#pascuafeminista2025 Segundo Misterio Gozoso: La Visitación de María a su prima Isabel

Segundo Misterio Gozoso: La Visitación de María a su prima Isabel
Segundo Misterio Gozoso: La Visitación de María a su prima Isabel

Segundo Misterio Gozoso: La Visitación de María a su prima Isabel

María, joven y recién habitada por el misterio de la vida, no se encierra en su anuncio. Corre al encuentro de su prima Isabel, que también espera un hijo en su vejez. No van al templo, ni a las autoridades religiosas. Van la una hacia la otra. Se encuentran dos mujeres embarazadas, dos cuerpos transformados por la promesa, y entre ellas se da una liturgia secreta: la del abrazo, la del canto, la del reconocimiento mutuo.

“Bendita tú entre las mujeres…”, le dice Isabel. Y María responde con un canto de justicia. Es un momento de gracia entre mujeres que se saben aliadas, necesarias, sagradas.

Y en este misterio, mientras rezo, mi corazón se llena de los rostros de las mujeres que han acompañado mi camino de crianza: mi madre, mi suegra —que vino desde Matachí a enseñarme a cuidar a mi primogénita Larissa—, Irma la nana de mis hijas e hijo.
Sin las tías, las maestras, las vecinas, las comadres las cuñadas, las hermanas las que nos ayudan en la crianza. Y en mi caso también mis hijas, que han aprendido esa liturgia del cuidado entre mujeres.

Liliana, viajando de Barcelona a Washington para acompañar a Laura tras el nacimiento de Lía. Laura, dejando su trabajo en pausa para cuidar a Santiago y Juan Pablo cuando Liliana lo necesitó. Larissa, que viaja desde Suiza para cuidarnos a su padre y a mí. Cada una tejiendo vínculos invisibles, gestos de amor que no cotiza el mercado, pero que sostienen el mundo.

Así ha sido en nuestras comunidades rurales: cuando una mujer pare, las otras llegan. No se pregunta, se llega. Se arropa. Se cuecen caldos. Se lava. Se vela. Y se ama.

Ese legado de sorelas —esas hermanas que no siempre son de sangre, pero sí de alma— me recuerda que la crianza desde el feminismo, no está reñido con la autonomía, sino que que es una forma profunda de resistencia y ternura transformadora.

Hoy mis cuentas del Rosario cobran vida. Porque los encuentros entre mujeres no solo ocurren en el gozo, también en el dolor. Y aparecen otros rostros, los de las personas defensoras de derechos humanos con las que he caminado un largo trecho, y los de las llamadas “madres buscadoras”, a quienes acompaño desde hace más de tres décadas. Ellas también salen al encuentro unas de otras. Han creado, en sus colectivos, pequeñas comunidades que emulan a las primeras iglesias. Son familias extendidas, tejidas por lazos de dolor, sí, pero también de esperanza.

Hildegarda de Bingen, mística medieval, escribió:
“Dios ha creado a la mujer como la espiral de la sabiduría, para que en su vientre la luz se encarne y en su corazón se abrace el mundo.”

Que este misterio nos sostenga en cada abrazo, en cada sororidad nacida del gozo o del duelo, y que como María e Isabel, sigamos reconociéndonos con ternura, dignidad y fuerza para gestar juntas la justicia.

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