Fanatismo y humor
Vi un titular, y me entusiasmé: "No he visto nunca un fanático con sentido del humor". No recordaba conocer al autor que dijo esta frase, pero al verla pensé que merecía un comentario. Con el recurrente e invasivo tema catalán como trasfondo, la frase ofrecía una opinión muy sugerente: seguramente el humor podría ofrecer un resquicio de salida al fanatismo, que tanto distancia a unos de otros.
Autor muy conocido
El entrevistado (Babelia, 12 Mayo 2018) que dijo la frase "Nunca he visto in fanático con sentido del humor" resulta que es un escritor famoso, Amos Oz, tal vez el autor más conocido de la literatura hebrea israelí actual, con más de una veintena de libros publicados y casi todos traducidos al castellano. Este autor ha recibido importantes premios en diversos países, entre ellos el español Principe de Asturias de las Letras, en 2007.
Ha cultivado casi todos los géneros, pero nacido en 1939, ahora con 79 años, reconoce humildemente que ya no tiene edad para escribir más novelas: "Mi salud ya no me permite viajar con la imaginación". De su propia biografía arranca la preocupación que actualmente más le preocupa. Su último libro, Mis queridos fanáticos, lo publica casi como un legado o testamento: "He concentrado lo que he aprendido en la vida, pero no de una manera abstracta, sino como un cuento. Se lo he dedicado a mis nietos". Habrá que intentar leer este libro.
Llegar a la condena del fanatismo no es tarea fácil en Israel. La entrevista (bien realizada por J.C. Sanz) resalta bien su trayectoria. Nació en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén: Se recuerda como "un pequeño extremista, educado en la convicción del nacionalismo; nuestros enemigos están equivocados, somos los buenos de la película y los otros son los malos". Tuvo que distanciarse mucho del "gen fanático" tan arraigado en todos, de "la tendencia del ser humano de querer cambiar a los demás", hasta poder arribar a la condena del simplismo manejado por el fanatismo: "Cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples, de respuestas que lo cubran todo".
El peligro está en los extremos. En un país en el que todos -"cristianos, musulmanes, judíos, pacifistas, ateos, racistas"- creen poseer la "formula personal para la salvación o la redención" de los demás, donde "una parada del autobús se puede convertir en un seminario académico" ("completos desconocidos discuten de política, moralidad, religión, historia o sobre cuales son las verdaderas intenciones de Dios, pero nadie quiere escuchar al otro, todos creen tener la razón"), resulta sorprendente que este autor aventure que "mi problema no es la religión, sino el fanatismo religioso; no es el cristianismo, sino la Inquisición; no es el islam, sino el yihadismo; no es el judaísmo, sino los judíos fundamentalistas; no es Jesucristo, sino los cruzados". Para Amos Oz, el extremismo es el principal problema.
Problema incandescente
El dedo de este autor señala resueltamente a un problema que abrasa: "Lo más peligroso de siglo XXI es el fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico... incluso feminista. Es importante entender por qué regresa ahora: en el islam, en ciertas formas del cristianismo, en el judaísmo...".
El fanatismo es una "idea común", que se hace presente en todo el mundo. Apunta en concreto a Estados Unidos, a Rusia y al Este europeo, a la Europa occidental. El problema más acuciante radica en el simplismo: "la mayor parte del mundo se está moviendo rápido desde una perspectiva compleja a otra muy simplista". El afán de soluciones seguras resbala hacia el fanatismo, el que ofrece los argumentos más simples y penetrantes.
Al aplicar a los casos concretos toda esta carga de ideas, las soluciones no resultan obviamente tan evidentes. En el problema israelí-palestino, Amos Oz se inclina claramente por la solución de los dos estados. Opina que, "cuando un maldito y cruel conflicto dura más de cien años", surgen "imágenes oscuras del otro" y las terapias de grupo y otras soluciones blandas no surgen entonces efecto, hay que acudir a la separación -dos pisos por separado, dos estados-, desde la que muy lentamente se podrá ir reconstruyendo un camino hacia la mutua comprensión y la posibilidad de actividades comunes. Y siguiendo con las concreciones siempre más discutibles, para la consecución de esta solución separadora, opina que "el corazón del conflicto está en la falta de liderazgo", en la ausencia de impulsos que conduzcan a estas soluciones más extremas. Por ser tan simple en la solución apuntada, el entrevistador le recuerda al autor que "en Israel hay quien le cree un fanático de la fórmula de los dos Estados".
El problema israelí-palestino nos queda más lejos, pero la entrevista conduce al final el análisis de este autor del tema catalán, y en él, por más concreto e inmediato, todavía nos puede chocar algo más su parecer. Reconoce que "una nueva fragmentación de Europa no me hace feliz", pero, "sin entender por qué", estima inevitable que "si una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará. Puede que sea una gran equivocación, una tragedia para Cataluña y para el resto del país. No se puede obligar a dos personas a compartir la cama si una de ellas no quiere". Al hablar en concreto, puede fácilmente ser tachado de desconocer suficientemente la situación.
Elevación al humor
El humor no es que aporte la solución a todos los problemas. Cuando éstos se enconan, se suele decir que "no está la cosa para bromas". Pero la ausencia del humor sí denota que los problemas pueden estar enconados, que no resulta posible una mirada desde otro lado, más ingenua y más distante. Por esto resulta tan descriptiva la frase de Amos Oz. Que en el momento presente resulte tan inviable el humor parece claramente indicar que hay fanatismo en Cataluña.