El cristal roto o la vulnerabilidad de un niño

Hoy he tenido que vivir la experiencia más dura, probablemente, de toda mi vida como sacerdote y psicólogo: comunicar a un niño, por petición de su padre, la muerte de su madre, amiga mía, afectada por un cáncer.El niño, al que yo siempre he llamado Jimy, y que me profesa un cariño especial, esperaba la noticia, pero no la esperaba ahora. Una noticia como ésta no se espera nunca y mucho menos un niño acerca de su madre. Su padre, hundido, como es lógico, ha pensado en que fuera yo quien le comunicara al niño la noticia porque sabía que él se fía mucho de mí y siempre se ha alegrado mucho con mi compañía. El encargo ha sido muy duro, pero no podía negarme en absoluto, por mi amigo Jimy y por su padre que vive uno de los momentos más tristes de su vida.
Desde el principio he tenido claras unas cuantas cosas, aunque nada parece claro cuando tienes de frente la cara ingenua y sencilla de Jimy y ves que el cristal de su fragilidad se hace añicos de dolor.
No podía mentirle: un niño tiene derecho a conocer la verdad y mucho más cuando se refiere a su madre. Deformar la verdad para pretender evitar un disgusto al niño puede ser contraproducente. Le he preguntado si quería verla y me ha dicho que no; y me ha parecido lo mejor, porque hay que evitar en lo posible a un niño escenas que pueden quedar prendidas en su pensamiento para siempre. Tal vez hubiera sido mejor que rompiera a llorar, pero se ha mantenido firme, aunque compungido y con la mirada en el suelo. La presencia de su padre también ha ayudado a que él estuviera más seguro.
He intentado que se sienta ahora corresponsable de su padre y le he pedido que lo cuide porque es un poco desordenado. Me lo ha prometido. Quería, sobre todo, transmitirle seguridad en un momento en que parece que para él su seguridad esencial desaparece. El lago de su vida se ha visto de repente desbordado por olas furiosas que han roto la apacibilidad normal de su vida. Parece importante que sus amigos lo arropen en un momento tan importante como éste.
Mañana será el funeral y quiero que uno de sus mejores amigos lo acompañe a misa para que nunca pueda pensar que no pudo despedirse de su madre. La gente, que conoce bien a su familia, mañana lo arropará con su cariño y esto siempre es un buen remedio a la incertidumbre.
Será inevitable que Jimy pase un tiempo de duelo. Inevitable y necesario. Al menos tres o cuatro meses. En este tiempo, todos los que lo queremos estaremos muy atentos a su comportamiento para adelantarnos a posibles momentos de quiebra anímica o posible depresión.
La vida presenta en no pocas ocasiones momentos muy difíciles de sobrellevar para todos, pero mucho más para un niño como Jimy.
El misterio del dolor nos abruma y nos sobrecoge cada día. Seguimos contemplando la cruz de Cristo en viernes santo y aún no somos del todo conscientes de la Pascua. Pero mañana lo intentaremos en nosotros y con Jimy. Hoy estamos de duelo con Prado, con su esposo, con Jimy y sus hermanos y sólo suplicamos el consuelo de vuestras oraciones. Prado ha sido durante muchos años un ejemplo impresionante de lucha para todos y de ese ejemplo vamos a sacar fuerza para nuestra debilidad. Descansa en paz, amiga Prado. Dios es amigo de la vida, de tu vida; de eso estamos seguros.
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