El mayor escándalo que estamos viviendo: la desigualdad creciente entre ricos y pobres

Según los últimos informes, que han presentado las instituciones más autorizadas en asuntos relacionados con la economía y los derechos humanos (por ejemplo OXFAM), España es el 2º país de la UE en el que la desigualdad, entre los más ricos y los más pobres, ha crecido y sigue creciendo de forma cada día más alarmante. Entre 2008 y 2014, los salarios más bajos cayeron un 28 %, mientras que los más altos apenas se movieron o, por el contrario, aumentaron. En 2015, el sueldo del ejecutivo con salario más alto era 96 veces superior al del sueldo medio de los empleados de las empresas del IBEX. Por no hablar de los parados y una notable cantidad de pensionistas, que nos tenemos que conformar con ingresos de auténtica miseria.

A mi manera de ver, lo más grave, que se nos plantea, cuando se trata de afrontar este asunto, si la cosa se piensa despacio, pronto se da uno cuenta de que no se trata solamente – ni principalmente – de un problema económico o político, sino que hay, en todo esto, algo mucho más hondo. El tema de ricos y pobres, en España, es un problema cultural. En este país (como ocurre en otros, por ejemplo, en América Latina), son constitutivos culturales de nuestra sociedad. Y eso significa que el hecho de “ser rico” o “ser pobre” son elementos constitutivos de nuestra propia identidad. Lo que representa, entre otras cosas, que esto de la desigualdad no se arregla con más dinero o con buenos gobernantes. Por supuesto, hay que resolver cuanto antes esos dos factores del problema. Pero insisto en que, aumentando los billetes y poniendo a otros políticos, el problema seguirá siendo el mismo. Porque lo que hay que cambiar de raíz es nuestra cultura de ricos y pobres. Y de ricos contra pobres.

Ahora bien, una cultura cambia cuando se modifican los valores, las convicciones, las costumbres, los hábitos de vida, y el proyecto mismo de vida que cada cual se organiza. Y en esto – entre otras cosas – tiene una importancia decisiva, no digo la religión, sino las creencias más fundamentales, que determinan la forma de vivir y la conducta de las personas.

Esto supuesto, yo me pregunto si tienen claro y resuelto este problema y su solución tres de los factores más determinantes de la educación: las familias, la Iglesia y el Ministerio de Educación. ¿Entra esto, ante todo, en sus preocupaciones, en sus programas y proyectos para todas las etapas de la formación de un correcto ciudadano?
Por mi dedicación, de tantos años, a la religión, a la teología y a la Iglesia, mi convencimiento es que estamos estancados en un enorme escándalo. Un escándalo que es mayor y más importante, que los otros escándalos relacionados con la Iglesia, los curas y los obispos. Me refiero al escándalo de una Iglesia, que se preocupa más por la observancia del Derecho Canónico que por el cumplimiento de los Derechos Humanos.

Entre otras razones, porque el Derecho Canónico vigente es incompatible con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Por qué se calla el clero ante tantas violaciones de los Derechos Humanos? ¿No será porque la CEE teme que se pongan en cuestión los privilegios económicos y fiscales que todavía tiene la Iglesia en España? O para decirlo con más claridad, ¿Por qué la Iglesia no exige la igualdad, en dignidad y derechos, entre hombres y mujeres? ¿No será porque la Iglesia es la primera que no admite esa igualdad, en dignidad y derechos, entre hombres y mujeres?

Hasta el día en que la Iglesia no tome muy en serio la aceptación, la puesta en práctica y la debida educación en estos problemas tan fundamentales, que son los que pueden modificar nuestra cultura, la desigualdad (por más dura que resulte) seguirá siendo un componente de nuestra propia identidad. ¡Qué miseria tan vergonzosa y humillante!
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