¿Dios o dioses en nuestra religiosidad?
Quien está comprometido fuertemente con una persona, institución o ideología, no puede optar por otra alternativa que sea incompatible. Ni mucho menos mantener un trato con una de las partes cuando ofende la otra. Así tenemos que el político que vota en contra de las propuestas de su partido será expulsado, quien profesa el capitalismo no puede propagar criterios básicos del marxismo y la persona casada ofende a su pareja con la amistad íntima con otra persona. Con Dios sucede algo parecido: el trato digno excluye el culto a otros dioses o ídolos. Así se explica que Jesús al ser tentado en el desierto, rechazarazó con radicalidad las tres propuestas. Aplicó su criterio: lo que después predicara: no se puede servir a Dios y al dinero.(«adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8).
Toda actitud humana de coherencia exige un compromiso, una respuesta digna, fiel, con exclusión de alternativas. Con más razón, el trato sincero, justo y respetuoso con Dios tiene que ser además apropiado y exclusivo, es decir, digno, conforme a su honor, a lo que significa su persona con sus derechos. Todo lo contrario del trato indigno que no respeta ni el honor de Dios, ni sus derechos
La fe coherente como expresión de un gran respeto a Dios El trato sincero, justo, respetuoso y digno se fusiona en la fe coherente que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, amor, homenaje, respeto, obediencia y de entrega fiel y exclusiva a Dios por lo que es y merece.
Para comprender la dimensión de fe coherente, mucho iluminará la experiencia humana de los datos de la vida matrimonial. Quien se casa, opta abiertamente por una persona, contrae un compromiso para su afectividad y conducta. El carácter exclusivo del vínculo conyugal exige fidelidad. Y así el casado falta gravemente a su compromiso matrimonial cuando tiene relaciones sexuales con otra persona. Algo parecido se puede afirmar de quien milita en un partido político: la fidelidad a la disciplina de partido pide exclusividad
Aspectos de la fe coherente, fuente del amor radical Desde la perspectiva de las religiones, y mucho más desde la fe coherente, el cristiano manifiesta su alabanza, amor y sumisión a Dios. Pero lo más importante es la actitud interna hacia la dignidad del Tú superior con exclusividad tal y como aparece en el Decálogo. Pero el primer mandamiento de la Ley de Dios admite varias formulaciones en el Antiguo Testamento:
1ª la exclusividad:
«no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1). El culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24);. En efecto, el fiel, que contempla a Dios como máximo valor, como Señor y Creador, queda abrumado por su santidad y grandeza. ¿Cuál es su reacción? De veneración, gratitud y adoración: «al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto» (Mt 4,10; cf Dt 4,19; Sal 5,8).
2ª el amor.
El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé como el vasallo a su rey, «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría (Dt 6,5; 6,13-15; 5, 4-5 Éx 20,4-6). Jesús ratifica los aspectos fundamentales del primer mandamiento que resume en el amor a Dios recordando a Dt 6,4,4-5: «amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón... es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,38; Mt 6,24; Lc 11, 42).
Tanto desde la exclusividad como desde el amor, la fe coherente pide tratar dignamente a Dios sin “dioses” o ídolos que pueden hacerle “la competencia”.
Gran complemento de cómo tratar a Dios lo ofrece el Magnificat, himno que recoge las actitudes más importantes del cristiano que con su fe coherente adora y engrandece a Dios, se alegrar por el Salvador, reconoce la humildad de su ser como criatura, agradece las maravillas recibidas del Poderoso, confía en su misericordia sin límites, se siente humilde y no soberbio, tiene hambre de Dios y no de las riquezas humanas (Lc 1,46-55).
En la idolatría, la criatura ocupa el puesto de Dios
Lo fundamental del ídolo es que cambia la relación hombre-Dios. Ahora, lo Absoluto se da en el hombre individual o colectivamente considerado, en el trabajo o en la familia, en el poder o el dinero, el placer del sexo o de la droga. El idólatra diviniza lo que no es Dios. Actitud o respuesta de quien absolutiza una criatura que ocupa el puesto de Dios. Pero está claro el criterio de Jesús: «no podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
En la idolatría, lógicamente, se rechaza la fe coherente, el compromiso por un trato digno, fiel y exclusivo con Dios, se niega el respeto y el culto sólo a Dios debidos por la entrega a una persona, cosa o institución que se erige como último y supremo fin (cf. Gál 5,20; Ef 5,5).
¿Sufre el sentido religioso? Efectivamente, pues el idólatra pone como Tú Absoluto a cualquier objeto humano en lugar de Dios. Ahora, el ídolo suple a Dios; la imagen (es decir, el ídolo), recibe el homenaje como si fuera Dios. Entre las manifestaciones está el amor desordenado a ciertos bienes temporales, en la soberbia humana y en el antropocentrismo de nacionalismos y de ideologías. También se da la perversión de la misma religión cuando se la pone al servicio de ideologías políticas o culturales, (caso de algunos grupos fundamentalistas islámicos).
Idolatrías clásicas y modernas La idolatría clásica se refiere a la adoración a varios dioses superiores al hombre. Los ídolos pueden ser los seres suprahumanos o cosas inanimadas, muertas, como un poco de oro y plata. Así sucedió con los ídolos que enumera la Biblia: el becerro de oro (Éx 32), la estatua de Nabucodonosor (Dan 3). La idolatría está presente en el relato del martirio de los siete hermanos Macabeos (2 Mac 7), en la tentación que padeció Jesús (Lc 4,7), etc. Pero los ídolos modernos son mucho más complejos y menos visibles que el becerro de oro fundido por los judíos en el desierto. Entre las idolatrías modernas habrá que enumerar una vez más los ídolos del poder y del poseer, el dinero y la técnica, el placer como bienestar o el disfrute del sexo-pornografía, el fundamentalismo religioso, la ideología social, el nacionalismo político... etc.
El antropocentrismo
Es otra de las idolatrías que no falta en el mundo postmoderno. Incluye la exaltación de la persona, una adhesión tal a los valores humanos que dificulta o anula la relación con Dios como Absoluto supremo. Aquí el hombre se hace a la medida suprema para todas las cosas. Una manifestación la tenemos en el culto al cuerpo que hoy muchos le otorgan.
La soberbia como ídolo y entendida como la sobrevaloración personal y social: el hombre es el único dios para el hombre. Es la idolatría de la superioridad que se manifiesta de modo individual y de manera comunitaria en la clase privilegiada o en la raza con la descalificación de los que no pertenecen al mismo grupo o ideología. El placer como ídolo es de siempre, pero hoy día se acentúa con el consumismo a nivel general y con el sexo y la droga a nivel más particular. Hoy día, los ricos y no ricos necesitan consumir y una vida llena de confort como un valor absoluto al que sacrifican toda relación con la trascendencia. Quien de hecho presta una adhesión total a valores humanos está impedido de ver al auténtico Dios. Se hace realidad el dicho del filósofo alemán: cuando no podemos vivir como pensamos, terminamos pensando como vivimos.
La soberbia: idolatría del “ego .
La soberbia, que es la idolatría del ego, es el obstáculo más fuerte para tratar dignamente a Dios. ¿Razones? El soberbio exagera la estima legítima del propio valer, poseer y poseer ante los hombres y...también ante Dios. Está dominado por el impulso de la propia excelencia, por el juicio desorbitado sobre su dignidad que en ocasiones la realza sobre el Tú absoluto. Tiende a compararse con los demás haciendo notar su superioridad como el fariseo a quien Jesús condena (Lc 18, 10-14; Mt 2, 12). Un rasgo propio de quien idolatra su “ego” es el desprecio de los demás; la rebeldía contraria a todo lo que se oponga a su pensar y sentir. En definitiva; el idólatra de su “yo” no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir tributo.
La idolatría en dos sistemas económicos
En la misma línea que el Dios Absoluto se sitúan los sistemas económicos, políticos y sociales. Son clásicas las relaciones de los nacistas, comunistas o capitalistas, (hoy día, la globalización), con su ideología y dirigentes. En las últimas décadas adquirió especial importancia la exaltación de la ciencia y de la técnica que provoca en sus seguidores la convicción de que lo científica o técnicamente es posible, es éticamente aceptable, esté o no prohibido por la ley de Dios.
Por un lado está el liberalismo capitalista que fundamenta su sistema en una visión materialista del hombre y polariza su atención en la perspectiva individualista. Todo parece estructurado en forma piramidal, cuya cúspide es el imperialismo internacional del dinero. Además hay que denunciar su idolatría por la riqueza, pues el lucro se constituye en el motor de la vida económica
Y en el otro extremo, se mueve el colectivismo marxista, fundamentado en el humanismo ateo. Aunque actualmente está recluido en pocos países y con “parches” del capitalismo, es conveniente recordar su visión casi mesiánica. La persona desaparece ante el poder de los responsables del cambio de las estructuras. El marxismo desconoce la libertad y presenta una «fraternidad religiosa» sin Dios. También conduce como el capitalismo, a una idolatría de la riqueza, pero en su forma colectiva.
Toda actitud humana de coherencia exige un compromiso, una respuesta digna, fiel, con exclusión de alternativas. Con más razón, el trato sincero, justo y respetuoso con Dios tiene que ser además apropiado y exclusivo, es decir, digno, conforme a su honor, a lo que significa su persona con sus derechos. Todo lo contrario del trato indigno que no respeta ni el honor de Dios, ni sus derechos
La fe coherente como expresión de un gran respeto a Dios El trato sincero, justo, respetuoso y digno se fusiona en la fe coherente que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, amor, homenaje, respeto, obediencia y de entrega fiel y exclusiva a Dios por lo que es y merece.
Para comprender la dimensión de fe coherente, mucho iluminará la experiencia humana de los datos de la vida matrimonial. Quien se casa, opta abiertamente por una persona, contrae un compromiso para su afectividad y conducta. El carácter exclusivo del vínculo conyugal exige fidelidad. Y así el casado falta gravemente a su compromiso matrimonial cuando tiene relaciones sexuales con otra persona. Algo parecido se puede afirmar de quien milita en un partido político: la fidelidad a la disciplina de partido pide exclusividad
Aspectos de la fe coherente, fuente del amor radical Desde la perspectiva de las religiones, y mucho más desde la fe coherente, el cristiano manifiesta su alabanza, amor y sumisión a Dios. Pero lo más importante es la actitud interna hacia la dignidad del Tú superior con exclusividad tal y como aparece en el Decálogo. Pero el primer mandamiento de la Ley de Dios admite varias formulaciones en el Antiguo Testamento:
1ª la exclusividad:
«no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1). El culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24);. En efecto, el fiel, que contempla a Dios como máximo valor, como Señor y Creador, queda abrumado por su santidad y grandeza. ¿Cuál es su reacción? De veneración, gratitud y adoración: «al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto» (Mt 4,10; cf Dt 4,19; Sal 5,8).
2ª el amor.
El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé como el vasallo a su rey, «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría (Dt 6,5; 6,13-15; 5, 4-5 Éx 20,4-6). Jesús ratifica los aspectos fundamentales del primer mandamiento que resume en el amor a Dios recordando a Dt 6,4,4-5: «amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón... es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,38; Mt 6,24; Lc 11, 42).
Tanto desde la exclusividad como desde el amor, la fe coherente pide tratar dignamente a Dios sin “dioses” o ídolos que pueden hacerle “la competencia”.
Gran complemento de cómo tratar a Dios lo ofrece el Magnificat, himno que recoge las actitudes más importantes del cristiano que con su fe coherente adora y engrandece a Dios, se alegrar por el Salvador, reconoce la humildad de su ser como criatura, agradece las maravillas recibidas del Poderoso, confía en su misericordia sin límites, se siente humilde y no soberbio, tiene hambre de Dios y no de las riquezas humanas (Lc 1,46-55).
En la idolatría, la criatura ocupa el puesto de Dios
Lo fundamental del ídolo es que cambia la relación hombre-Dios. Ahora, lo Absoluto se da en el hombre individual o colectivamente considerado, en el trabajo o en la familia, en el poder o el dinero, el placer del sexo o de la droga. El idólatra diviniza lo que no es Dios. Actitud o respuesta de quien absolutiza una criatura que ocupa el puesto de Dios. Pero está claro el criterio de Jesús: «no podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
En la idolatría, lógicamente, se rechaza la fe coherente, el compromiso por un trato digno, fiel y exclusivo con Dios, se niega el respeto y el culto sólo a Dios debidos por la entrega a una persona, cosa o institución que se erige como último y supremo fin (cf. Gál 5,20; Ef 5,5).
¿Sufre el sentido religioso? Efectivamente, pues el idólatra pone como Tú Absoluto a cualquier objeto humano en lugar de Dios. Ahora, el ídolo suple a Dios; la imagen (es decir, el ídolo), recibe el homenaje como si fuera Dios. Entre las manifestaciones está el amor desordenado a ciertos bienes temporales, en la soberbia humana y en el antropocentrismo de nacionalismos y de ideologías. También se da la perversión de la misma religión cuando se la pone al servicio de ideologías políticas o culturales, (caso de algunos grupos fundamentalistas islámicos).
Idolatrías clásicas y modernas La idolatría clásica se refiere a la adoración a varios dioses superiores al hombre. Los ídolos pueden ser los seres suprahumanos o cosas inanimadas, muertas, como un poco de oro y plata. Así sucedió con los ídolos que enumera la Biblia: el becerro de oro (Éx 32), la estatua de Nabucodonosor (Dan 3). La idolatría está presente en el relato del martirio de los siete hermanos Macabeos (2 Mac 7), en la tentación que padeció Jesús (Lc 4,7), etc. Pero los ídolos modernos son mucho más complejos y menos visibles que el becerro de oro fundido por los judíos en el desierto. Entre las idolatrías modernas habrá que enumerar una vez más los ídolos del poder y del poseer, el dinero y la técnica, el placer como bienestar o el disfrute del sexo-pornografía, el fundamentalismo religioso, la ideología social, el nacionalismo político... etc.
El antropocentrismo
Es otra de las idolatrías que no falta en el mundo postmoderno. Incluye la exaltación de la persona, una adhesión tal a los valores humanos que dificulta o anula la relación con Dios como Absoluto supremo. Aquí el hombre se hace a la medida suprema para todas las cosas. Una manifestación la tenemos en el culto al cuerpo que hoy muchos le otorgan.
La soberbia como ídolo y entendida como la sobrevaloración personal y social: el hombre es el único dios para el hombre. Es la idolatría de la superioridad que se manifiesta de modo individual y de manera comunitaria en la clase privilegiada o en la raza con la descalificación de los que no pertenecen al mismo grupo o ideología. El placer como ídolo es de siempre, pero hoy día se acentúa con el consumismo a nivel general y con el sexo y la droga a nivel más particular. Hoy día, los ricos y no ricos necesitan consumir y una vida llena de confort como un valor absoluto al que sacrifican toda relación con la trascendencia. Quien de hecho presta una adhesión total a valores humanos está impedido de ver al auténtico Dios. Se hace realidad el dicho del filósofo alemán: cuando no podemos vivir como pensamos, terminamos pensando como vivimos.
La soberbia: idolatría del “ego .
La soberbia, que es la idolatría del ego, es el obstáculo más fuerte para tratar dignamente a Dios. ¿Razones? El soberbio exagera la estima legítima del propio valer, poseer y poseer ante los hombres y...también ante Dios. Está dominado por el impulso de la propia excelencia, por el juicio desorbitado sobre su dignidad que en ocasiones la realza sobre el Tú absoluto. Tiende a compararse con los demás haciendo notar su superioridad como el fariseo a quien Jesús condena (Lc 18, 10-14; Mt 2, 12). Un rasgo propio de quien idolatra su “ego” es el desprecio de los demás; la rebeldía contraria a todo lo que se oponga a su pensar y sentir. En definitiva; el idólatra de su “yo” no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir tributo.
La idolatría en dos sistemas económicos
En la misma línea que el Dios Absoluto se sitúan los sistemas económicos, políticos y sociales. Son clásicas las relaciones de los nacistas, comunistas o capitalistas, (hoy día, la globalización), con su ideología y dirigentes. En las últimas décadas adquirió especial importancia la exaltación de la ciencia y de la técnica que provoca en sus seguidores la convicción de que lo científica o técnicamente es posible, es éticamente aceptable, esté o no prohibido por la ley de Dios.
Por un lado está el liberalismo capitalista que fundamenta su sistema en una visión materialista del hombre y polariza su atención en la perspectiva individualista. Todo parece estructurado en forma piramidal, cuya cúspide es el imperialismo internacional del dinero. Además hay que denunciar su idolatría por la riqueza, pues el lucro se constituye en el motor de la vida económica
Y en el otro extremo, se mueve el colectivismo marxista, fundamentado en el humanismo ateo. Aunque actualmente está recluido en pocos países y con “parches” del capitalismo, es conveniente recordar su visión casi mesiánica. La persona desaparece ante el poder de los responsables del cambio de las estructuras. El marxismo desconoce la libertad y presenta una «fraternidad religiosa» sin Dios. También conduce como el capitalismo, a una idolatría de la riqueza, pero en su forma colectiva.