#pascuafeminista2025 MI TESTIMONIO EN MODO: NO OMBLIGO. CUANDO ESPAÑA SE APAGÓ, LA ESPERANZA RENACIÓ

MI TESTIMONIO EN MODO: NO OMBLIGO. CUANDO ESPAÑA SE APAGÓ, LA ESPERANZA RENACIÓ
MI TESTIMONIO EN MODO: NO OMBLIGO. CUANDO ESPAÑA SE APAGÓ, LA ESPERANZA RENACIÓ


Tras la segunda noche de insomnio, ocasionada por los efectos de la quimioterapia, y al recobrar de nuevo la conciencia, encontré un mensaje de Pili, mi compañera del colectivo Alcem la veu, que decía:

“Querida amiga… esta Pascua está siendo bien intensa. El Papa Francisco, Marisa… nos están ayudando a vivir este momento pascual con toda la profundidad y nos están ayudando a rezar la vida. Un abrazo GRANDE, querida”.

Y su mensaje me recordó al hermano Francisco y el rosario que puso en mis manos, y luego a Marisa Noriega Cándano (+) a ella le pedí que siguiera siendo mi guía, mi lazarilla.

Me fui directo a la cocina para encontrarme con Lineth Guerrero, la joven de Aldama, Chihuahua, que ha estado en nuestra familia como una bendición desde hace 14 años. Su historia merece ser contada con más detalle; solo diré que llegó con la encomienda de ser la nana de mis nietas y nietos: primero en Berna, Suiza, por 6 años; luego se fue a Washington otros 6 años y después un año y medio a Ginebra por la última camada de niet@s . En el camino de sus sueños, viajó a Argentina y logró titularse como maestra Montessori. Ahora vive en Barcelona, y justo vino a apoyarme para hacer comida mientras mi cuerpo se recupera.

En eso estábamos ambas cuando, a las 12:30, la estufa se apagó y la luz de toda la casa. Luis, mi esposo, preguntó a Don Eusebio, que es su maestro de guitarra y nuestro vecino, si tenía luz, y estaba igual. Así, Lineth y yo aprovechamos para salir a comprar las tortillas de maíz para los tacos de picadillo. Cuando advertimos las tiendas cerradas y los semáforos apagados —acá vivo en Gracia, un barrio con mucho tejido social—, al preguntar a un grupo de personas si el apagón era en Cataluña, se rieron un poco y me dijeron: “Es en toda España”.

Nos regresamos. Entonces, las imágenes se hicieron más claras, y dimensionamos: la gente intentaba comunicarse por celular con familiares y no había forma. Lo que estaba sucediendo…

El dueño de una tienda que vende aparatos musicales sacó un radio único, medio que sobrevivió, colocó unas bocinas y pronto nos apilamos unas treinta personas a escuchar las noticias. España, Portugal, una parte de Francia estaban en apagón, y aún no se conocían las causas.

Martha, mi amada vecina pegada a mí, me traducía del catalán, que es el idioma que se habla en especial en mi barrio. Luego, al regresar a casa, a dos puertas de donde vivo, un niño como de 12 años gritaba: “¡Yaya! ¡Yaya!”. Así se les nombra a las abuelas en España. Le dije: “Mira, hijo, yo vivo aquí. Puedes entrar a esperar a tu yaya e ir al baño si gustas”. En eso entendí su drama: su abuela no puede bajar porque está en silla de ruedas, y él no puede subir porque el timbre no funciona por falta de electricidad. Así que lo animé a que gritara más fuerte, y así lo hizo. La abuela le tiró las llaves y pudo entrar.

Luego, justo antes de entrar a casa, vi venir un grupo de monjes budistas, les pregunté si sabían lo que estaba sucediendo; ignoraban lo del apagón y no hablaban castellano. Una de ellas sí, y le pedí que tradujera. Les dije, palabras más, palabras menos, que advertía que las personas estaban sufriendo y con energía muy negativa por falta de luz. Uno de ellos se puso la mano en el pecho y me dijo: “Todas las personas somos luz”, y le respondí con el mismo gesto, tipo namasté: “Yo sé que tengo luz, pero les invito a que oremos”. Entonces, en círculo, empezaron con un canto que yo intenté seguir.

Los vecinos y vecinas se asomaron a sus balcones, y algunas personas salieron a ver nuestra oración.

Mi día continuó entre sentada en un sillón a la entrada de casa, paliando el cansancio post quimioterapia, pero en modo “no ombligo”. Así lo llamo yo al síndrome que, en ocasiones, las personas que sufrimos por una enfermedad desarrollamos: es decir, vernos solo el ombligo, encerrarnos en el dolor, con la mirada baja sobre nosotras mismas. Pero el modo “no ombligo” es otra cosa: es resistirse a esa encerrona. Aun si tus piernas se niegan a sostenerte, basta con levantar la mirada y dejarse encontrar por la alteridad del otro, de la otra. Salir de sí misma y recordar que la vida sigue latiendo allá afuera, que todes somos una en la ternura compartida, en la solidaridad viva.

Y al levantar la mirada, como lo hice yo, vi a Martha, mi vecina, traer a mi casa unas velas y un radio para escuchar la información oficial del presidente Pedro Sánchez, a Luis mi esposo dándome masajes en mis pies lastimados y a Lena una adorable perrita de compañía de toda la familia

Luego, los testimonios: miles de personas atrapadas en vagones oscuros en el metro y elevadores, esperando a ser rescatadas; las gasolineras, las tiendas… todo dejó de funcionar, porque la cultura española es que pagas siempre con tarjeta y las personas no usan efectivo.

Con el metro parado, las carreteras se colapsaron. Los que querían regresar, los que querían volver a sus casas… Acá hay muchas personas que viven fuera de Barcelona, y con el transporte público colapsado se lanzaron caminando por horas para ir a recoger a sus hijos e hijas, sin poder comunicarse con alguien, por los celulares muertos.

Luego llegaron Liliana, mi hija; Santi, mi nieto; y Pablo, mi yerno, a visitarnos. Luis, Liliana y yo Aprovechando que aún había sol, nos fuimos a una de las plazas que rodean mi barrio. La escena fue espectacular: ríos de esperanza la desbordaban. Las y los jóvenes tomaron las plazas; algunos llegaron con instrumentos musicales, bailaron, cantaron e invitaban a que todos y todas se unieran. De pronto, los celulares dejaron de ser comunicación, y allí estaban ellos y ellas, sentados en el piso, en círculos, viéndose a los ojos, platicando con sus mochilas tiradas. Escuchar sus cantos, sus risas, fue una oración colectiva que no olvidaré.

Es la luz en medio de la oscuridad.
Y ese día seguí sentada en mi sillón, con el rosario entre mis manos y con una sola meditación prendida en el primer misterio: “el nacimiento de Jesús, la luz del mundo”. Y en cada Ave María agradecí, envié y pedí fuerza y luz para bomberos/as, policías, personal sanitario de hospitales, y un etcétera de imágenes que se reflejaban en las cuentas del rosario: las personas adultos mayores, las enfermas, migrantes, mi familia la nuclear, la extendida, las que viven en México con lazos de sangre o las construidas con el sueño de otro mundo posible , hasta las niñas y niños de Gaza llegaron.

Pasadas las 10 de la noche, regresó la electricidad. Pero esa fue solo la luz artificial, la que evita tropezarse. La verdadera luz, la que nunca se apaga, estuvo encendida todo el tiempo. A veces llega en forma de monjes cantando, de una vecina que comparte una vela, de un niño que grita por su yaya, de jóvenes que danzan sin temor y de Liliana mi hija cuidadora y su familia.

Y con la manía que tengo de ver señales en todo, supe que desde donde están ahora, Francisco y Marisa me acompañaron. Me invitaron, a través de cada rostro de ese día, a rezar la vida.
Y como nos enseñó el Papa Francisco:
“No cedamos a la resignación. No enterremos la esperanza. Sigamos soñando y dando vida a esperanzas nuevas.”

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