El poder transformador de las mitras.

Ya he comprobado, en varias ocasiones, que las mitras tienen un poder transformador impresionante o, al menos, sospechoso. Recuerdo el caso más curioso, contado por un buen amigo de gran experiencia en el mundo de la pastoral de la iglesia y de la formación en la universidad, de uno de sus amigos de la infancia, con el que había compartido juegos, travesuras infantiles y momentos de escuela. Un buen día, en un país de misión, este amigo suyo de la infancia fue nombrado obispo. Mi compañero se apresuró a escribirle para desearle un feliz pastoreo y de paso para recordarle, en plan familiar, todas las aventuras compartidas. No todos pueden presumir de tener un amigo de la infancia obispo. La respuesta, como era previsible, no se hizo esperar. En una tarjeta oficial, con el “escudo de armas” de su episcopado figuraba este saludo de puño y letra: “Estimado padre, le envío mi bendición apostólica
Mi compañero, después de mandarle a "freír mitras", pensó que había perdido un amigo aunque la iglesia había ganado un obispo, porque los amigos lo son siempre, en la adversidad y en el éxito y éste, por muy obispo que fuera, no merecía serlo.
Esto no dejaría de ser una anécdota, si solo fuera eso. Pero resulta que ya he vivido yo en propia carne unos casos parecidos, sino de amigos de la infancia, sí de compañeros y conocidos en el camino de la vida.
En unos de mis momentos más felices de mi vida como profesor conocí a un hombre singular que llegó a admirarme por su espíritu social y abierto a la vida de la calle y a los problemas de la gente. Más tarde fue nombrado obispo y yo me alegré profundamente. Éste, pensé, va a ser un obispo, por fin, de los que huelen a oveja. Nada más lejos de la realidad. La cayó la mitra encima y ahora no lo reconozco. Forma parte de los obispos más rancios de nuestra iglesia española. ¿Es la mitra la que transforma a las personas? Había que hacer un estudio científico sobre este extraño poder que las mitras tienen de transformar a las personas hasta hacerlas desconocidas. Gente sencilla que, de repente, se viste de atuendos episcopales y no los conoce ni la madre que los parió.
Un viejo profesor mío, muy admirado por sus alumnos en la universidad, decía: “De las mitras y del superior cuanto más lejos, mejor” y veo que no estaba muy desencaminado. Necesitamos obispos normales, simplemente. Y para eso tal vez sea bueno que se consulte a los laicos a la hora de promover al episcopado a los sacerdotes – los religiosos lo tienen más difícil- lo cual es una evidente discriminación, al menos en España.
Envíanos, Señor, obispos normales. No gestores, ni administradores, sino pastores.
Últimamente están surgiendo en nuestro país muchos obispos gestores y administradores, sobre todo de los bienes de otros, como las religiosas, para escándalo de muchos. Envíanos, Señor, obispos normales, sin ambiciones económicas, sin deseos de pelotazos urbanísticos, que tanto daño hacen al pueblo de Dios. Porque así nunca mereceremos nuevas vocaciones…
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