Un santo para cada día: 15 de febrero S Claudio de La Colombière (Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús)
Los apóstoles de la palabra se han visto obligados a salir del confesonario, bajar de los púlpitos e incluso trascender los muros de las aulas, para hacer uso de los actuales medios audiovisuales e incorporarse a las redes sociales de comunicación
La Francia del siglo XVII estaba gobernada por Luis XIV, el Rey Sol, modelo de monarca absolutista, que pronunció la famosa frase “El Estado soy yo”, con la que dejaba bien a las claras sus pretensiones, y que pudo contar con los buenos oficios de Richelieu, Mazarino y Colbert, que le ayudaron a hacer de su País un poderoso imperio colonial, llegando a alcanzar la supremacía europea en detrimento de España. Supo ver con claridad que la unidad de su nación pasaba por la unidad religiosa, por lo que se erigió como el centinela del catolicismo y siempre quiso que Francia fuera una nación católica. Nunca quiso disidencias que pusieran en riesgo la monarquía. Respondiendo a esta intencionalidad revocó en 1685 el Edicto de Nante, que autorizaba la unidad de culto e impuso las dragonadas, según las cuales las familias quedaban obligadas a facilitar la acogida a los misioneros católicos itinerantes. En este régimen de proteccionismo absolutista habría de moverse Claudio de La Colombiere.
Había nacido este jesuita francés, en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641. Perteneció a una familia piadosa en buena posición. No se puede decir de él que viniera al mundo con un rosario entre las manos, todo lo contrario, instintivamente sentía repugnancia por las prácticas religiosas, sentimiento que lograría vencer con el tiempo, no sin esfuerzo. Su niñez trascurre en el anonimato, ni más ni menos como sucede en la mayoría de los niños que viven su infancia sin ningún acontecimiento digno de resaltar, pero a medida que va creciendo se le van notando rasgos de aguda inteligencia y de una sensibilidad artística poco común, así hasta el ingreso a los 18 años en el noviciado que los jesuitas tenían en Aviñón, en unos momentos revueltos y turbulentos; allí permanecerá Claudio dos años y cuando hubo concluido el noviciado pasó a completar los estudios de filosofía y una vez terminados éstos, comenzaría a ejercer como profesor. Durante esta época tuvo lugar la canonización de S. Francisco de Sales y con tal motivo se le invitó a hacer el panegírico del Santo en el convento de la Visitación, a pesar de que todavía no había sido ordenado sacerdote. Claudio no solamente salió de éstas como pudo, sino que lo bordó. Ahora lo que le faltaba era completar sus estudios de teología, razón por la que tuvo que trasladarse a París por decisión de los superiores.
Durante este tiempo en Paris tuvo ocasión de entrar en contacto con el jansenismo, al tiempo que se empleaba a fondo en la educación de los dos hijos del todo poderoso Colbert, famoso ministro del Tesoro de Luis XIV, que tanto contribuyó en el embellecimiento de Paris, pero la cosa acabó mal por culpa de una inocente imprudencia de Claudio, propia de un joven inexperto. En su cuaderno de notas apareció un comentario satírico contra el ministro, que mejor hubiera sido no haberlo escrito nunca. El caso es que al joven jesuita se le despidió y tuvo que volver a Aviñón en 1670, donde una vez ordenado sacerdote fue nombrado predicador del colegio que los jesuitas tenían en esta ciudad, terreno éste en el que se movía como pez en el agua. Aquí permanecería hasta el 1675 en que fue destinado como superior de una insignificante Comunidad en Paray-le -Monial
Ello podría haber significado el ostracismo del brillante predicador, de no haber sido porque allí habría de producirse el transcendental encuentro con la religiosa salesa Margarita María de Alacoque, que por entonces pasaba por unos momentos turbulentos de su vida, a causa de unas apariciones, que unos daban como cosa de Dios y otros, como cosa del diablo. La religiosa nada más escucharle en su primer sermón en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial pensó, bien por intuición femenina o por inspiración divina, que este jovencito bien podía ser el siervo de Dios que ella estaba necesitando, pero no acababa de fiarse del todo e incluso sentía interiormente cierta aversión a sincerarse con él, de tal modo que en su primera confesión apenas deja entrever el grave conflicto interior por el que está atravesando, hasta que poco a poco entre ambos fue surgiendo una gran compenetración. Los destinos de la historia, que siempre tienen un sentido providencialista, hicieron posible que estas dos almas gemelas acabaran unidas para siempre en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Cuando todo iba sobre ruedas fue obligado a cambiar de residencia. Una vez más, por decisión de sus superiores, tuvo que dirigirse nada menos que a Londres, como predicador de la duquesa de York, María Beatriz.
En la capilla del palacio se ejercitó como cualificado director espiritual, confesor y consagrado predicador, pero nuevamente aquí se vio envuelto en un gran lio de tipo político, del que solo la intervención de Luis XIV pudo salvarle la cabeza, aun así, no pudo librarse de visitar la cárcel y posteriormente sufrir destierro. Cuando en 1679 regresa a Francia, estaba ya minado por la enfermedad, pero a su paso por Paray-le-Monial, buscando recuperación a sus dolencias físicas, le da tiempo para mantener con Margarita María de Alacoque piadosos diálogos e intercambiar con ella sus apasionados sentimientos por el Sagrado Corazón de Jesús. El 15 de febrero 1682 acababa su peregrinaje por este mundo y al día siguiente Margarita recibía el anuncio del cielo de que el siervo de Dios estaba disfrutando de la paz celestial.
Reflexión desde el contexto actual:
La vida ejemplar de Claudio vuelve a poner de manifiesto el enorme poder de la palabra en boca de los apóstoles de Cristo, pero los tiempos cambian inexorablemente y con ello las herramientas y las formas de trasmitir el mensaje cristiano. Los apóstoles de la palabra se han visto obligados a salir del confesonario, bajar de los púlpitos e incluso trascender los muros de las aulas, para hacer uso de los actuales medios audiovisuales e incorporarse a las redes sociales de comunicación. Los apóstoles de Cristo, hoy en día, están llamados a utilizar el poder de los medios de comunicación para expandir la Buena Nueva, conscientes de que actualmente, una página de Internet puede ser más eficaz que cien púlpitos para dejarse oír de la gente.