¿Qué otras personas impiden las relaciones interpersonales?
Ante todo la persona inmadura con múltiples manifestaciones: persona deprimida, desanimada, comodona, apática, cobarde, tímida, y la hedonista, esclavizada por cualquier exceso permanente en la comida, sexo, bebida, descanso corporal, diversiones, amistades, alcohol, droga o juego hasta la ludopatía. A este grupo expuesto en el artículo anterior, habrá que añadir otro grupo no menos peligroso para la relación “yo-tú”. Son las personas de difícil carácter, con múltiples manifestaciones. Y todas las actitudes y respuestas que se oponen a los catorce criterios enumerados en artículos anteriores.
La tipología: personas de “difícil carácter”
Causan graves problemas en las relaciones interpersonales y, en ocasiones, las aniquilan, las personas que merecen el calificativo de egoístas hasta la egolatría, las agresivas con explosiones de ira, las envidiosas con sus críticas, y las orgullosas con sus exigencias e impaciencias.
Existe un egoísmo más o menos normal,
Es el de la persona que en alguna que otra ocasión antepone el propio interés (personal o de las personas a las que ama) a los legítimos derechos del prójimo o del bien común. Pero el egoísta grave es el ególatra que se ama con exceso, convierte su yo en el centro del culto y con mucha frecuencia está mezclado con la soberbia que sobrevalora sus posibilidades y desprecia al prójimo. Hace difícil la convivencia.
Y mucho más el individuo agresivo
Me refiero al que responde con explosiones frecuentes de ira, el que “pierde los estribos” y tensa cualquier ambiente donde vive. A estas personas, coléricas por temperamento, les cuesta mucho la humildad, la paciencia y mansedumbre. Vivir en comunión consigo mismo es una batalla continua. Se comprende que su agresividad suscite la agresividad del prójimo o bien el miedo o el silencio. Porque hay que tener cuidado con provocar el volcán de su malhumor.
Tampoco es de fiar el envidioso
Sí, el que siente tristeza por el bien ajeno. Su “discurso” es muy crítico y su relación con el prójimo está impregnada del odio más o menos oculto porque el otro o los otros tienen lo que él pretendía y que no ha podido conseguir.
Atención al impacienteIndividuo que altera los nervios de los miembros del grupo comunitario porque exige lo que no puede recibir de los demás, de sí mismo o del mismo Dios contra quien se rebela. Esta personalidad es un tanto orgullosa y prepotente: espera una respuesta afirmativa e inmediata a sus peticiones. El no saber esperar es otro de los rasgos del impaciente altanero que protesta contra los defectos del prójimo o las contrariedades de la vida. Todo tiene que resultar a la medida del sentido de su verdad y de su justicia.
¡Cuidado con las maquinaciones del avaricioso!
Me refiero al que se muestra insensible hacia el prójimo a quien sacrifica para satisfacer sus ansias de mayores riquezas o de poder. La persona ambiciosa pretende objetivos superiores a sus posibilidades en la adquisición de cosas, honores, en el influjo, en el uso de la autoridad o en cualquier área de la personalidad.
¿Y qué decir del orgulloso?
Se trata de la persona que con mayor facilidad quita la paz y aniquila la confianza. Es conocida su psicología: está dominado por el impulso de la propia excelencia, por el juicio desorbitado sobre su dignidad.
La actitud orgullosa se caracteriza por su afán desmedido de ser preferido y tenido en cuenta, por su hipersensibilidad hacia el propio honor y fama. La persona dominada por la soberbia gusta de rodearse de personas dóciles que le alaben y desprecia internamente a los demás. Como rebelde, será contrario a todo lo que se oponga a su pensar y sentir. También es un idólatra de su yo que no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir tributo. Poco le falta para convertirse en un “dictador” que reduce al máximo las relaciones interpersonales: critica “a todo el mundo” pero es incapaz de escuchar algún juicio negativo sobre su persona. Independiente en el obrar, con ansias de dominación, desaprensivo e intolerante, son otras tantas características. Con él convive quien le obedezca y alabe.
Respuestas contrarias a los 14 criterios
Fomenta las relaciones de buena convivencia la persona que se manifiesta abierta hacia el prójimo, solidaria y corresponsable, con buenos modales, servicial y confiada, liberadora con el necesitado, sincera, respetuosa, pacífica, afectuosa, comprensiva y dialogante, fiel al amigo, valiente al corregir, humilde al reconocer los propios errores, generosa al perdonar y olvidar, entregada del todo y con amor en donación profunda.
Y por el contrario, impide, bloquea o rompe las relaciones la persona que falta al respeto porque olvida los derechos y necesidades del prójimo.
Y también quien:
-se muestra interesado, incapaz de prestar un servicio generoso;
-es desagradecido y de un trato frío y áspero, poco amable;
-desconfía del prójimo y ella mismo no inspira confianza por sus mentiras;
-no sabe dialogar. Habla y habla pero no escucha. Le falta serenidad;
-es intolerante, incapaz de comprender la situación del prójimo;
-ni acepta al otro ni a sí mismo. Rebelde y resentido;
-critica con frecuencia y dureza al prójimo. Solamente juzga lo negativo;
-corrige sin piedad, como desahogo. Hiere a las personas con una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, repetida o con expresiones coléricas.
-justifica siempre sus errores propios. Es incapaz de disculparse;
-no perdona ni olvida. Carece de bondad y generosidad.
Es una persona, quizás admirada, pero no amada porque es
-insensible, carece de solidaridad. Si ayuda es por algún interés;
-egoísta y hasta ególatra, está incapacitado para sacrificarse por el prójimo;
Quien reúna los defectos anteriores, y si le falta la fe, y si no se ha sentido amado, y si no tiene razones fuertes para vivir, es lógico que su compañía sea, si no “un infierno”, sí que un buen “purgatorio”.
La tipología: personas de “difícil carácter”
Causan graves problemas en las relaciones interpersonales y, en ocasiones, las aniquilan, las personas que merecen el calificativo de egoístas hasta la egolatría, las agresivas con explosiones de ira, las envidiosas con sus críticas, y las orgullosas con sus exigencias e impaciencias.
Existe un egoísmo más o menos normal,
Es el de la persona que en alguna que otra ocasión antepone el propio interés (personal o de las personas a las que ama) a los legítimos derechos del prójimo o del bien común. Pero el egoísta grave es el ególatra que se ama con exceso, convierte su yo en el centro del culto y con mucha frecuencia está mezclado con la soberbia que sobrevalora sus posibilidades y desprecia al prójimo. Hace difícil la convivencia.
Y mucho más el individuo agresivo
Me refiero al que responde con explosiones frecuentes de ira, el que “pierde los estribos” y tensa cualquier ambiente donde vive. A estas personas, coléricas por temperamento, les cuesta mucho la humildad, la paciencia y mansedumbre. Vivir en comunión consigo mismo es una batalla continua. Se comprende que su agresividad suscite la agresividad del prójimo o bien el miedo o el silencio. Porque hay que tener cuidado con provocar el volcán de su malhumor.
Tampoco es de fiar el envidioso
Sí, el que siente tristeza por el bien ajeno. Su “discurso” es muy crítico y su relación con el prójimo está impregnada del odio más o menos oculto porque el otro o los otros tienen lo que él pretendía y que no ha podido conseguir.
Atención al impacienteIndividuo que altera los nervios de los miembros del grupo comunitario porque exige lo que no puede recibir de los demás, de sí mismo o del mismo Dios contra quien se rebela. Esta personalidad es un tanto orgullosa y prepotente: espera una respuesta afirmativa e inmediata a sus peticiones. El no saber esperar es otro de los rasgos del impaciente altanero que protesta contra los defectos del prójimo o las contrariedades de la vida. Todo tiene que resultar a la medida del sentido de su verdad y de su justicia.
¡Cuidado con las maquinaciones del avaricioso!
Me refiero al que se muestra insensible hacia el prójimo a quien sacrifica para satisfacer sus ansias de mayores riquezas o de poder. La persona ambiciosa pretende objetivos superiores a sus posibilidades en la adquisición de cosas, honores, en el influjo, en el uso de la autoridad o en cualquier área de la personalidad.
¿Y qué decir del orgulloso?
Se trata de la persona que con mayor facilidad quita la paz y aniquila la confianza. Es conocida su psicología: está dominado por el impulso de la propia excelencia, por el juicio desorbitado sobre su dignidad.
La actitud orgullosa se caracteriza por su afán desmedido de ser preferido y tenido en cuenta, por su hipersensibilidad hacia el propio honor y fama. La persona dominada por la soberbia gusta de rodearse de personas dóciles que le alaben y desprecia internamente a los demás. Como rebelde, será contrario a todo lo que se oponga a su pensar y sentir. También es un idólatra de su yo que no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir tributo. Poco le falta para convertirse en un “dictador” que reduce al máximo las relaciones interpersonales: critica “a todo el mundo” pero es incapaz de escuchar algún juicio negativo sobre su persona. Independiente en el obrar, con ansias de dominación, desaprensivo e intolerante, son otras tantas características. Con él convive quien le obedezca y alabe.
Respuestas contrarias a los 14 criterios
Fomenta las relaciones de buena convivencia la persona que se manifiesta abierta hacia el prójimo, solidaria y corresponsable, con buenos modales, servicial y confiada, liberadora con el necesitado, sincera, respetuosa, pacífica, afectuosa, comprensiva y dialogante, fiel al amigo, valiente al corregir, humilde al reconocer los propios errores, generosa al perdonar y olvidar, entregada del todo y con amor en donación profunda.
Y por el contrario, impide, bloquea o rompe las relaciones la persona que falta al respeto porque olvida los derechos y necesidades del prójimo.
Y también quien:
-se muestra interesado, incapaz de prestar un servicio generoso;
-es desagradecido y de un trato frío y áspero, poco amable;
-desconfía del prójimo y ella mismo no inspira confianza por sus mentiras;
-no sabe dialogar. Habla y habla pero no escucha. Le falta serenidad;
-es intolerante, incapaz de comprender la situación del prójimo;
-ni acepta al otro ni a sí mismo. Rebelde y resentido;
-critica con frecuencia y dureza al prójimo. Solamente juzga lo negativo;
-corrige sin piedad, como desahogo. Hiere a las personas con una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, repetida o con expresiones coléricas.
-justifica siempre sus errores propios. Es incapaz de disculparse;
-no perdona ni olvida. Carece de bondad y generosidad.
Es una persona, quizás admirada, pero no amada porque es
-insensible, carece de solidaridad. Si ayuda es por algún interés;
-egoísta y hasta ególatra, está incapacitado para sacrificarse por el prójimo;
Quien reúna los defectos anteriores, y si le falta la fe, y si no se ha sentido amado, y si no tiene razones fuertes para vivir, es lógico que su compañía sea, si no “un infierno”, sí que un buen “purgatorio”.