#Adviento. 2024 "Esperanza que rompe el silencio: el clamor de las madres"

"Esperanza que rompe el silencio: el clamor de las madres"
"Esperanza que rompe el silencio: el clamor de las madres"

“Esperanza que rompe el silencio: el clamor de las madres”

En este cierre de año, las luchas de quienes buscan a sus seres queridos desaparecidos nos confrontan con una verdad ineludible: el amor es una fuerza que desafía incluso a la muerte. En el rostro de las madres y las abuelas que caminan sin descanso, encontramos el eco del Espíritu que habita en lo profundo de la humanidad, aquel que nos susurra: “No temas, yo estoy contigo” (Isaías 41:10).

Su caminar nos recuerda a María, quien al pie de la cruz acompañó el sufrimiento de su hijo. Ella no se alejó, no miró hacia otro lado, sino que sostuvo con su presencia el dolor de la injusticia. Como María, estas madres no se resignan al silencio; su amor trasciende las barreras de la desesperanza, diciendo: “Mi alma clama por justicia; mi espíritu no descansa mientras no vea la verdad” (cf. Lucas 1:46-55).

El silencio social frente a las desapariciones forzadas no es un vacío neutral; es un silencio que carga la complicidad de una sociedad que prefiere ignorar el dolor de quienes buscan. Sin embargo, el amor de estas madres rompe ese silencio y lo transforma en un clamor que nos interpela. Su resistencia es un acto profético, un testimonio de que la verdad y la justicia son innegociables.

El Evangelio nos llama a la compasión activa: “Lo que hicieron por el más pequeño de mis hermanos y hermanas, por mí lo hicieron” (Mateo 25:40). Este mandato nos invita a alzar nuestras voces junto a quienes buscan, a caminar a su lado y a tejer redes de esperanza. Porque no hay amor más grande que aquel que sostiene la vida incluso en medio de la ausencia.

Las madres buscadoras nos enseñan que el amor es fuerza transformadora. En sus cantos y sus plegarias resuena la promesa divina de vida y justicia: “Yo haré brotar ríos en el desierto y caminos en el páramo” (Isaías 43:19). Ellas siembran esperanza donde otros ven desolación, y en sus manos y corazones llevamos la memoria viva de quienes ya no están.

En el nombre de quienes resisten y luchan, evocamos a Olaya, Martha, Lety, Luly, Guadalupe, Leticia, Graciela, Doña Hortencia, Doña Consuelo, Ana Laira, Teodosia, Mayra, Fabiola, Ivonne, Claudia, Socorro, Monserrat, Oralia, Isabel, Josefa, María Magdalena, Ofelia, Francisca, Ema, Carmen, Ana Laura, Lorena, María, Reyna, Patricia, Margarita, Vanesa María de Jesús, Lidya, Vanesa, Carolina, Rosalía, Teresa, Leticia, Elizabeth, Trinidad, Elsa, Rosa Ema, Marisela, Olivia, María Dolores, Karla, Norma Olivia, Bertha, Bertha Isabel, Carolina, Oyuki, Idalia, Norma, Rosy, Yesenia, Jesusita, Blanca, Cora, Arcelia, Antonia, Goya, Irma, Mayra y a todas las madres buscadoras. Ellas son testimonio vivo de esperanza y resistencia.

En este fin de año, somos llamados y llamadas a comprometernos con la construcción de un mundo donde la justicia sea el camino y la verdad florezca. Que nuestras vidas reflejen el compromiso de estas madres y abuelas, y que nuestra fe se traduzca en acciones concretas de solidaridad y amor. Porque, como dice el Evangelio, “Bienaventuradas las que lloran, porque serán consoladas; bienaventuradas las que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciadas” (cf. Mateo 5:4-6).

Que nunca olvidemos que el amor que busca y resiste es más fuerte que cualquier silencio. Como estas madres proclaman:

“Hijo, escucha: tu madre está en la lucha. Tu abuela está en la lucha.

Hija, escucha: tu madre está en la lucha. Tu abuela está en la lucha.”

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