#triduopascualfeminista2025 Diles que estoy vivo: Resurrección encarnada en los márgenes del mundo

Diles que estoy vivo: Resurrección encarnada en los márgenes del mundo
Diles que estoy vivo: Resurrección encarnada en los márgenes del mundo

La Resurrección no sucede en los altares de mármol, sino en los márgenes del mundo. Allí donde las mujeres lloran la tumba vacía de sus hijos, donde los migrantes cruzan fronteras con el nombre de Dios en los labios, donde el pan escasea pero el consuelo se multiplica.

La Resurrección es un cuerpo herido que vuelve a levantarse. Es el susurro del Resucitado en el oído de quienes han perdido toda esperanza: "Estoy aquí. No tengas miedo."

No es un espectáculo glorioso, es una intimidad: la mirada de María Magdalena que lo reconoce en medio de las lágrimas, el pan compartido al anochecer, la paz que se cuela en la sala cerrada donde reina el miedo.

Para quienes acompañan a los crucificados de nuestro tiempo, la Resurrección no es doctrina, es testimonio, es volver a empezar sin certezas pero con fe. Es seguir caminando juntas, haciendo memoria del Resucitado en cada gesto de ternura y en cada lucha por la dignidad.

La Resurrección sucede en la memoria corporal de quienes han amado hasta el final. En las catequistas que cada domingo caminan con pasos cansados, pero llevan en sus corazones la Palabra como pan partido. En las madres migrantes que, entre la ausencia y la esperanza, siguen bordando vida en tierra ajena.

Resucitar es permitir que algo en nosotras vuelva a respirar,

después del miedo, después del duelo, después del exilio, después del silencio de Dios.

No hay Resurrección sin heridas. El Cristo glorioso lleva aún sus llagas, porque solo el que ha sufrido puede sostener a quienes sufren. Y el que ha sido traspasado por amor, no teme quedarse al borde del camino, esperando a quien aún no cree.

Resucitar no es huir del mundo, es encarnarse más hondo en él. Es atreverse a creer que el amor no fue en vano, que el grano de trigo dio fruto, que la cruz no tuvo la última palabra.

Nosotras, mujeres de la intemperie, construimos altares con piedras sueltas y cantos viejos. Pero en ese lugar inestable, resuena la voz del Huerto: “Ve y anuncia. Diles que estoy vivo”.

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