Un santo para cada día: 25 de febrero S. Cesáreo (Médico, político, catecúmeno, laico)
Cesáreo era presentado como ejemplo de cristiano y asceta, y en la que se daban detalles de su vida, que resultaron ser fundamentales para su posterior canonización
Nacido en Nacianzo en el año 331. Su padre se llamaba Gregorio el Viejo, que llegó a ser obispo de Nacianzo y su madre Nonna. Tuvo como hermanos a Gregorio Nacianceno y según alguna fuente también tuvo como hermana a Gorgona, que es venerada como santa. Se da por supuesto que sus primeros estudios los realizó en Cesarea Mazaca (Capadocia). El muchacho apuntaba formas. Los primeros escarceos docentes fueron el preludio de lo que habría de ser una brillante carrera, que estaba reservada a quien por vocación y por facultades estaba llamado a ser un personaje importante. Una vez concluidos lo que podíamos denominar los primeros estudios, se trasladó a Alejandría, para continuar allí su periodo de formación en las escuelas más prestigiosas de esta ciudad, empleándose a fondo en el estudio de la geometría, astronomía y especialmente en la medicina, rama en la que profesionalmente habría de destacar, juntamente con la política, en la que estaba llamado a desempeñar cargos de gran responsabilidad.
Concluidos sus estudios fue adquiriendo fama como conocedor de los secretos de la medicina que llegó hasta palacio, siendo llamado para ocupar un puesto de doctor en la corte bizantina de Constancio II. Cuando ya se había consolidado en el cargo y había demostrado sus habilidades médicas, recibió la visita de su hermano Gregorio, que venía de Atenas rumbo a su hogar, allá por el año 358. Cesáreo sintió una gran alegría de volver a estar con su hermano por quien sentía gran admiración y cariño. Si hemos de creer a su biógrafo, los dos hermanos se apreciaban mutuamente, si bien sus caracteres eran muy diferentes. Cesáreo era más mundano, más “relaciones públicas”, sintiéndose muy a gusto en el mundo de las artes y de las letras, mientras que el talante de Gregorio era más religioso. En cualquier caso, ambos se complementaban y se ayudaban mutuamente. En esta ocasión Cesáreo no quiso separase de su hermano, tomando la decisión de sacrificar su posición envidiable en la corte y regresar con Gregorio al hogar de sus padres. Allí pasaría un tiempo a gusto junto a los suyos, pero volvió a sentir nostalgia por la gran ciudad, que le atraía como un imán, por esta razón entra en contacto con Juliano el Apóstata, con gran disgusto de su familia. Juliano intentó atraerle al paganismo, pero fue en vano porque Cesáreo se mantuvo firme en su fe, sobreponiéndola al favor imperial.
Una vez acaecida la muerte de Juliano, Cesáreo regresó a Constantinopla y durante el gobierno de Flavio Valente le vemos como cuestor, corriendo a su cargo la tesorería y recaudación de impuestos. Fue una suerte que en octubre del año 368 saliese ileso del terremoto que asoló Nicea. Después de este suceso recibió una carta de San Basilio incitándole a que dejara la política y se consagrara por entero a la vida religiosa, solicitud que seguramente hubiera sido atendida si la muerte no le hubiera sorprendido inesperadamente a consecuencia de la plaga que se extendió como la pólvora debido al terremoto, no sin antes haber recibido el bautismo que había ido demorando. Su hermano, con la presencia también de sus padres, tuvo el honor de pronunciar la homilía conocida con el nombre de oración fúnebre. En ella Cesáreo era presentado como ejemplo de cristiano y asceta, y en la que se daban detalles de su vida, que resultaron ser fundamentales para su posterior canonización.
Reflexión desde el contexto actual:
Seguramente habrá sorprendido a más de uno la información dada al principio referente a que el padre, tanto de Cesareo como de Gregorio fuera un obispo, con el nombre de Gregorio el Viejo de Nacianzo (276-374), conocido no tanto por su condición de obispo cuanto por ser patriarca de una familia ejemplar. Esto en los primeros siglos del cristianismo era visto con normalidad, no así actualmente, en que se está debatiendo apasionadamente sobre la conveniencia o no de los sacerdotes casados. Al margen de toda polémica en torno a este asunto y simplemente con la intención de aclarar que estos dos santos fueron el fruto legítimo de una relación matrimonial, admitida por la Comunidad Cristiana de Capadocia, es por lo que resulta oportuno traer a colación aquí, el siguiente texto de S, Pablo que dice: “Es preciso que el Obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, cortés, hospitalario, capaz de enseñar” (I Timoteo 3,2)