¿Quién rompe o bloquea las relaciones “yo-tú”?
Amigos, esposos, miembros de una misma comunidad familiar, social o religiosa, comenzaron con unas relaciones de amistad, amor, fraternidad o camaradería, pero con el tiempo vinieron los conflictos, la frialdad relacional y la ruptura. Muchas son las causas y los factores que provocaron el enfrentamiento, las peleas y, por fin, la separación. Relaciones interpersonales fuertes comenzaron a debilitarse hasta llegar a un punto cero. ¿A qué es debido este retroceso y muerte? ¿Quién es el culpable que rompe o bloquea las relaciones con el prójimo? De los muchos factores que influyen nos fijamos en las graves carencias de personalidad, la inmadurez de un miembro que no acierta a comunicarse con los otros. Junto a la inmadurez, están las respuestas graves que ponen en peligro las relaciones normales entre el yo y el tú. Es el caso de las personas descontroladas por su egoísmo, agresividad, prepotencia, iracundia, envidia, impaciencia o soberbia. Sus “ofensas” continuadas acaban con las relaciones más fuertes. Y algo parecido sucede con quienes contrarían sistemáticamente alguno o varios de los 14 criterios necesarios para la convivencia.
La inmadurez bloquea o paraliza las relaciones
Así sucede con el deprimido y desanimado. A esta persona le cuesta mucho una convivencia normal. Bajo la depresión, el individuo pierde el interés por actividades que antes le gustaban; se muestra apático, fatigado y con poca energía, con sentimientos de culpa, impotente e inútil. En esta situación, el ser humano cae en depresión, pierde energías, se sumerge en el pesimismo, desciende la autoestima. y carece del mínimo de los estímulos para vivir. Es lógico que su situación interna influye en las relaciones con el prójimo. Ni el sujeto tiene ganas de comunicarse ni los otros la suficiente paciencia para levantarle los ánimos. Surge el aislamiento y la parálisis relacional.
En la convivencia, cada miembro debe cumplir con unas determinadas tareas. Pero quien está dominado por la comodidad y apatía se manifiesta irresponsable. Existen personas que por naturaleza son perezosos, vacíos de sentimientos que se contentan con poco; no sienten mucho la conciencia del deber, les domina la apatía, se muestran débiles ante las dificultades y cobardes ante los enemigos. No se dominan y murmuran con frecuencia. Su debilidad e inconstancia, provocan en los otros miembros de la comunidad justas críticas que con el tiempo pueden llegar a la ruptura de relaciones.
¿Y qué sucede con los cobardes y tímidos? ¿Cómo reaccionan los que esperan una actitud firme y decidida, necesaria para superar dificultades? No olvidemos que la vida de relaciones sociales requiere ánimos y actitud valiente para influir en los demás. Pero el cobarde tiembla descontrolado ante el mal futuro, nervioso se desconcierta a la hora de hablar y gesticular, desconfía de sí mismo y rinde menos de lo que puede. Se manifiesta triste y desalentado ante el mal que le atenaza o el bien que perdió. Es un pesimista que exagera el mal posible ante el futuro incierto; todo lo ve negro y nada le motiva para luchar. Desesperado, llega a la conclusión de que no hay salvación posible alimentando una actitud de amargura, fracaso, resentimiento, destrucción y huída. Con una personalidad con estas actitudes y respuestas se hace difícil la convivencia. Pronto sufrirá el rechazo y el aislamiento.
Otro capítulo aparte merece el hedonista, la persona esclavizada por cualquier exceso permanente en la comida, sexo, bebida, descanso corporal, diversiones, amistades, alcohol, droga o juego hasta la ludopatía. Estos “viciosos” cultivan el hedonismo que se convierte en la jaula que les imposibilita salir. Sus adicciones provocan innumerables problemas en la comunidad donde residen. Porque además de su yo personal está “el vicio” que entra en juego en las relaciones y casi siempre para bloquear, paralizar o anular los vínculos conyugales o familiares. Hay que cuidar o cuidarse del borracho, drogadicto o ludópata que necesitan dinero y provocan disgustos cuando gastan lo indebido o exigen lo que nadie puede dar.
La inmadurez bloquea o paraliza las relaciones
Así sucede con el deprimido y desanimado. A esta persona le cuesta mucho una convivencia normal. Bajo la depresión, el individuo pierde el interés por actividades que antes le gustaban; se muestra apático, fatigado y con poca energía, con sentimientos de culpa, impotente e inútil. En esta situación, el ser humano cae en depresión, pierde energías, se sumerge en el pesimismo, desciende la autoestima. y carece del mínimo de los estímulos para vivir. Es lógico que su situación interna influye en las relaciones con el prójimo. Ni el sujeto tiene ganas de comunicarse ni los otros la suficiente paciencia para levantarle los ánimos. Surge el aislamiento y la parálisis relacional.
En la convivencia, cada miembro debe cumplir con unas determinadas tareas. Pero quien está dominado por la comodidad y apatía se manifiesta irresponsable. Existen personas que por naturaleza son perezosos, vacíos de sentimientos que se contentan con poco; no sienten mucho la conciencia del deber, les domina la apatía, se muestran débiles ante las dificultades y cobardes ante los enemigos. No se dominan y murmuran con frecuencia. Su debilidad e inconstancia, provocan en los otros miembros de la comunidad justas críticas que con el tiempo pueden llegar a la ruptura de relaciones.
¿Y qué sucede con los cobardes y tímidos? ¿Cómo reaccionan los que esperan una actitud firme y decidida, necesaria para superar dificultades? No olvidemos que la vida de relaciones sociales requiere ánimos y actitud valiente para influir en los demás. Pero el cobarde tiembla descontrolado ante el mal futuro, nervioso se desconcierta a la hora de hablar y gesticular, desconfía de sí mismo y rinde menos de lo que puede. Se manifiesta triste y desalentado ante el mal que le atenaza o el bien que perdió. Es un pesimista que exagera el mal posible ante el futuro incierto; todo lo ve negro y nada le motiva para luchar. Desesperado, llega a la conclusión de que no hay salvación posible alimentando una actitud de amargura, fracaso, resentimiento, destrucción y huída. Con una personalidad con estas actitudes y respuestas se hace difícil la convivencia. Pronto sufrirá el rechazo y el aislamiento.
Otro capítulo aparte merece el hedonista, la persona esclavizada por cualquier exceso permanente en la comida, sexo, bebida, descanso corporal, diversiones, amistades, alcohol, droga o juego hasta la ludopatía. Estos “viciosos” cultivan el hedonismo que se convierte en la jaula que les imposibilita salir. Sus adicciones provocan innumerables problemas en la comunidad donde residen. Porque además de su yo personal está “el vicio” que entra en juego en las relaciones y casi siempre para bloquear, paralizar o anular los vínculos conyugales o familiares. Hay que cuidar o cuidarse del borracho, drogadicto o ludópata que necesitan dinero y provocan disgustos cuando gastan lo indebido o exigen lo que nadie puede dar.