El Jardín de las delicias, de Jerónimo van Aken
Desde el 31 de mayo hasta el 11 de septiembre de 2016, el museo del Prado presenta la exposición: “El Bosco. La exposición del V centenario”, que conmemora los quinientos años de la muerte del Bosco. Se trata del repertorio más amplio y completo sobre el Bosco jamás expuesto.
El maestro, Hieronymus van Aeken, pintor flamenco que desarrolla su maravilloso ingenio creativo en Hertogenbosch, es el gran desconocido de los grandes del arte pictórico universal. Miembro de la cofradía de Nuestra Señora, toma el nombre de su ciudad, Bosch, aunque no acostumbra a firmar y fechar sus obras.
Una de sus obras, que lo han prestigiado hasta lo indecible, es “El Jardín de las Delicias”, datada últimamente, y desde que en 2004 se identificó a los comitentes de Amberes (Peeter Scheyfve y Agneese de Gramme), en la década de 1490. Es una pintura al óleo sobre tabla, con un tamaño más que considerable: 220 cm × 389 cm.
El Jardín de las Delicias, es un tríptico que, cerrado muestra en grisalla el final del tercer día de la Creación. Arriba, a la izquierda, aparece Dios Padre con triple corona y un libro abierto. En la parte superior de las dos tablas, una inscripción en latín con letra gótica dorada (Salmos, 148, 5) es la clave para identificar el momento elegido: «Ipse dixit et facta sunt» (Él mismo lo dijo y todo fue hecho) en la izquierda e «Ipse mandavit et creata sunt» (Él mismo lo ordenó y todo fue creado) en la derecha. Por su parte, el tríptico abierto contrasta, por la brillantez de su color, con la grisalla del reverso, con sus tres paneles distribuidos en tres planos superpuestos. Siendo una de las creaciones más enigmáticas, es una obra de carácter moralizador y pesimista, en la que se insiste en lo efímero de los placeres pecaminosos representados en la tabla central. El pecado es el único punto de unión entre las tres tablas.
En la parte izquierda, de modo vertical y diacrónico, nos muestra el Jardín del Edén con la Fuente de los Cuatro Ríos, si bien en ella aparece, en su parte central, un búho que preconiza, tal y como se estimaba en el Edad Media, el mal, por su representación mimética con la brujería. Más abajo se representa a Dios Padre, después de la creación de Eva, y con un Adán que, a tenor de la colocación de los pies, uno encima del otro, preconiza la crucifixión: Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.
En la parte inferior de esta parte izquierda, se narra e indica que ya se ha encarnado el pecado, pues representa la muerte de distintos animales, reales o imaginarios, como el gato cazando un ratón. Definitivamente, estamos ante un Paraíso dañado que anticipa a Cristo.
La parte diestra del tríptico que, obviamente, representa el infierno, narra plásticamente los castigos de los pecados capitales, y donde de manera principal se expone un demonio con cabeza de pájaro, sentado sobre una silla-orinal, que devora hombres al tiempo que los expulsa por el ano a las cloacas: son los avaros.
A los glotones - la gula- alude sin duda la escena de taberna situada en el interior del hombre-árbol (algunos dicen que es un burdel), donde los personajes desnudos sentados a la mesa esperan a que los demonios les sirvan sapos y otros animales inmundos, al igual que el suplicio del agua helada se destina a los envidiosos. Tampoco faltan castigos para los vicios censurados por la sociedad de la época, como el juego, o para algunas clases sociales, como el clero, tan desprestigiado entonces, según se constata en el cerdo con toca de monja que abraza a un hombre desnudo en el ángulo inferior derecho de la tabla. Hay que destacar los instrumentos musicales a la hora de torturar a los pecadores que se han dejado llevar por la música profana.
En toda la obra se suceden símbolos teriomorfos, es decir, representaciones de propiedades humanas en lo animal, que revelan a la imaginación humana su propia respuesta frente a la angustia a lo desconocido, asumiendo y generando los esquemas interpretativos derivados de aquellas imágenes –arquetipos- que se proyectan desde el inconsciente colectivo de la época.
La parte central del tríptico, panegírico de color, fantasía y movimiento, mantiene la estructura compositiva de tres franjas horizontales, igual que los laterales.
El Bosco ha representado un gran número de figuras humanas desnudas, salvo la pareja del ángulo inferior derecho, que se suele identificar con Adán y Eva tras su expulsión del Paraíso, aunque otros han visto al propio pintor. Las figuras, que aparecen en general en grupos o en parejas, mantienen relaciones sexuales con una fuerte carga erótica alusiva a la lujuria. Los animales, reales o fantásticos, muestran dimensiones muy superiores a las normales. De entre ellos se ha hecho hincapié, a derecha e izquierda de la tabla central, en dos búhos, que evocan la maldad.
Por toda la composición se esparcen frutos rojos (fundamentalmente madroños), a una escala mayor de lo habitual, que contrastan con otros azules, grandes y pequeños, que son los dos colores dominantes en la escena.
A diferencia de la aparente confusión que reina en el primer plano, en el plano medio y en el del fondo se impone la geometría. En el primero, el Bosco ha representado un estanque lleno de mujeres desnudas, y a su alrededor, en sentido contrario al de las agujas del reloj (a contratiempo como símbolo de infortunio), gira un grupo de hombres sobre distintas cabalgaduras -algunas de ellas exóticas o fantásticas- que tienen distintas asociaciones: los pecados capitales, las guerras intestinas entre Francia y Borgoña representadas en el estandarte con un puercoespín, entre otras.
También hay una clara evocación al “Romance de la Rosa” del siglo XIII, poema literario de gran éxito sobre el amor cortés, con reminiscencias del ars amandi de Ovidio.
El Romance de la Rosa cuenta cómo el amante, enamorado de una dama llamada Rosa (símbolo de la virginidad, que evoca placeres de la carne y los sentimientos de amor) busca la forma de entrar en el Jardín (que evoca el Edén) donde ella vive rodeada de árboles y ríos; jardín donde la amante vive debidamente aislada del mundo real por altos muros; mundo en el que impera la codicia, la envidia, las malas artes y la miseria, es decir, los pecados capitales.
Al fondo de la composición, el Bosco ha incluido cinco construcciones fantásticas sobre el agua, la central similar a la fuente de los Cuatro Ríos del panel del Paraíso, aunque resquebrajada para simbolizar su fragilidad, así como el carácter efímero de las delicias de las que gozan los hombres y mujeres que pueblan este jardín.
La parte central del tríptico muestra de manera alegórica que los placeres de la vida son efímeros y que las consecuencias que se derivan son el sufrimiento, la desgracia y la imposibilidad de ser feliz, escenificándolo con un pecado capital: la lujuria. Innumerables hombres y mujeres desnudos reproducen actitudes lascivas y sexuales, que se acompañan de frutos silvestres como el madroño, las cerezas, las frambuesas, las fresas o las uvas, símbolos de la lujuria; las manzanas, que simbolizan los senos de la mujer, y los peces, que son una alegoría fálica.
En definitiva, para el Bosco tenemos una humanidad sumida en la ignorancia y en la sinrazón, ávida de cosas materiales y placeres efímeros, pero con Cristo no está todo perdido, aunque el infierno es el destino para los que se alejan de Dios. Como en la obra “Mesa de los Pecados Capitales”: Cave cave Dominus videt (Cuidado, cuidado, Dios está mirando).