"Urge indagar y entrar por el camino de los ministerios laicales y ministerios ordenados" José Ignacio Calleja: "¿Los actuales presbíteros y obispos somos el primer impedimento insalvable de la pastoral vocacional en la Iglesia?"
Las iglesias de Europa vuelven una y otra vez a la cuestión de la pastoral vocacional que pudiera regenerar nuestros mermados presbiterios. Más de una vez nos convocan a pensar y expresarnos sobre ella
A no ser que el miedo esté hablando por nosotros, los presbíteros “de toda la vida”, para no ver amenazada nuestra posición, urge indagar y entrar por el camino de los ministerios laicales y ministerios ordenadosurge indagar y entrar por el camino de los ministerios laicales y ministerios ordenados que sirvan a las necesidades de las comunidades, y esto es lo que puede hacer un Sínodo, mucho más que cada diócesis por su cuenta
| José Ignacio Calleja. Profesor de Moral Social Cristiana Vitoria-Gasteiz
Las iglesias de Europa vuelven una y otra vez a la cuestión de la pastoral vocacional que pudiera regenerar nuestros mermados presbiterios. Más de una vez nos convocan a pensar y expresarnos sobre ella. Es evidente que el lector sabe que la pastoral vocacional es mucho más amplia que ese concepto restringido que apunta la entrada de estas líneas. Tan amplia como la vocación del ser humano en la forma precisa de hacerlo como cristiano. Pero, de hecho, el planteamiento apenas despega de la vocación de los presbíteros y religiosos/as que como ordenados suma en nuestro imaginario a los consagrados/as, y que juntos componemos lo que hasta hace poco, y todavía hoy, llamamos “las vocaciones” y la pastoral vocacional.
Tampoco voy a explayarme en una teología integral de las vocaciones en la comunidad eclesial; ni es el tema del que hablaba ni soy especialista. Me refiero solamente a esa experiencia de diálogo pastoral de primer nivel, entre improvisado y más sentido que reflexionado, por el que nos sinceramos entre nuestra experiencia pasada y la preocupación por los sacerdotes que en el futuro puedan ser y servir las comunidades cristianas en cualquier lugar.
La cuestión, inicialmente, parece tan elemental como cuántos serán unos y otros, las comunidades y sus sacerdotes, pero sobre todo, cuántos sacerdotes habrá para sostenerlas en su vida cristiana. Subrayo que no se trata ahora de discernir qué es lo importante en el tema, sino cuántos sacerdotes habrá en disposición de verse destinados a este servicio. Sabemos que la pastoral vocacional por los presbíteros conlleva pensar en toda la vida eclesial, donde la interrelación de todos los sujetos, funciones y acciones de la misión evangelizadora es extrema, pero nuestro diálogo deriva fácilmente a cómo lograr más presbíteros.
Sabemos que esta manera de proceder, eligiendo tan parcamente en la complejidad del problema, no es correcta, pero lo hacemos. Quizá porque no se puede pensar todo a la vez, en un conjunto complicado que nos desborda en lo que urge y se plantea con tiempo limitado, o quizá, creo que con peso decisivo, porque en la reflexión, desde la pregunta, subyace el “prejuicio” de que el problema del sacerdocio es de número y no de concepto. Al menos es difícil traer al centro la perspectiva de si podemos tener un problema de concepto, habituados a responder de nuestra experiencia vocacional en positivo y a guardar con celo, unos, y respeto otros, la “dogmática” que rodea el tema en varias piezas del mismo. (En general, más que “la dogmática”, la pragmática, pero sigamos).
Tampoco esta consideración de la teología sacramental del sacerdocio ordenado me parece que debe ser el aspecto central del diálogo que nos ocupa en estas líneas; nos perderíamos desde el principio en un plano de la realidad que requiere mucho conocimiento teológico. Esto supone tiempo y metodología teológica en el empeño de escuchar, dialogar y postular. El momento primero de nuestro abordaje del tema es más sencillo y se conforma con observar una experiencia repetida entre sacerdotes. Yo la estimo necesaria, no me molesta, pero me hace pensar. Es la siguiente.
1) Habiendo propuesto como cuestión común y primera del trabajo ¿qué pensamos de la pastoral vocacional presbiteral en nuestra diócesis?, casi invariablemente todas las respuestas derivan hacia la descripción de cómo ha sido nuestro proceso vocacional de sacerdotes. Narración muy hermosa, por supuesto, pero que no responde para nada a la pregunta, y hasta deja entrever nuestro desconcierto.
2) Si esa respuesta se impone como procedimiento, está claro que va a derivar al lamento de que ya no hay condiciones familiares y culturales para hacer lo de antes, que el mundo ha evolucionado de un modo secularista, consumista e increyente, que estamos acomplejados para proponer nuestra vocación a los niños y los jóvenes, que tal vez no nos lo creemos como vocación sagrada y personal, que nos pierden la división y el aislamiento entre nosotros, que las teorizaciones son equívocas y no resuelven nada… En fin, que todo ha cambiado para “mal” y, se presupone, menos nosotros que estamos obligados a no hacerlo, porque “el sacramento sacerdotal” es de concepción revelada.
3) En estas condiciones es muy difícil, por no decir imposible, que nos hagamos preguntas elementales sobre si nuestra manera de definirnos como sacerdotes, finalmente, constituye un tapón que dificulta cada vez más el despliegue de ministerios laicales no ordenados y de ministerios eclesiales ordenados que cumplan perfectamente con la vida y acción pastoral de la Iglesia, en clave misionera, sin impedir su vocación matrimonial, su peso eclesial y su necesaria remuneración para sustentar una dedicación generosa y propia en las comunidades eclesiales. Todavía no he dicho ni palabra de la normativa eclesiástica que está condicionando el desarrollo de la vida de los presbíteros, sino cómo comenzar a evitar que ese modelo de ayer tapone la posibilidad de una salida comunitaria en el mundo presente.
"A no ser que el miedo esté hablando por nosotros, los presbíteros “de toda la vida”, para no ver amenazada nuestra posición, urge indagar y entrar por el camino de los ministerios laicales y ministerios ordenados que sirvan a las necesidades de las comunidades"
4) Porque la cuestión así planteada, tan primariamente, no está reclamando cambios absolutos en el sacerdocio para agradar el oído del mundo, eso que tanto se critica de acomodarnos a sus gustos para caer bien, no, sino de de no impedir que la comunidad tenga estas vocaciones diaconales realizadas de un modo que no espanten de antemano a los pocos jóvenes y adultos que pueden acercarse a ellas. A no ser que el miedo esté hablando por nosotros, los presbíteros “de toda la vida”, para no ver amenazada nuestra posición, urge indagar y entrar por el camino de los ministerios laicales y ministerios ordenados que sirvan a las necesidades de las comunidades, y esto es lo que puede hacer un Sínodo, mucho más que cada diócesis por su cuenta. Si nos cerramos a esta posibilidad y su potencial, los actuales presbíteros y obispos somos el primer impedimento insalvable de la pastoral vocacional en la Iglesia.
Pensar que todo está cambiando -cambio epocal- y nosotros refugiarnos en un lamento sobre el mundo que nos ignora, es torpe y ciego. Escudarse en que del diaconado de casados y casadas se habría de saltar, sin remedio y como una desgracia, al sacerdocio del mismo tenor, es gastar la vida en contener lo que pueda venir a la vida eclesial, por el discernimiento de todos en el Espíritu, y corresponde a cada generación añadir a su misión. Es una locura seguir conduciéndose sobre qué males advendrían si hacemos esto o aquello, cuando el mal mayor, el mal de desaparecer, no debe darse ni cabe pensar que el Espíritu nos lo pida. Y estamos en esa dirección por la inflexibilidad de nuestra respuesta ante un mundo que no podemos elegir.
5) Quiero insistir en la idea de que no se trata de complacer las modas del mundo, sino de saber cómo ser iglesia en salida evangelizadora, con la modestia de posibilidades que de hecho se dan, pero no dilapidando la mayoría de ellas por nuestra cerrazón en ser sacerdotes -supuestamente a la luz de la Revelación y la Tradición- de un modo que cierra las puertas a que otros, y nosotros mismos, acojamos los signos de los tiempos, Signos del Reino, y ofrezcamos ahí la gracia de la acción salvadora de Cristo.
Nuestra posición, repetida sin novedad alguna, es de locos engreídos en la pretensión de obedecer a Dios sin ninguna creatividad para su oferta de Vida. La locura de la fe se ha transformado en la locura del fundamentalismo que no solo no puede recrearse, sino que impide que lo hagan otros ministerios.
"Estoy convencido de que muchos de ellos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, podrían admitir muy bien un discernimiento vocacional más acertado para el mundo en que van a vivir, si el corsé de su ideario no los aislara tanto de la diversidad de la vida intelectual, social y religiosa de nuestra cultura, al menos en Europa"
6) En ese diálogo siempre surge la pregunta sobre dónde están esos jóvenes y adultos que puedan recibir la llamada a una vocación sacerdotal, diaconal y laical, dónde -nótese que evito niños-niñas- lo hará. Normalmente en movimientos y grupos de jóvenes que vienen o van construyendo su vida diaria, luchada, disfrutada y celebrada, en cristiano, si bien es necesario que la diversidad legítima que ya existe, y otra que pueda nacer en torno al primeranuncio, se repiense en términos de un discernimiento eclesial por hacer y mostrar, que evite grupos-estufa, o casi sectas, que encierran a los jóvenes en realizaciones pensadas para sustituir a los viejos presbíteros en la misma figura eclesiástica y cultural que propongo superar. Estoy convencido de que muchos de ellos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, podrían admitir muy bien un discernimiento vocacional más acertado para el mundo en que van a vivir, si el corsé de su ideario no los aislara tanto de la diversidad de la vida intelectual, social y religiosa de nuestra cultura, al menos en Europa.
7) Si ese ministerio sacerdotal se viera naturalmente conviviendo con otros ministerios ordenados, más normalizados por el trabajo y el matrimonio libre, y por otros ministerios laicales y bendecidos para las Iglesias, y acompañados de una equitativa remuneración para un vida sobria y dedicada a la misión compartida y pensada,… en poco tiempo el giro de la confianza pastoral en la evangelización del mundo sería importante; quizá no tanto en sus logros -el mundo es muy suyo, mucho-, pero sí en la autoconfianza de que podemos hacerlo, sabemos cómo, y lo facilitamos cambiando nosotros en lo mínimo que la vida requiere. En fin, dejaríamos de esperar que se llenen las iglesias entre acomodos y lamentos de que cambien ellos.
Conclusión. Todo lo expuesto lo podemos matizar aquí y allá; en los fundamentos teológicos, mucho; en la experiencia del mundo, mucho también, pero el paso primero es cuestionarnos como sacerdotes si estamos prácticamente dilapidando una herencia solo por no reconocer que nuestro ministerio, tal como lo tomamos, tapona hoy cualquier salida pastoral en la Iglesia. Por salvarnos nosotros, estamos terminando con la semilla de los ministerios evangelizadores entre los hombres y mujeres laicos, una oportunidad de oro dentro del estrecho margen de la realidad. Es tremendo lo que estamos haciendo. Agradezco a quienes me ayudaron a pensar esto y lo propongo.
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