¿Superstición o fe coherente en las devociones católicas?

En la religiosidad católica abundan las devociones a Cristo, la Eucaristía, la Virgen María y los santos. En sí mismas, manifiestan una fe coherente. Bien realizadas, son expresiones del amor a Dios, auténticas mediaciones de la religión católica; caminos totalmente aceptables de la piedad cristiana. Sin embargo, en muchos fieles, tales devociones son realizadas de un modo supersticioso, comercial, interesado y rutinario. Por lo tanto, urge clarificar criterios sobre las devociones para discernir las que son aceptables como manifestaciones de una fe coherente, de otras, ausentes de amor y que no pasan de ser prácticas motivadas por el interés o la simple tradición.

Las devociones, expresión del amor cristiano
La liturgia y todo el pueblo de Dios han rendido culto a Cristo, la Virgen y los santos. A Jesucristo de manera especial en la eucaristía, en su corazón símbolo de su amor y con la práctica de la reparación por las ofensas recibidas. Y junto a Cristo, la piedad del pueblo popular se ha volcado a la Virgen María en innumerables advocaciones. También ha profesado gran devoción a los santos por su testimonio de vida y por el poder de intercesión. Estas devociones son manifestadas de modo muy diferente por los creyentes mediante los ejercicios de piedad o de religiosidad popular. Conviene subrayar que en el fondo de toda auténtica devoción está el amor y no el interés, el comercio espiritual o la simple tradición.

Culto y devoción a Cristo en la Eucaristía.
¿Por qué rendir culto de adoración a Jesús en la Eucaristía? Porque en este sacramento se encuentra presente de una manera real Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre: “la visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (CEC 1418). "La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración… "(CEC 1378 y en Ecclesia. de Eucaristia 25).

Manifestaciones de amor a Cristo en la Eucaristía Ante el sagrario o en la exposición solemne del Santísimo, variadas son las manifestaciones. Por amor a Cristo, los cristianos están invitados a
-dar gracias por el don de su amor al querer quedarse con nosotros;
-adorar a Cristo que está real, verdadera y substancialmente presente en las especies eucarísticas;
-alabar a Jesús al reconocer que “Dios está aquí”. Está el Verbo, está el Padre, está el Espíritu Santo. Está el Dios unitrino;
-presentar sus peticiones con la confianza de ser escuchados;
-pedir perdón por los pecados personales y por los del mundo;
-reparar las ofensas contra Dios y contra su presencia eucarística: blasfemias, sacrilegios, indiferencia religiosa, manipulaciones...;
-unirse a la reparación de Cristo. Él redimió del pecado y Él repara las ofensas contra Dios. Él es el adorador y reparador por excelencia. A Él nos unimos;
-repetir las respuestas de María y de los Apóstoles que le tenían presente: acompañaban, escuchaban, confiaban, seguían y comunicaban;
-escuchar en la oración el mensaje especial que Jesús tiene para la vida: de luz, ánimo y reproche, de fe y esperanza y amor a Dios y al prójimo;
-comunicarle “los problemas”, como se hace con un amigo. Con intimidad y confianza;
-guardar silencio contemplativo: Jesús me mira, yo “siento” que me mira, y yo “le miro” como si estuviera físicamente en este momento junto a Él;
-vivir la dinámica de la Misa. En la visita al Santísimo se puede mentalmente interiorizar los diversos momentos de la Eucaristía: de penitencia, glorificación y alabanza; de escucha de la Palabra, fe reafirmada, ofrecimiento a y con Cristo; de aceptación gozosa de la cruz, recuerdo eclesial, adoración al Padre por el Hijo en el Espíritu; de vivencia del Padre nuestro, súplica por los males y apertura a la paz; de comunión total y anhelo por ver a Dios. Y por último, la renovación de los compromisos ante Dios y los hermanos para toda la jornada y hasta la próxima Eucaristía.

Reparar a Cristo y con Cristo La reparación está centrada en el desagravio, la satisfacción completa de una ofensa, daño o injuria. También significa la acción y efecto de reparar (arreglar) cosas materiales mal hechas o estropeadas.
Reparar con Cristo. La reparación en sentido estricto es una colaboración del cristiano con el Señor: “completo lo que falta a la pasión de Cristo”(Flp 3-24).
Reparar a Cristo. En los últimos siglos se acentuó la compasión por los sufrimientos de Cristo, con el intento de consolarlo por las ofensas que más entristecen su corazón.

Devoción al Corazón de Jesús sacramentado Entre las modalidades de amor a Cristo está la dirigida en la Eucaristía y bajo el símbolo del amor, el corazón. La devoción al Corazón de Jesús sacramentado es la expresión de la devoción al Corazón de Jesús porque el devoto repara, desagravia, satisface al ofendido.

El vía crucis.
Esta devoción popular motiva para compartir con Cristo y con el prójimo, las cruces y contratiempos de la vida. A todos enseña que la “pasión” diaria de la vida es el camino para llegar a la gloria del Padre.

Devoción y culto a la Virgen María.
El misterio de la maternidad divina y de la cooperación de María a la obra redentora, ha suscitado en los creyentes de todos los tiempos una actitud de alabanza tanto hacia el Salvador como hacia la mujer que lo engendró en el tiempo, cooperando así a la redención. Otro motivo de amor y gratitud a la santísima Virgen es su intercesión maternal, la solicitud por los hombres de todas las épocas. Con la devoción mariana, los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el camino hacia la salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de gracias.

Expresiones de piedad mariana. Además de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la Madre del Señor, sobresale el Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen María, el Ave María y la oración tradicional del Ángelus que invita a meditar el misterio de la Encarnación. De especial arraigo es el rezo del Rosario, que a través de la repetición del «Ave María» lleva a contemplar los misterios de la fe. Por otra parte, esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano hacia la Madre de Dios, orienta más claramente a su fin que consiste en la glorificación de Cristo.

La mejor devoción: imitar el “sí” de nuestra Madre.
En plan de oración expresamos los aspectos de la devoción a María centrados en la imitación de sus respuestas: ¡Gracias, Madre por tu ”sí” de entrega a Dios! Gracias por el “sí” que diste en la Encarnación, el que dio sentido a tu vida, culminó al pié de la cruz y continúa ahora en el cielo. A imitación tuya, concédenos la gracia de ser fieles a la llamada del Padre, de experimentar la presencia amorosa de la Trinidad, de recibir la fuerza del Espíritu para abrazar la cruz y de seguir a tu Hijo Jesús dando a los hermanos todo amor, servicio, alegría, paz y felicidad.

Devoción a los santos, cristianos coherentes.
Muchos fieles católicos alimentan su fe con la devoción a los santos siguiendo la doctrina del Vaticano II (LG 50, SC 111). Porque los santos:
imitaron más de cerca a Cristo, le siguieron fielmente y se transformaron en imagen de Cristo y signos de su Reino (LG 50 cf SC 111);
amaron apasionadamente a Dios y trabajaron por su gloria;
se entregaron al prójimo con la oración, el servicio, el testimonio y el apostolado según sus posibilidades;
dieron testimonio de la fe en circunstancias ordinarias de la vida o quizás en extraordinarias como los mártires;
fueron fieles a la Iglesia a la que amaron, sirvieron y obedecieron desde el estado laical, religioso o sacerdotal;
resplandecieron con las virtudes heroicas de una vida fiel a Cristo en la Iglesia;
evangelizaron con la Buena nueva del reino de Dios alimentada con la oración
practicaron las enseñanzas del Evangelio de manera extraordinaria como seguidores de Jesús, ilusionados, entusiastas y radicalizados en el amor;
afrontaron y superaron las tentaciones y toda clase de dificultades con oración y penitencia. por sus faltas;
vivieron la exhortación para una vida santa según la Palabra de Dios que ratificó el Vaticano II (Lev 19,2; Mt 4, 48; LG 39-42).
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