Editorial arquimedios En navidad, despiertan los profetas
Tenemos ante nosotros el camino abierto en dos direcciones: la primera, escoger la muerte y la guerra que continúa la espiral de dolor, especialmente, de los más frágiles y vulnerables. La segunda, permitirnos desarrollar un futuro de inclusión, bajo el cielo lleno de oportunidades de respeto y hospitalidad como artesanos de la paz.
| El Semanario de Guadalajara
Vivimos tiempos importantes para el mundo y para México. Nunca antes en la historia de la humanidad, habíamos tenido la oportunidad de conciliar y reparar, todo el horror que ha ahogado el corazón de los más vulnerables.
Tenemos ante nosotros el camino abierto en dos direcciones: la primera, escoger la muerte y la guerra que continúa la espiral de dolor, especialmente, de los más frágiles y vulnerables. La segunda, permitirnos desarrollar un futuro de inclusión, bajo el cielo lleno de oportunidades de respeto y hospitalidad como artesanos de la paz.
Ambos caminos están abiertos, depende de nosotros, en el espacio sagrado de la consciencia, discernir y elegir cuál nos lleva a la verdadera vida; no podemos repetir los errores de estos últimos años de barbarie, donde hemos visto asesinatos e infanticidios que la historia no nos va a perdonar.
Nos viene al encuentro Jesús, artesano de la paz, que nos está llamando. Nosotros, los católicos estamos locos y nuestra confianza está en las delicadas manos de un Nazareno, sereno y de mirada vivaz. Busquemos con sencillez exorcizar esos demonios que se visten de buenas intenciones.
Como profetas, vamos a reventarnos por dentro para que otros sanen, pues los católicos no tenemos otro oficio que remendar corazones. Cerrar la herida que está destilando dolor; mientras nuestra alma cura las ajenas, se va abriendo a girones como el botón de la flor.
Elijamos el camino de la vida, como dice el Papa Francisco, no nos conformemos con esta barbarie de desaparecidos, violencia y asesinatos; no adormezcamos nuestra consciencia ante los niños y sus derechos; ante los migrantes y su cansancio; ante las familias de los desaparecidos y su búsqueda; ante el aumento de los suicidios entre los jóvenes que hiere nuestro futuro.
Abramos el corazón a las manos de la inclusión, sin escondernos cuando el otro nos diga su origen, orientación sexual o condición económica.
Ante el pesebre, entremos en nuestro interior; silenciemos el cuerpo todo y que las fibras de la carne y sangre entren en sincronía con la sinfonía de la serenidad. Así, veremos el Espíritu de la paz que nos habita y busca abrirse paso en medio de nuestras entrañas.
Hoy, más que nunca, necesitamos de esa Iglesia que cura, escucha, reconstruye y abraza. Porque en el mundo, y por ello también dentro de la Iglesia, hay enfermedad, incomunicación, destrucción y división.
Dejemos que Jesús nos llame a ser reconciliadores con toda la luz, bondad y belleza que la vida nos ha regalado. Hagámoslo desde nuestras acciones cotidianas, con la ternura y la bondad saliendo a borbotones por los ojos. Así permitiremos que las únicas lágrimas que ayudemos a correr en medio de las mejillas, sean las de la alegría que no conoce orillas y que se fecunda del Espíritu de la paz.