Una iglesia soporífera
Tengo un buen amigo sacerdote, muy joven. Ha sido destinado a una “parroquia –bien” y allí se ha dirigido con todas sus ilusiones y el deseo de trabajar, con mucho empeño, entre los jóvenes y los niños, sobre todo. Es un experto pastoralista en el trabajo catequético con niños. Va de vicario; le ha tocado un párroco que es toda una institución en lo que ya no se debe hacer: letanías, jaculatorias, incienso, muy activo en blogs donde ataca a todo lo que se mueve, el papa le parece una desgracia que hay que sobrellevar, le encantaría la misa de cara a la pared, como en otros tiempos, pero se reprime, lee diariamente Infocatólica y se alimenta de esos comentarios supurantes que se publican cada día... en fin, un cura de otros tiempos que solo le preocupa el poder, el dinero y la imagen y que se ha quedado obsoleto.
Lo mejor sería concederle una jubilación decente, porque, además, supera los 70 años, pero como hay pocos curas, lo mantienen pensando que "a falta de pan, buenas son tortas" y él tampoco está dispuesto a dejar su “reino”. De todos es sabido las resistencias de muchos párrocos a dejar sus “poderes” cuando el obispo los remueve y dejan de ser párrocos por la razón que sea.
El primer día que mi amigo desplegó en la homilía de la misa con niños una pancarta llena de ilustraciones para explicar el evangelio del día, al párroco casi le da un infarto. ¡Esto es una misa, no es un teatro! ¿A dónde vamos a llegar con estas modernidades? ¡Se acabaron las modernidades, la misa como Dios manda!
Y mi amigo se ha sentido muy decepcionado y desanimado. Era su primer destino y había puesto mucha ilusión en esta tarea, pero se ha visto con las alas cortadas en la primera oportunidad. Ha pensado que ése no era su sitio y así se lo ha hecho saber al vicario general. Éste, con buen juicio, y con un talante más comprensivo y humano, le ha buscado otro destino a mi amigo. Y ahora está feliz, tranquilo y haciendo un precioso servicio pastoral, a su estilo, en donde se encuentra.
Esta anécdota, que no es la única, conozco otras muy parecidas, me sugiere una reflexión.
Me pregunto hacia qué tipo de iglesia estamos caminando o queremos caminar. Yo me apeo de una iglesia que sólo vive para las formas, para el poder y para el dinero. Ésa es la iglesia que ven mayoritariamente los jóvenes. Yo mismo me he encontrado en mi ya larga experiencia con algunos casos como éste. Cada vez que veo el rechazo de los niños y de los jóvenes hacia todo lo religioso y eclesial me pregunto cómo será nuestra iglesia dentro de unos 10 o 20 años. ¿Qué estamos ofreciendo y haciendo para que la iglesia de Jesús, la comunidad de los creyentes, pueda ser un lugar acogedor y atractivo donde vivir la fe y celebrarla con gozo y alegría; no para cumplir el precepto dominical sino para disfrutar de la sensación de formar parte de una comunidad que camina en la fe hacia el encuentro con Cristo, el Señor. Una comunidad estrecha y triste no es un ámbito propicio para la celebración de la fe. Es verdad que la misa es también un sacrificio pero no olvidemos que tiene mucho de banquete, de fraternidad y de fiesta pascual. Algo habrá que hacer para que los niños y los jóvenes no sean un bostezo permanente en nuestras misas, cuando van, sino un lugar de participación y de encuentro festivo en torno a Jesús y su palabra.
En mis tiempos de párroco, no hace mucho tiempo, pasé una encuesta a los jóvenes de la parroquia para ver cómo se situaban ante la realidad de la misma, qué sugerencias querían hacerme y dónde estaban dispuestos a colaborar entre todos los grupos y servicios parroquiales que la parroquia tenía. Muchos jóvenes rellenaron las encuestas, unos por sí mismos y otros animados por mí, y la entregaron en la sacristía, me la dieron personalmente o la depositaron en el buzón de correos. La encuesta, evidentemente, era anónima.
En aquella encuesta yo pude descubrir algunas cuestiones interesantes que, sin duda, me hicieron aprender y recapacitar. Una de las quejas que más se repetían era que las misas eran un rollo, aburridas, sin ninguna participación y “propiedad personal del cura”. Si el cura era “enrollado” y preparaba una homilía atractiva aún se podía aguantar pero cuando aparecía uno que leía las homilías en un papel que ya se notaba amarillento y además creía que hablaba muy bien porque se escuchaba a sí mismo, la misa se hacía insufrible y más de uno se marchaba en la mitad porque le resultaba muy difícil aguantar.
Lo de que las misas eran poco participativas me llevó a pensar en alguna manera de darles participación y comencé a hacer homilías participativas donde la gente podía, micrófono inalámbrico en mano, exponer sus inquietudes sobre la palabra de Dios que habíamos proclamado. Y el resultado fue muy curioso.
Encontré resistencias muy fuertes, incluso en el equipo más cercano de sacerdotes y encontré respuestas admirables de gente que, hasta venía cada domingo, desde muy lejos para participar en esa Eucaristía porque, según decían, se sentían muy a gusto y escuchados en esa manera de comentar la palabra. La participación de la gente fue en aumento y mi misión era más que nada clarificar alguna cuestión o centrar los comentarios para que no nos fuéramos por los cerros de Úbeda. Pero la experiencia, en general, fue muy grata y muchos feligreses la recuerdan, aún hoy, con mucho cariño. La gente que asistía antes a aquella misa, se fueron clarificando: unos no volvieron más y buscaron una misa más “normal”, sobre todo los que pertenecían a algunos movimientos eclesiales de corte más conservador y los que venían para cumplir el precepto dominical, otros hicieron de esa misa su misa de cada domingo. Llegamos a escuchar testimonios personales de fe verdaderamente ejemplares y de confianza en Dios. Fue una experiencia muy rica e interesante que yo volvería a llevar a cabo si alguna vez llego a tener responsabilidad pastoral. En aquella misa nadie se sentía juzgado cuando hablaba, más bien se sentía escuchado y comprendido. En alguna ocasión los participantes llegaron a ser ovacionados con un aplauso por su valentía a la hora de comunicar su fe. Yo sé que, oficialmente, la homilía es tarea del sacerdote –como me recordaban los contrarios a ese tipo de participación- pero si no vamos rompiendo algún esquema y buscando algún espacio de creatividad y búsqueda, acabaremos predicando sólo a las piedras.
Otra experiencia positiva que yo he tenido en mis predicaciones ha sido incorporar el mundo de la poesía a la predicación. ¡Hay poemas tan bellos sobre los tremas más frecuentes que aborda el evangelio y que no sabemos aprovechar para que llegue a la gente la buena noticia¡ Éste fue un recurso aceptado y valorado por unanimidad. La gente me felicitaba por esta iniciativa y me pedía copias de los poemas que habían ilustrado la predicación porque les habían tocado alguna fibra del corazón.
Cuento todo esto desde el desde el doloroso comentario de mi amigo y su experiencia en su parroquia con los métodos que ha querido utilizar para llegar a los niños y no se lo han permitido.
Me pregunto si Jesús no utilizó métodos de predicación muy distintos a los que se usaban en la oficialidad del templo y en las escuelas rabínicas, cuando sentaba a la agente en la hierba y les hablaba en parábolas para que pudiera entender la gente sencilla desde los símbolos propios de su vida diaria: el campo, la tierra, el pastoreo, la vida familiar…
Me pregunto si no está llegando el tiempo de superar los métodos soporíferos, según dicen los jóvenes, que aún utilizamos hoy en nuestras celebraciones y apostar por nuevas búsquedas y métodos más creativos que susciten de nuevo el interés por las cosas de Dios.
A mí me gusta la belleza en la liturgia; me encanta la belleza. Creo que es un camino que nos lleva a Dios y no podemos desperdiciar. La Eucaristía es un momento sublime y solemne y hemos de cuidarla mucho. En este sentido yo no defiendo que en ella hagamos cualquier cosa en aras de la novedad, no. Pero sí que abramos un poco la mente a la creatividad y a la novedad de los tiempos que vivimos e incorporemos lo que pueda ser útil a la liturgia y a la catequesis sin falsas culpabilidades ni escrúpulos paralizantes. Una Eucaristía bien merece nuestra preocupación y esmero- para que los participantes no se sientan juzgados o marginados, como algunos jóvenes expresan, ya sea por sus cabellos, sus tatuajes o sus piercing y sus pantalones rotos, sino acogidos e invitados a enriquecer ese hermoso espacio de vivencia espiritual y de compromiso social. No bastan las jaculatorias y el incienso, la misa es compromiso de servicio, de lavar los pies, de preocuparse por los pobres de la comunidad.
Los tiempos que vivimos se caracterizan por el cambio y la novedad, por los nuevos cánones de belleza y de pluralidad. Todo esto ha de formar parte de nuestra vida cristiana, de nuestra liturgia y de nuestra propuesta pastoral o, de lo contrario, seguiremos estando a años luz de nuestro pueblo.
Muy espirituales, sí, pero solos. Muy oficiales, sí, pero fracasados. Muy revestidos de autoridad y dignidad sacerdotales, pero ignorados hasta límites que rozan lo tolerable.
O nos caemos del burro o nos tiran. Yo prefiero apearme por mi propio pie.
Lo mejor sería concederle una jubilación decente, porque, además, supera los 70 años, pero como hay pocos curas, lo mantienen pensando que "a falta de pan, buenas son tortas" y él tampoco está dispuesto a dejar su “reino”. De todos es sabido las resistencias de muchos párrocos a dejar sus “poderes” cuando el obispo los remueve y dejan de ser párrocos por la razón que sea.
El primer día que mi amigo desplegó en la homilía de la misa con niños una pancarta llena de ilustraciones para explicar el evangelio del día, al párroco casi le da un infarto. ¡Esto es una misa, no es un teatro! ¿A dónde vamos a llegar con estas modernidades? ¡Se acabaron las modernidades, la misa como Dios manda!
Y mi amigo se ha sentido muy decepcionado y desanimado. Era su primer destino y había puesto mucha ilusión en esta tarea, pero se ha visto con las alas cortadas en la primera oportunidad. Ha pensado que ése no era su sitio y así se lo ha hecho saber al vicario general. Éste, con buen juicio, y con un talante más comprensivo y humano, le ha buscado otro destino a mi amigo. Y ahora está feliz, tranquilo y haciendo un precioso servicio pastoral, a su estilo, en donde se encuentra.
Esta anécdota, que no es la única, conozco otras muy parecidas, me sugiere una reflexión.
Me pregunto hacia qué tipo de iglesia estamos caminando o queremos caminar. Yo me apeo de una iglesia que sólo vive para las formas, para el poder y para el dinero. Ésa es la iglesia que ven mayoritariamente los jóvenes. Yo mismo me he encontrado en mi ya larga experiencia con algunos casos como éste. Cada vez que veo el rechazo de los niños y de los jóvenes hacia todo lo religioso y eclesial me pregunto cómo será nuestra iglesia dentro de unos 10 o 20 años. ¿Qué estamos ofreciendo y haciendo para que la iglesia de Jesús, la comunidad de los creyentes, pueda ser un lugar acogedor y atractivo donde vivir la fe y celebrarla con gozo y alegría; no para cumplir el precepto dominical sino para disfrutar de la sensación de formar parte de una comunidad que camina en la fe hacia el encuentro con Cristo, el Señor. Una comunidad estrecha y triste no es un ámbito propicio para la celebración de la fe. Es verdad que la misa es también un sacrificio pero no olvidemos que tiene mucho de banquete, de fraternidad y de fiesta pascual. Algo habrá que hacer para que los niños y los jóvenes no sean un bostezo permanente en nuestras misas, cuando van, sino un lugar de participación y de encuentro festivo en torno a Jesús y su palabra.
En mis tiempos de párroco, no hace mucho tiempo, pasé una encuesta a los jóvenes de la parroquia para ver cómo se situaban ante la realidad de la misma, qué sugerencias querían hacerme y dónde estaban dispuestos a colaborar entre todos los grupos y servicios parroquiales que la parroquia tenía. Muchos jóvenes rellenaron las encuestas, unos por sí mismos y otros animados por mí, y la entregaron en la sacristía, me la dieron personalmente o la depositaron en el buzón de correos. La encuesta, evidentemente, era anónima.
En aquella encuesta yo pude descubrir algunas cuestiones interesantes que, sin duda, me hicieron aprender y recapacitar. Una de las quejas que más se repetían era que las misas eran un rollo, aburridas, sin ninguna participación y “propiedad personal del cura”. Si el cura era “enrollado” y preparaba una homilía atractiva aún se podía aguantar pero cuando aparecía uno que leía las homilías en un papel que ya se notaba amarillento y además creía que hablaba muy bien porque se escuchaba a sí mismo, la misa se hacía insufrible y más de uno se marchaba en la mitad porque le resultaba muy difícil aguantar.
Lo de que las misas eran poco participativas me llevó a pensar en alguna manera de darles participación y comencé a hacer homilías participativas donde la gente podía, micrófono inalámbrico en mano, exponer sus inquietudes sobre la palabra de Dios que habíamos proclamado. Y el resultado fue muy curioso.
Encontré resistencias muy fuertes, incluso en el equipo más cercano de sacerdotes y encontré respuestas admirables de gente que, hasta venía cada domingo, desde muy lejos para participar en esa Eucaristía porque, según decían, se sentían muy a gusto y escuchados en esa manera de comentar la palabra. La participación de la gente fue en aumento y mi misión era más que nada clarificar alguna cuestión o centrar los comentarios para que no nos fuéramos por los cerros de Úbeda. Pero la experiencia, en general, fue muy grata y muchos feligreses la recuerdan, aún hoy, con mucho cariño. La gente que asistía antes a aquella misa, se fueron clarificando: unos no volvieron más y buscaron una misa más “normal”, sobre todo los que pertenecían a algunos movimientos eclesiales de corte más conservador y los que venían para cumplir el precepto dominical, otros hicieron de esa misa su misa de cada domingo. Llegamos a escuchar testimonios personales de fe verdaderamente ejemplares y de confianza en Dios. Fue una experiencia muy rica e interesante que yo volvería a llevar a cabo si alguna vez llego a tener responsabilidad pastoral. En aquella misa nadie se sentía juzgado cuando hablaba, más bien se sentía escuchado y comprendido. En alguna ocasión los participantes llegaron a ser ovacionados con un aplauso por su valentía a la hora de comunicar su fe. Yo sé que, oficialmente, la homilía es tarea del sacerdote –como me recordaban los contrarios a ese tipo de participación- pero si no vamos rompiendo algún esquema y buscando algún espacio de creatividad y búsqueda, acabaremos predicando sólo a las piedras.
Otra experiencia positiva que yo he tenido en mis predicaciones ha sido incorporar el mundo de la poesía a la predicación. ¡Hay poemas tan bellos sobre los tremas más frecuentes que aborda el evangelio y que no sabemos aprovechar para que llegue a la gente la buena noticia¡ Éste fue un recurso aceptado y valorado por unanimidad. La gente me felicitaba por esta iniciativa y me pedía copias de los poemas que habían ilustrado la predicación porque les habían tocado alguna fibra del corazón.
Cuento todo esto desde el desde el doloroso comentario de mi amigo y su experiencia en su parroquia con los métodos que ha querido utilizar para llegar a los niños y no se lo han permitido.
Me pregunto si Jesús no utilizó métodos de predicación muy distintos a los que se usaban en la oficialidad del templo y en las escuelas rabínicas, cuando sentaba a la agente en la hierba y les hablaba en parábolas para que pudiera entender la gente sencilla desde los símbolos propios de su vida diaria: el campo, la tierra, el pastoreo, la vida familiar…
Me pregunto si no está llegando el tiempo de superar los métodos soporíferos, según dicen los jóvenes, que aún utilizamos hoy en nuestras celebraciones y apostar por nuevas búsquedas y métodos más creativos que susciten de nuevo el interés por las cosas de Dios.
A mí me gusta la belleza en la liturgia; me encanta la belleza. Creo que es un camino que nos lleva a Dios y no podemos desperdiciar. La Eucaristía es un momento sublime y solemne y hemos de cuidarla mucho. En este sentido yo no defiendo que en ella hagamos cualquier cosa en aras de la novedad, no. Pero sí que abramos un poco la mente a la creatividad y a la novedad de los tiempos que vivimos e incorporemos lo que pueda ser útil a la liturgia y a la catequesis sin falsas culpabilidades ni escrúpulos paralizantes. Una Eucaristía bien merece nuestra preocupación y esmero- para que los participantes no se sientan juzgados o marginados, como algunos jóvenes expresan, ya sea por sus cabellos, sus tatuajes o sus piercing y sus pantalones rotos, sino acogidos e invitados a enriquecer ese hermoso espacio de vivencia espiritual y de compromiso social. No bastan las jaculatorias y el incienso, la misa es compromiso de servicio, de lavar los pies, de preocuparse por los pobres de la comunidad.
Los tiempos que vivimos se caracterizan por el cambio y la novedad, por los nuevos cánones de belleza y de pluralidad. Todo esto ha de formar parte de nuestra vida cristiana, de nuestra liturgia y de nuestra propuesta pastoral o, de lo contrario, seguiremos estando a años luz de nuestro pueblo.
Muy espirituales, sí, pero solos. Muy oficiales, sí, pero fracasados. Muy revestidos de autoridad y dignidad sacerdotales, pero ignorados hasta límites que rozan lo tolerable.
O nos caemos del burro o nos tiran. Yo prefiero apearme por mi propio pie.