Santiago Panizo, un hombre libre

Me atrevo hoy en mi blog "TESELAS" a dar voz a un gran amigo, al que he conocido demasiado tarde. Santiago Panizo, es para mí una referencia en la reflexión y la autenticidad de quien se expresa con libertad en nuestra iglesia con su enorme autoridad. Por suerte para todos, pronto tendrá su blog en Religión Digital, mientras tanto, agradecido, por la referencia que me hace en su reflexión de hoy publico aquí su artículo. "Yo soy libre" (Como yo)
Mi frase del día: Yo soy libre”

¿Quién se atreve a confesarlo con entera verdad? Libre en la medida en que un ser humano puede serlo, conviviendo saludablemente con los incuestionables condicionantes pero exento de lo que determina y esclaviza?.
Soy casi adicto a la música de Nino Bravo y, entre sus incisivas canciones, me subyuga “Yo soy libre”. Sólo con la libertad por montera es posible lidiar y “hacer faena” con ante el bravío señuelo humano de la verdad. Pero no es fácil ser libre ejerciendo la libertad. Siendo como es “hada madrina” del hombre y de sus pasos sobre la tierra, no lo tiene fácil. Se le tiene amor; se le tiene miedo; se llevan dentro ansias y ganas de volar sin trabas pero lleva riesgos ser libre que pesan más a veces que las ganas de volar… A pesar de esto y a pesar también de saberse que el “ser libre” es empeño de similar a lo del “ser perfecto” del Evangelio y que las ansias de libertad en el hombre, como las de verdad, justicia o amor, tienen más de mito y utopía que de “éxitos logrados”, como estoy convencido de que el hombre es un “ser de aspiraciones y de sueños buenos”, en lucha perenne por hacerlos realidades, todo énfasis por la libertad nunca me parecerá excesivo ni fuera de lugar.

El año 2004, el Servicio de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid publicó mi libro Matrimonio civil desmitificado - En la coyuntura de una boda. Era un libro de ocasión, por la boda del entonces Príncipe de Asturias y actual rey de España Felipe VI con doña Leticia –periodista, presentadora de Informativos, casada civilmente, separada y divorciada entonces y hoy reina Leticia. Quería ser lo que digo en el mismo Exordio: hacer ecología con la verdad y la razón; quitar aureolas de cosa intocable, tabúes sin sentido de lo9 real; desmontar acatamientos ciegos y pleitesías por encima o más allá de toda racionalidad seria o crítica; sanerar terrenos pantanosos. Porque “los mitos malos, falsos o falseadores son estorbos y manchan a quien los tiene o los vive”. Y esta clase mitos –malos, falsos o falseadores- brotan en todas partes, a todas horas y su pervivencia mancha y desluce los mejores principios, las buenas intenciones, para condescender con esa plaga universal de empeñarse en no llamar a las cosas por su propio nombre.
No pretendo, sin embargo, en estas reflexiones, volver a la circunstancia que diera lugar a las varias cuestiones del libro sinorememorar tan sólo una Nota del mismo, la 174, de la pag. 204. “Hace un tiempo, oía de labios de un sacerdote mayor, experimentado y benemérito, este relato de su propia experiencia de vida: la “libertad de los hijos de Dios” es don y un preciado carisma en la Iglesia de Cristo mostrado por San Pablo; es un don der Cristo a sus seguidores conforme a los esquemas primarios del mensaje cristiano y forma parte institucional de las facultades y medios de obrar en la Iglesia. Lo que la libertad humana es al hombre para llegar a su destino terreno lo es la libertad de los hijos de Dios para eso mismo, pero en el orden de la gracia. Sin embargo, en su ejercicio –añado- esa libertad, o vuela con las alas recortadas, o es imposible antes de los 70 años, porque -antes de esa edad- ese carisma de tu libertad se puede convertir en tu desgracia. La vieja experiencia de aquel hombre me llevó a pensar en el dicho y en lo posible o verosímil de su verdad”. Esta Nota ampliaba y comentaba mi idea de que, a pesar incluso de los cambios y reformas –dentro de la Iglesia, claro- no se hayan caído y aún pervivan “mitos pesados, desajustes conceptuales y de fondo” que sigan impidiendo que se pueda apostar por lo auténtico y que la identidad cristiana no pueda o logre ser vivida sin “carga de obsesiones y complejos, de culpa o de inferioridad”.

Ahora mismo, estoy leyendo el libro de un amigo religioso mercedario, Alejandro se llama, con carga a sus espaldas de fardos pesados de cuitas físicas y morales; que –a pesar de su volumen- no sólo no han logrado reducir su entereza y valor, sino que le instan a decir lo que piensa con alegre y valiente firmeza y sin concesiones ni a la galería ni a esas reservas autoritarias exigidas casi siempre en el nombre de Dios para tapar miserias humanas.
Es un libro de los que suelen llamarse en literatura “memorias interiores”, especie de “diario íntimo” en que el hombre o la mujer juegan el alma entera a la carta de dar cuenta y revelar hasta lo que en el hombre –idea de San Agustín- puede ser misterio, inclusive para sí mismo. Se titula “Nacer de nuevo” (PPC 2017).
Observo, nada más abrirlo, que su autor es un hombre de los de “antes quebrarse que doblarse”; de los que, al amor a la Iglesia, adelantan el conocerla lo mejor posible en su “yo” y en su “circunstancia” para –después- defenderla incluso de sus mismos enemigos interiores. Su exquisita lealtad y fidelidad a sus creencias (cosa de hombres derechos y hechos para estar de pie y no de rodillas ante otros hombres) le llevan a presentar en el segundo párrafo de la Apertura esta valiente tarjeta de visita: “Yo quiero, sin pudor, abrir las ventanas del alma al que quiera acercarse y mirar. A mis cincuenta y muchos años, ya no necesito muchas precauciones para decir lo que siento y desnudar mi corazón. Me siento muy libre de todo y de todos. Es una ventaja que te regalan los años. Aquella timidez de antaño y la precaución para no herir sensibilidades exquisitas ya ha pasado”.
Al ir leyendo y meditando estas palabras sinceras, aparte de sentirme revivir por dentro en mis viejas querencias, evoco en la Historia dos actitudes censorias –muy próximas, pero muy lejanas; sinceras seguramente las dos pero de asimetrías profundas: Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero. Ambos coinciden en sus denuncias de los excesos y corrupción de los hombres de la Iglesia de su tiempo. Erasmo fue invitado por Luero a “saltar la valla” con él, a lo que siempre se negó el humanista holandés, para el que los posibles fallos de los hombres de Iglesia no son fallos del Evangelio de Jesús sino hipotecas de lo humano, censurables –por eso los censura-, insuficientes en un hombre de fe, esperanza y caridad como él era y demostró en su vida para “echarse al monte”. Es lo que va de un hombre que abandera siempre la esperanza a otro abanderado de la destrucción. Que “reformar” es quitar vicios y sustituirlos por virtud y no dar patadas al avispero. A los dos les dolía la Iglesia de su tiempo pero cuán diferentes y hasta opuestas fueron sus actitudes.

Aunque prometo reflexionar, mañana o pasado, sobre la vigencia real de los derechos humanos, incluso dentro de la Iglesia, hoy me oriento hacia la libertad como prerrogativa personal exigible a todo hombre que se precie de serlo, y no marioneta, robot, “lameculos” o muñeco de guiñol.

¿Mi frase del día? Un bellísimo y muy expresivo pensamiento del Epílogo del libro del P. Alejandro F. Barrajón, que leo estos días: “Dios mtierne en su ADN la ternura y el amor y así nos lo ha trasmitido a los hombres, que hemos mutado este ADN a fuerza de voluntad mal usada”. Pensándolo bien, a la luz de esta frase, puede verse más luz en las grandes zonas de sombra del ingente misterio del hombre: el misterio del mal; el enigma de la libertad; la resistencia de los “mitos” malos a dejarse “desmitificar”… y muchas otras cosas, que se quedan para otros días.

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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