Carta a Salman Abedi

Cuando esta mañana pude escuchar el atentado que tú has perpetrado con sólo 22 años de edad, en el momento en que estabas empezando a vivir y cuando aún no sabías muy bien por dónde caminar en la vida que te ha sido regalada, un escalofrío ha recorrido todo mi cuerpo y me ha dejado sin aliento.
¿Llegaste a pensar que tu ansiado paraíso iba a ser a costa de 22 muertos y la mayoría niños? ¿Alá, tu Dios, verá con buenos ojos esa barbarie y te recompensará por ello? Algo falla en mis cálculos humanos.
No sabes lo que has hecho con tu fanatismo cruel e irreverente. Yo te lo digo: Has ensuciado el nombre de Alá, le has hecho indeseable y has ensuciado el nombre de muchos musulmanes creyentes de buena voluntad. Porque si todo eso lo has hecho para honrar su nombre, lo que has hecho ha sido ensuciarlo de la manera más vil. Mi amiga Fátima, que es musulmana creyente, y vive en Madrid, con la que he tenido una larga amistad está aterrorizada y me dice que eso no es ser un buen musulmán. ¿A quién hago caso?
La vida que Dios te ha regalado para que la disfrutes y la llenes de alegrías la has dinamitado sin piedad cuando estaba a punto de comenzar de una manera adulta.
Has atentado, además, contra la gente que te ha acompañado en tu niñez, que te ha conocido desde niño, porque, según dicen los entendidos, habías nacido en Inglaterra. Era tu pueblo y tu gente aunque no compartiera contigo la misma fe a quien has hecho explotar sin piedad alguna para hacer felices a quienes desde lejos te han lavado el cerebro con sus proclamas violentas y te han engañado con un futuro paraíso, que ha resultado un infierno.
Te compadezco, Salman y compadezco a tantos como tú se dejan lavar de este vértigo absurdo que conduce a todos los infiernos. Sí, hay infierno, el infierno lo hacen posible gentes como tú con tan solo veintidós años. Es para estar muy triste, Salman.
O tal vez el problema final está en tu falta de integración en la comunidad inglesa que te ha recibido y acogido desde niño, a ti y a tu familia procedente de Libia; tal vez. Y eso también es triste, porque das pie a que la gente extremista defienda que es mejor no dejar pasar a nuestros pueblos a las gentes que, como un día tus padres, vinieron buscando una vida mejor para ti. Esa vida que tú ahora has dinamitado. ¿Sabes cuánto daño has hecho a las gentes que buscan llegar a Europa en busca de una vida mejor, huyendo de la guerra y de la falta de libertad, de lugares donde la gente no tiene derechos y las mujeres adultas son tratadas como infantiles?. Deberías haberlo pensado bien antes de dejarte convencer por tus cercanos para ponerte esos explosivos en tu cuerpo joven y esbelto, rebosante de vida. Es muy penoso, Salman. En el lugar donde tu corrías y jugabas de niño, en las cercanías de la escuela Whalley Range, había otros niños como tú –los has conocido- que han querido hacer de sus vidas un proyecto de bien y de futuro para ellos y para la sociedad. ¿Por qué tú has decidido acabar con ellos en lugar de ser como ellos? Preferiste imitar a aquellos dos amigos tuyos Zhara y Halane, que habían dejado su carrera de medicina, con tanto futuro, para irse a combatir en Siria con el Estado Islámico, a matar. Unos médicos que querían salvar vidas y se van a matar. ¡Qué triste Salman!

Hoy el mundo te mira con desprecio en tu paraíso inexistente. Hoy, cuando muchos te podían mirar con amor, por haber terminando tus estudios y haber hecho de tu vida un proyecto para el bien de la humanidad, todos te miran con desprecio por haber sido tan cobarde, tan dependiente, tan sometido por aquellos que te han dado órdenes y tú las has aceptado.
Si tu Dios te ha pedido esto, no es dios, o al menos no es el mío. Mi Dios es el Dios de la paz, el príncipe de la paz, el amante de la vida el que anuncia un tiempo de gracia y de perdón para todos. El que lava los pies a los otros en señal de servicio, el que no mata sino que da vida y vida abundante y perdona a sus verdugos desde lo alto del madero de la cruz. Ése es mi Dios. Él me enseñó que el mandamiento mayor de la ley es “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”
Si bubieras conocido a Dios, al Dios de la vida, no hubieras optado por un dios de muerte y de venganza. Ojalá tus amigos, la gente como tú, pueda conocer y beber del agua de la Vida para que nunca más la muerte de niños inocentes tenga lugar en nuestra tierra, la tierra donde estabas convocado a recrear la vida ya ser feliz. Alá solo es grande si es un Dios de vida. ¡Qué triste, Salman!
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