#pascuafeminista2025 Óscar Romero: el santo, un legado del Papa Francisco

Óscar Romero: el santo, un legado del Papa Francisco
Óscar Romero: el santo, un legado del Papa Francisco


En la primavera de 1979, el arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, viajó al Vaticano. Rogó, suplicó, imploró una audiencia con el papa Juan Pablo II. No la obtuvo. Haciendo fila como cualquier peregrino, se acercó para robarle unos minutos. Intentó entregarle un grueso informe con fotografías y testimonios de los horrores que sufría su pueblo. El Papa no lo aceptó.
—No tengo tiempo para tanta lectura —le dijo.
Romero balbuceó que los militares estaban torturando y matando a miles de salvadoreños, que el ejército había fusilado a veinticinco personas frente a la catedral.
El Santo Padre lo interrumpió:
—¡No exagere, señor arzobispo!
Y añadió:
—El buen cristiano no crea problemas al poder. La Iglesia quiere paz y armonía.

Romero volvió a su tierra sabiendo que su refugio no estaría en los grandes tronos, sino en los pequeños altares de la dignidad: en las mujeres que lloraban a sus hijos, en los campesinos que defendían su tierra, en los cuerpos que resistían la violencia.

La víspera de su asesinato, pronunció un sermón que sigue estremeciendo:

“En nombre de Dios y en nombre de nuestro sufrido pueblo, cuyos gemidos se elevan a los cielos, os pido, os ruego, os ordeno: ¡paren las masacres!”

El 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba misa, fue asesinado. El asesino, un sargento subalterno, recibió 114 dólares como pago por silenciar una voz que ya era del pueblo.

Treinta y ocho años después, fue el papa Francisco —el que eligió el nombre de los pobres y no de los príncipes— quien lo canonizó ante una multitud que sabía que la santidad brota desde abajo, desde las entrañas de los pueblos crucificados.

Hoy, Romero es la voz de las madres buscadoras en México, de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina, de todas las mujeres que reclaman a sus hijos desaparecidos. Es la memoria viva de quienes no se rinden ante leyes injustas, el eco de un Evangelio que no se arrodilla ante ningún poder.

Hoy recordamos que, mientras unos pontífices callaron, Francisco caminó hacia la cruz de Romero y lo elevó en la memoria viva del pueblo creyente y no creyente.
Hoy sabemos que la santidad no tiene forma de trono, sino de abrazo.
Y que las semillas de Romero siguen germinando en los corazones que se niegan a obedecer órdenes inmorales, en las manos que consuelan, en las voces que denuncian, en los pueblos que resisten.
Romero no murió: resucitó en las luchas de los pueblos oprimidos

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