¿Por qué hay la impresión de la Iglesia atorada en el dinero de este mundo tan lleno de injusticias? CARTA ABIERTA AL ARZOBISPO PRIMADO DE MÉXICO, CARLOS AGUIAR RETES

Cardenal Aguiar
Cardenal Aguiar

“Quisiera tener la gracia de tener un minuto frente a usted, de mirarle a los ojos, de darle con humildad un gran abrazo y a la vez, suplicarle… ¡De la vida por favor por sus sacerdotes, ámelos profundamente, platique con ellos, escúchelos, consuélelos!”

 

Una de las voces menos escuchada en el delicado problema de los gravámenes económicos que pesan sobre las comunidades de la capital del país es la de los laicos. Al final, como en todo proceso económico, son quienes cargarán con los errores y gozarán de los posibles aciertos. Gracias a la difusión y aceptación de nuestro medio, nos ha llegado la solicitud de una feligrés. Ella quiere ser escuchada y leída por el arzobispo Carlos Aguiar. Abrimos este espacio a su carta, un documento sin desperdicio descubriendo la profunda sensibilidad y fe que no ignora la delicada situación de la Iglesia arquidiocesana. Es una oración por el arzobispo Aguiar, por cada ministro, servidores en las pequeñas, grandes parroquias y templos de la Ciudad. Es muestra de respeto y cariño... De profunda preocupación para revivir la confianza en la Providencia divina. La ofrecemos íntegramente.

Muy apreciable señor cardenal,

Sin tanto formalismo, me dirijo a usted como la más pequeña e insignificante de sus ovejas en esta grey que Dios le ha confiado. Me dirijo a usted como una hija a su Padre, con sencillez y sin temor, a expresar lo que hay en el corazón.

Fui, por gracia de Dios, educada en la fe católica y en la espiritualidad carmelitana. Por tal bendición, amo profundamente a mi Madre, la Iglesia, y desde pequeña se me enseñó a amar, respetar y ayudar a los sacerdotes, a luchar y defender la fe y la verdad y aquí estoy, solicitando de Dios el milagro para que este mensaje, estas letras, lleguen a usted y no a alguno de sus asistentes. ¡Qué complicado es hoy en día hablar a ustedes, nuestros altos jerarcas…! Es más fácil llegar a nuestro Señor Jesucristo, hablar y ser atendidos por Él.

Para alimentar el alma, he vivido mi retiro de adviento sólo con Él. Me escondí en la soledad para orar, meditar y escuchar: “El Señor está cerca…” En este contexto de oración sentí la necesidad de hacerle llegar mi opinión, mi dolor con respecto a nuestra Iglesia… nuestra Iglesia particular.

El adviento nos recuerda a San Juan Bautista cuya voz gritó y clamó en el desierto, el profeta que habló siempre con Verdad, siervo que encontró la muerte al ser fiel a Dios. Quisiera tomar su ejemplo y ser, por el Espíritu Santo, fortalecida para ser fiel a esta verdad que es Jesucristo nuestro Señor. Y si mis palabras se pierden en el desierto, me quedo en paz pues, por lo menos, Dios las habrá escuchado.

Le hablo con el corazón en la mano, como cabeza de esta grey, sin intención alguna de ofender a nadie y, a la vez, llegar a nuestros altos jerarcas, principalmente a usted.

Señor cardenal, es muy claro ver la crisis tan cruda por la que atraviesa nuestra Iglesia. Crisis de fe, crisis de vocaciones, crisis de valores y, hoy en día, lastimosamente en la espalda se nos echa la crisis económica.

Vivo preocupada y ocupada sirviendo en mi parroquia, orando, trabajando, y buscando respuestas para entender y saber cómo actuar. Me llena de tristeza el corazón ver a nuestro pueblo perdido en su caminar hacia Cristo, nuestro Señor. Sedientos, van por caminos equivocados (hace falta vivir con el pueblo, caminar en medio de ellos, codearse con la pobreza y miseria de muchos para entender su realidad y no hablar desde los escritorios burocráticos en los que muchas veces se pierden algunos de nuestros sacerdotes).

Ustedes son quienes nos abren el camino al cielo o también quienes nos pueden tapar el paso. Son maestros, guías, pastores, padres. Quienes reflejan a Cristo o nos opacan su divina imagen. En medio de esta crisis, aún existe parte de nuestro pueblo que cree y confía en el sacerdocio ministerial, en aquellos que nos guían hacia Dios. En silencio gritamos nuestra necesidad de pastores para seguir confiando y amando a la Iglesia.

Nuestro grito en silencio quisiera decir a cada seminarista, a cada diácono, a cada presbítero, a cada obispo, a cada cardenal, que revaloren diariamente su vocación, vocación al servicio y no para ser servidos; vocación a vivir y disfrutar de la castidad consagrada para amar con la pureza de santa María y san José y, sobre todo, vocación a vivir la pobreza abrazando lo más necesario y urgente… Sólo a Cristo…sólo Dios basta, decía santa Teresa de Jesús.

¿Por qué hay la impresión de la Iglesia atorada en el dinero de este mundo tan lleno de injusticias? Y si digo aquí, Iglesia, me estoy refiriendo tristemente a nuestra jerarquía. Es verdad, vivimos en este mundo y requerimos de cosas para vivir dignamente, pero también es verdad que nuestro Señor nos dijo: “Ustedes están en el mundo, pero no son del mundo...”

No hace falta llenarnos de tanta vanidad y cosas superfluas. ¿Qué significa para un sacerdote la promesa de pobreza? ¿Qué necesitamos para vivir en paz, sin pretensiones de acumular más de lo que nuestro Señor nos provee cada día? ¿Qué es más importante para ustedes sacerdotes, obispos, cardenales? ¿Por qué predicar el abandono en la Providencia, de la confianza en Dios que nunca dejará a sus hijos? ¿Cómo lo experimentan ustedes?

Señor cardenal,

He leído sobre las nuevas disposiciones en vigor en enero próximo por las que pedirá tarifas mensuales a cada parroquia según su estándar. Tarifa aportada por pueblo de Dios. O ¿De dónde saldrá este dinero? ¿Qué hacer cuando no se complete el monto de lo que pide? El pueblo está cansado de gobiernos y gobernantes dedicados de mil maneras a exprimir su pobre economía, engañándolos con argumentos increíbles, echan fardos pesados con impuestos interminables sobre las espaldas de quienes, lo más abundante, es la pobreza y el desempleo.

Dios nos cuide y libre de estar en un panorama similar y más triste, pidiendo más de lo que podemos aportar a nuestra Iglesia dejando de lado el anuncio del reino, ocupándonos de lo mundano y no de Dios mismo.

He visto la preocupación de algunos sacerdotes quienes se preguntan cómo darán mensualmente lo que se les pide cuando en sus comunidades no hay ingresos dominicales abundantes.

Una parroquia es como en casa. Hay que pagar luz, agua, empleados de limpieza, mantenimiento, flores…  ¿Cómo hacer? ¿Hay que exigir a nuestro pueblo una tarifa estándar en su ofrenda dominical? ¿Habrá que subir el cobro de los sacramentos dejando inalcanzable la Gracia para muchos? ¿Hay que vender a nuestro Señor una vez más por treinta monedas? ¿Cuál es el paso para no desabrigar a nuestros sacerdotes ya angustiados para pagar lo solicitado?

Señor, los argumentos para pedir dinero son muy loables, pero no sé qué tan creíbles. Lo digo con respeto y con profunda seriedad porque, insisto, me preocupa mi Madre, la Iglesia. Me preocupan los sacerdotes. ¡Cuánta falta nos haría un nuevo san Francisco de Asís! Que volviera a confrontar a su Iglesia, al clero, que nos enseñe el sentido de austeridad.

Hay un plan económico arquidiocesano muy trabajado y estructurado, bien planeado y por ser aplicado, pero, ¿Cuál es el plan pastoral para el año nuevo? ¿Qué criterio debemos seguir? ¿Por dónde caminar en la evangelización con nuestra gente? ¿Qué caminos de santidad nos indica como cabeza de esta Iglesia para crecer y ser más agradables a Dios? ¿Cómo atraer a los alejados mostrándoles el amor de Dios que les ama incondicionalmente sin necesidad de que den un peso?

Aun estas interrogantes y más… Sigo confiando en aquellos sacerdotes que predican con su ejemplo y viven su vocación, felices, no les hace falta un automóvil, lujos, saben comer modestamente sin perderse en lujosos restoranes, festejan con la gente sus aniversarios sin necesidad colectas para viajes ostentosos… En fin, ser otro Cristo, como nuestro Señor, quien no necesito de mucho para vivir aquí.

Quisiera tener la gracia de tener un minuto frente a usted, de mirarle a los ojos, de darle con humildad un gran abrazo y a la vez, suplicarle… ¡De la vida por favor por sus sacerdotes, ámelos profundamente, platique con ellos, escúchelos, consuélelos!

Los necesitamos tanto a ustedes y sería terrible una falta de dialogo, una cerrazón para alejarnos de la fe porque no hay congruencia con lo que predican y dan como ejemplo. Sé por experiencia sobre la complejidad de prestar el servicio de autoridad, pero también sé que, si no se ejerce con humildad estando de rodillas frente al Sagrario y escuchando lo que Dios pide indiquemos a nuestros súbditos, difícilmente haremos su voluntad.

Santa Teresa de Jesús aconsejaba a sus prioras: “Háganse amar para ser obedecidas…” Siempre será más fácil la obediencia de una ovejita al llamado de nuestra voz, si escucha el tono de amor y no de imposición.

Por último, deseo que usted y sus sacerdotes sean defensores de la Iglesia enfrentado a quienes la estén echando abajo. Sé que nuestro Señor no lo permitirá, por su Espíritu seguimos de pie y necesitaremos de mucha fuerza, oración y perseverancia para sostener nuestra fe entre tanta confusión.

Sigo orando y suplicando a nuestro Señor y a santa María de Guadalupe por cada miembro de la jerarquía de esta Iglesia particular para que crezcan en santidad, sencillez, humildad y temor de Dios. Cuando muramos, nada nos llevaremos, sólo el valor de nuestras buenas obras. Y el día del juicio, esas buenas obras inclinen la balanza de cada varón quien recibió la gracia del sacerdocio.

Estoy a sus órdenes, mi oración por usted y por cada sacerdote de esta arquidiócesis.

Su hija, la más pequeña…

Griselda Terán Contreras

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