La ceguera de no querer Estamos amenazados de Pascua
La oscuridad es la otra cara de la fe
Tenemos ojos para ver pero no siempre vemos. Jesús insistía en una frase cuando menos curiosa: “El que tenga oídos para oír que oiga”.
El Principito de Saint de Exupèry afirma: “Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón”.
En el evangelio del cuarto domingo de Cuaresma sentimos que Jesús es la luz del mundo y todo el que le sigue alcanza la luz de la vida”
La oscuridad o la tiniebla forman parte, irremediablemente, de la vida interior de todos los hombres y mujeres. Somos ciegos de nacimiento también nosotros. Nos gustaría ver las cosas claras pero no siempre las vemos; nos gustaría que alguien nos iluminara cuando tenemos dudas. Estamos permanentemente sedientos de luz, azotados por el misterio, impresionados por la belleza y la grandeza de cuanto nos rodea.
El ciego del evangelio de Juan es un prototipo de los seres humanos, de cada uno de nosotros. Por una parte, sentimos nuestra debilidad: somos de barro y Jesús con su saliva hace barro para recordarnos nuestra condición y nuestra ceguera. Por otra parte, nos unta en los ojos para que recobremos la vista. El barro de Jesús con su saliva no es otra cosa que su palabra. La Palabra ilumina y abre los ojos del corazón para que sepamos ver bien. Es tiempo, pues, de dejarnos iluminar por la Palabra. De la mano de la Palabra podemos recorrer el camino cuaresmal que nos lleva con Jesús hasta Jerusalén y nos abre las puertas de la Pascua. ¡Estamos amenazados de Pascua!
Con el gesto de hacer barro con la saliva Jesús quiere renovar la creación primera del hombre. De nuevo Dios en su Hijo, modela el barro con su saliva para recrear la luz en los ojos del ciego. Es un símbolo de la nueva humanidad que ha de surgir en nosotros y en nuestro entorno. Es posible una vida nueva, una mirada nueva. La cercanía de la Pascua es una garantía de ello. Nada está perdido o ciego inevitablemente.
Para recobrar la vista hemos de lavarnos los ojos en la fuente de Siloé. Nos lavamos cada vez que miramos la vida con ojos limpios y renunciamos a juzgar y a condenar. Tenemos que aprender a mirar como Dios.
La mirada de Dios no es como la mirada de los hombres. El profeta Samuel, enviado a ungir a David como escogido de Dios, escuchó la voz de Yavé que le decía: No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura… Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.» Y al final la mirada de Dios y la elección recae sobre el hijo más pequeño de Jesé, sobre el menos esperado, el que estaba lejos cuidando el rebaño.
Dios nos desconcierta con frecuencia, nos saca de nuestras casillas y desbarata nuestros cálculos. Es un Dios imprevisto y sorprendente porque tiene una mirada llena de misericordia y gratuidad mientras en nosotros prevalece el interés.
. El salmo 22 es una de las más bellas imágenes de Dios. Él cuida su rebaño con cariño, le alimenta y le busca buenas fuentes de agua y lo guía por el sendero justo. En sus manos estamos tranquilos y seguros. Nada hemos de temer si Dios es nuestro pastor.
En otro tiempo éramos tiniebla, dice la escritura, pero ahora somos luz. Hemos sido envueltos por el Sol que nace de lo alto. Al pueblo que caminaba en tinieblas una luz le brilló. Pero el peligro de dejarnos atrapar por la oscuridad está siempre cercano. Alejarnos de Cristo es perdernos en el valle de la tiniebla.
Sería bueno que hiciéramos, aunque sólo fuera un momento, la experiencia de estar ciegos. Tal vez así entenderíamos lo que significa gozar de la luz, disfrutar del don de la fe y poder conocer a Dios. Sólo así sentiríamos la necesidad de buscar la luz.
Con este gesto Jesús está recordándonos su condición mesiánica. Dar la vista a los ciegos era una señal inequívoca de la llegada del Mesías Salvador como había anunciado el Profeta Isaías: “Los ciegos ven… y a los pobres se les anuncia la buena noticia”
Lo estamos viendo: Jesús nos lava los ojos, nos hace ver la luz, nos invita a iniciar un camino de entrega con Él hacia la Pascua. ¿Qué hemos de hacer, entonces? Lo mismo que el ciego de nacimiento: ¿Crees en él, le dijo Jesús? Dime quién es Señor para que crea. Ya lo estás viendo es el mismo que habla contigo. Creo, Señor. Y se postró ante él.
A nosotros sólo nos queda postrarnos también ante Él. Reconocerlo como nuestro único Señor; la luz que inunda nuestra vida. Porque cuando más grandes somos es cuando nos arrodillamos delante de Dios.
Cuaresma, camino de Pascua. Sigamos caminando envueltos en una luz nueva. La que nos regala la Palabra, la Eucaristía y el amor de los que caminan con nosotros. “Vayamos a Jerusalén y muramos con Él” decía el apóstol Tomás. ¡Pues vayamos!
POEMA DEL CIEGO QUE VIO A CRISTO
Ramón Castelltort, Sacerdote
Solo soñando,
veían sus ojos la claridad;
había nacido ciego
y le gustaba soñar.
De ojos afuera...!que ruido¡;
de ojos adentro...!que paz¡;
¡y le bastaba¡, era ciego
y no quería ser más.
Pudiéndose ver el alma
-que era de luz de cristal-
¿para que salir al logro
de otras cosas, mas allá?
Con sueños de halos angélicos
Se le aquietaba el afán.
Y así pasaba sus días
de amargo peregrinar.
II El aire en deliquio
hervía de palpitaciones...
Era la mañana azul
de un día en que en los campos
reía con flores la primavera.
Balanceaban sus talles,
como rubias nazarenas,
las palmeras de los valles.
Y en Jerusalén, las calles
eran rumor de colmenas.
Semblantes abigarrados,
cuerpos entre si apretados
y de puntillas erguidos
y con los ojos perdidos
tras otros ojos amados.
Y llenando la ciudad
un sonoro griterío
fundido, como el de un río
que bajo la inmensidad
se desatara en un brío
de espumas... ...!Pasa el Mesías¡.
.. ...¡Mesías!... ...¡Cuánto fervor
de ojos y de algarabías¡...
...Pero trémulo de amor,
sin poder ver al Mesías,
vierte lagrimas baldías
el ciego. Siente dolor
de ser ciego; ahora quisiera
poder ver, que hoy su ceguera
le deja inquieto el afán,
¡que la paz brilla hoy afuera
por donde vienen y van
las gentes en ventolera! .
..Flota en los aires perdido
su clamor... Ay, entre tanto
frenesí, que poco ruido pueden
hacer un latido
y unas gotitas de llanto!
III
¡Pero llegaron al alma
de Cristo aquellos afanes!...
Jubilo de muchedumbres
sentía el ciego acercarse,
y andaba hacia su rincón
de siempre tentando el aire
y hormigueados de sol
sus ojos parpadeantes.
El le sentía llegar
si que lo dijera nadie
por el dolor de sus ojos
que pugnaban por saltarle,
por las fragancias del ahora
y por un roce inefable
que la acariciaba el alma
con ósculas siderales.
Llega Cristo...finca el ciego
su rodilla en homenaje
y sus ojos muertos se alzan,
sin poder verle, o mirarle.
Sigue el pueblo en oleadas
destrépito. Vibra el aire
nuevo y cantarín.
Los labios del Mesías
se entreabren.
¿Qué anhelas?
(...El ciego calla.
¿es a mi?.¡si no soy nadie?)
¿Qué anhelas?
...Señor.¡que vea!.
¡Que pueda verlo un instante,
aunque después otra vez
ciegue, para no mancharme
los ojos con que te vea!
¿Quieres ver?
¡ ¡Señor! Pues hágase...
(y estallan sobre sus párpados
dos auroras boreales)
...y mírame, y mira al cielo
y las flores y las aves.
¿y haz que tus ojos que hoy baña
la luz nunca se te manchen?
Éxtasis...El ciego mira
Solo a cristo, palpitante.
Todo lo demás sol, pájaros...
Aunque es nuevo, no le atrae.
Toda otra luz le lastima
No siendo la que El expande.
¡Señor ¡ Le sonríe cristo
Y lánguidamente parte
¡Milagro! Claman las gentes,
¡Milagro! Repite el aire,
y van y vienen milagros
como sobre un oleaje.
Y el ciego ni oye ni siente
Eternizado en mirarle .
IV
Aquellos ojos seremos,
Desde que le habían visto Hablan
quedando llenos De los fulgores
de cristo. Paso un tiempo...
por sus agros Y sus calles,
Palestina Perdió una siembra
divina De nardos y de milagros.
Alba roja...sangre en sienes
De un día de frenesí.
Aurora triste de un viernes
Después de un getsemani.
Siseo e inquietud...vestigios
De algo grande...
primer paso Para ver
muchos prodigios
O un crimen horrible, acaso. ...
El atrio de Anas...rumores confusos.
Fingen quimeras de sombra
algunas hogueras vibractiles
de fulgores. Corte el frío...
Canta un gallo...
Gente y voces van y vienen...
Dentro, unas manos sostienen
Un papiro con un fallo.
Despunta el día...vertieron
Ya en todo el pueblo veneno.
Nadie protesta...¡y prendieron
A Jesús el Nazareno!
Nadie protesta...¡y hay tantos
A quienes abrió los ojos!
Mas lo que ayer fueron cantos
De triunfo, son hoy sonrojos.
V Puertas de marfil resbalan
Sobre fondo de oro y púrpura.
Poncio Pilato, el pretor,
Comparece ante las turbas,
E hiriendo el mármol del suelo
Seis alabardas le anuncian.
Con él aparece Cristo
Sin ninguna nunciatura:
Piltrafas de carne cuelgan
De sus espaldas desnudas;
Lleva corono de espinas
Que ningún rey llevo nunca
¡Ecce homo!... ¡Crucificadle!
¡Crucificadle!...
y ulula todo el pueblo, alza las manos,
roncas las voces hombrunas,
los ojos hinchados de odio
y en crispaciones de furia.
Los mismos que ayer en triunfo
Le llevaron, hoy le injurian:
Veleidades en el mar De olas.
De cantos y espumas.
¡Ecce homo! ¡Crucificadle!...
...y Cristo mira a las turbas
como tantas veces, antes,
con mansedumbre y dulzura.
...Pero han topado sus ojos
con unas pupilas turbias de horror,
de sangre y de llanto
y de hieles de amargura.
El ciego aquel de aquel día,
Que le mira y no le injuria,
Que le mira con los ojos
Que él le abriera, con dulzura,
Y llora porque se manchan
Mirando cómo le injurian.
El ciego aquel, que entre todos
Es...¡cómo un beso de espuma!
¡Señor! ¡Señor!... yo no quise
los ojos para esto nunca.
Si me los distes para esto,
La sombra otra vez los cubra
¡Hay, ojos míos, al polvo!,
no miréis mas su figura.
Quiero ser ciego otra vez,
¡Ser ciego otra vez!...
escucha, Señor, mi suplica,
¡ciégame!, ¡que ya no quiero ver nunca!
...Cristo le mira y sonríe...
y mientras rugen las turbas
queda una gotita menos,
en su cáliz, de amargura.
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