirituales, auténticos guías que con su doctrina y testimonio señalaron los objetivos y las exigencias de la esperanza cristiana que culmina con la unión con Dios más allá de la muerte. Como maestro insuperable, San Juan de la Cruz. Por su testimonio excepcional, Santa Teresa de Jesús. El Pontífice apóstol y testigo de la unión con Dios, san Juan Pablo II. Y Benedicto XVI como maestro y guía insuperable para la esperanza cristiana.