Carta a Clara, en el día de su Primera Comunión

Al acabar la Eucaristía, que fue preparada y vivida con mucha emoción por Clara y por cuántos amigos y familiares compartían ese momento tan importante en su vida, Jordi quiso hablar al corazón de Clara, y para eso, abrió su corazón, y dijo cosas muy buenas, muy profundas, tanto que a todos nos hizo pensar… y hasta la pequeña Clara se emocionó al escuchar a su padre.
He pedio a Jordi me permita publicar su “Carta a Clara”, porque ella es un testimonio vital de lo que es la fe vivida y compartida, madurada en el seno de la familia; una fe que toca la vida y se convierte en lo más valioso que unos padres pueden dar a sus hijos.
Este fue, sin duda un gran regalo para la vida de Clara, en el día de la Primera Comunión:
“¡Qué emoción, Clara ! Cuando yo tenía más o menos tu edad, también recibí, en el Monasterio de Montserrat, mi Primera Comunión, y me sentí muy feliz, como tú te sientes hoy, Clara.
No sabía lo que me depararía el futuro, ni sabia que quería ser de mayor y, no entendía demasiado todo lo que sucedía en el mundo, ya que yo me sentía el centro del universo. Lo que sí tenia claro, es que todos los que asistían a mi Primera Comunión estaban pendientes de mí, y me felicitaban, y me daban besos, y regalos, muchos regalos, y me sentía fenomenal. Incluso tuve un gran pastel y payasos después de la celebración de mi comunión. Fue genial. Me sentía el rey. Que día, nunca lo olvidare, como nunca olvidaras este día, Clara.
Y por la noche, cuando ya estaba en la cama, hablé con Jesús, y le dí las gracias por este mi gran día; y le di las gracias por mi familia, y por todos los que vinieron a compartir conmigo mi Primera Comunión.
Jesús era mi mejor amigo. Podía contarle todo lo que me pasaba, podía contarle mis preocupaciones, que aunque era pequeño, también las tenía, no te creas. Y sin darme cuenta, pasaron los años, y Jesús siempre estaba allí conmigo. Estaba cuando estaba alegre y le daba las gracias por todo lo que me pasaba, y estaba allí cuando le regañaba porque no me salían las cosas. Después le pedía perdón por haberle regañado y, ¿sabes Clara? Siempre estaba allí, a mi lado, en lo bueno y en lo malo, nunca me abandonó y nunca me abandonará.
Pero un día, cuando ya era algo mayor, alguien me dijo que Jesús no existía, que no había ninguna prueba científica que avalara su existencia, que era mentira, ya que cuando uno muere, no hay nada más. Y ello me hizo pensar mucho, y yo, ya no sabia quien creer. Pensaba: Durante todos estos años he estado hablando a Jesús y me dicen que no existe ¿?¿? no puede ser ¡¡¡¡¡ Y, si debo de ser sincero, dudé, si Clara, dude. Pasaron varios días y semanas y no sabia qué creer. Hablé con profesores míos, hablé con mis padres, hablé con muchas personas sobre ello. Y al fin volví a creer. Volví a creer a pesar de que no existieran pruebas científicas de la existencia de Dios, y te voy a contar Clara, como volví a recobrar la Fe.
Volví a recordar todo lo que yo sentí en el día de mi Primera Comunión: esa ilusión, esa alegría que yo creía que era por toda la fiesta y todo el protagonismo que tenía, pero estaba equivocado, porque la fiesta verdadera fue unirme a Él por la comunión. Fue poder celebrar la Primera Eucaristía con Él, y me abrace a la fe cristiana para siempre, como tu lo has hecho hoy, Clara. Me di cuenta que la fe, Clara, es poder creer para entender. La fe Clara, es creer en algo o en alguien sin la necesidad de tener que demostrar su existencia. Me di cuenta que dependía de mi, en si quería creer o no en Jesús, y yo, decidí que sí creía y creo en Él.
Jesús nació en unos tiempos muy difíciles, donde reinaba el poder de la fuerza y de la espada, no había valor por la vida humana, había unas pocas personas que vivian bien pero la inmensa mayoría de la gente vivía en la pobreza, en la esclavitud, en la ignorancia. Y Jesús, quiso enseñar y transmitir, en medio de toda esa barbarie la Palabra de Dios, que si te la pudiera resumir en una sola, sería el Amor.
Jesús, con su amor a los demás, con su amor en las obras que realizaba, con su amor incondicional por la vida, nos enseñó cual debía de ser nuestro camino en la vida. Y después, sus discípulos siguieron enseñando lo que ellos aprendieron de Jesús; siguieron transmitiendo la Palabra de Dios, el amor de Jesús por encima de todas las cosas, y así lo hicieron sus hijos, y los hijos de sus hijos hasta que pasaron los siglos. Y ese amor que Jesús nos enseñó y que penetró muy adentro de cada uno de nosotros, me fue entregado a mi también, por medio de mis padres, tus abuelos. Ellos me enseñaron desde bien pequeño, lo que significaba el amor, con sus palabras y con sus actos, y me lo siguen enseñando cada día que pasa. Y gracias a ellos, tu madre y yo, te damos todo el amor que sabemos darte, como a tu hermana, un amor incondicional como el que Jesús nos dió. Y el amor nos acompaña siempre en todo lo que hacemos, Clara. ¡Sin Jesús, no puedo entender el por qué de la vida ni el por qué de mi vida!
Mi amor por Jesús hizo que quisiera dedicarme a la medicina para poder ayudar a la gente de corazón; mi amor por Él hizo que me enamorara de María, tu madre, acompañándola en la iglesia cuando ella iba a cantar en misa. Jesús me acompaño y fue testigo del compromiso que hice del amor que profesaba a tu madre en nuestra boda. Y también me acompaño cuando naciste, dándole las gracias por poder sostenerte en mis brazos.
Mi amor por Jesús hizo que quisiera bautizarte, como hice en su día con tu hermana María, para poder compartir contigo y con María mi amor hacia Jesús. Y durante todos estos años, he intentando, igual que tu madre, enseñarte lo que me enseñaron a mí en la fe cristiana: el amor a los demás, el respecto, la caridad, el compartir, el perdón, la alegría, y otros tantos valores igual de importantes para nosotros. Y todo ello, Clara por la fe, la fe en Jesús y en su resurrección.
Sabes que hay mucha gente, Clara, que por la fe en Jesús, en el amor, dedica toda su vida a cuidar de otras personas que sufren , ¡qué maravilloso! ¿no crees?
Sabias también Clara, que la fe de muchas personas en Jesús ha hecho que dedicaran su vida a salvar a otras personas, a dar de comer a quien tiene hambre, a enseñar a quien no sabe leer, a dar cobijo a quienes no tienen un lugar donde vivir, ...y tantas otras cosas buenas, Clara, y todo por la fe, la fe en Dios Nuestro Señor.
Todo lo que has aprendido en este Convento a través del cariño y del amor que te han dispensado las monjas de Santa Clara, es por la fe que tienen ellas en Jesús.
La fe. Clara, es maravillosa, nos hace sentir bien con nosotros mismos, la fe nos hace sentir fuertes, la fe hace que podamos conseguir todo en esta vida, la fe nos hace ser mas caritativos, mas solidarios, la fe nos acompaña siempre, porque si tienes fe, tienes alegría y tienes a Jesús siempre a tu lado, en los momentos buenos y en los momentos malos.
Hoy es tu día, Clara: Disfrútalo.
Mañana será otro día, y todo habrá pasado. Pero lo que nunca pasará, lo que te acompañará el resto de tu vida, es la fe, el amor de todos los que te acompañamos hoy , el amor de las monjas de santa Clara, el amor de tus abuelos, el amor de tu hermana María y el amor de tus padres, el amor de Jesús Nuestro Señor, tu amigo y el nuestro.
No dejes nunca, Clara, de tener fe.”