Un santo para cada día: 1 de abril Jueves Santo
No es una separación definitiva, pronto volveremos a estar juntos, les dice, porque en realidad yo solo me adelanto a prepararos una estancia en la casa del Padre donde no hay lugar para la tristeza y el miedo. Os he querido y os seguiré queriendo como cosa mía
Ha llegado el primer día de los ácimos, los discípulos se muestran nerviosos, nadie sabe dónde se celebrará la Cena de Pascua, la fiesta más importante de Israel ¿Lo sabrá el Maestro? ¿Cómo no lo iba a saber si su corazón desde hace mucho tiempo estaba ardiendo en deseos de celebrar esta noche con los suyos? Con la antelación suficiente había quedado reservada una mesa amplia y una habitación espaciosa para muchos comensales. Antes de caer la tarde el Maestro y sus discípulos dejaban atrás Betania y encaminaban sus pasos a la Ciudad Santa, que estaba a rebosar de gente. Sabían bien cuál era el camino más corto para llegar a su destino. Al llegar al cenáculo lo encontraron todo bien dispuesto, los manteles sobre la mesa, los platos sobre los manteles, las alfombras, los almohadones, la jofaina, los candelabros; todo estaba previsto, hasta el último detalle, como si en ello se hubiera venido trabajando desde hace días.
Los rostros estaban tensos como esperando a que alguien dijera algo. Fue el Maestro quien rompe el silencio para decir. “Ardientemente he deseado pasar esta Pascua con vosotros”. Era la noche de las eternas confidencias, en que Jesús siente la necesidad de sincerarse y abrir su corazón. Era la noche de las despedidas, en que los sentimientos están a flor de piel, las emociones fluyen y los recuerdos se agolpan. El Maestro viene desde hace tiempo reviviendo interiormente este momento entre trágico y sublime. Le quedan por pronunciar las más tiernas palabras que ha ido guardando para esta ocasión, aún falta por revelar la última verdad a sus amigos a los que ha ido tomando un afecto profundo, tanto que ya no sabía vivir sin ellos. Han sido tantas las experiencias que han tenido que afrontar juntos, tantas las alegrías y las penas compartidas que se le desgarra el corazón y sus ojos no pueden reprimir las lágrimas. Es llegada la hora de dictar el testamento del amor con el pensamiento puesto en los discípulos que tiene a su lado y en todos los que vendrán a lo largo de los siglos. ¿Qué tendrá que decirles y decirnos esta noche el buen Jesús?
La ceremonia ha comenzado y hay que estar atentos a todo lo que pasa, porque no solo las palabras que salen de la boca del Maestro sino también sus miradas, sus gestos, sus silencios. Imposible ser receptor de todo este torbellino de impresiones, que sobrepasa la capacidad del corazón y la mente humana. Aunque es imposible captar íntegramente el contenido trascendental que Jesús nos trasmite en esta noche mágica, a mí me parece percibir nítidamente tres mensajes que trataré de traducir torpemente.
No sabemos cuál fue la última motivación que indujo al Maestro a arrodillarse delante de sus discípulos y lavarles los pies, lo que está claro es que con ello quiere hablarnos de lo necesario que es en nuestra vida la humildad. Nunca lo entenderemos del todo, pero sin humildad no somos nada, ni haremos nada que tenga valor sobrenatural. A lo largo de su vida pública lo ha venido diciendo por activa y por pasiva; pero los discípulos no se dan por enterados y tampoco nosotros. Ya solo le quedaba hablar con el ejemplo y cuando lo ha hecho aún no está seguro de que le hayan entendido, por eso les pregunta“ ¿Entendéis el significado de lo que he hecho?” os lo diré una vez más “Si yo el Señor y el Maestro os lavé los pies, también vosotros os tenéis que lavar unos a otros”… yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo” Humildad , sin ella no se puede construir una vida de santidad. Sobrehumano mensaje
Esto solo era el preludio de lo que iba a venir después. Se acercaba el momento de revelar el gran secreto que tenía reservado para esta noche íntima y confidencial. Se trataba de una muestra incondicional de afecto, de una entrega amorosa a los suyos y a todos los que venían detrás. Como regalo de despedida no tenía nada mejor que darse a sí mismo, convertirse en alimento de las almas, porque Él sabe que ha llegado la hora de ir al Padre y no quiere dejarnos del todo huérfanos. “Hijitos míos, aún estoy un poco entre vosotros”, el tiempo suficiente para que tenga lugar el misterio más amoroso, el más excelsamente divino, el más sobrecogedoramente humano. Ha llegado el momento solemne de la celebración. Jesucristo toma el pan, lo parte, lo bendice y pronuncia las palabras amorosamente estremecedoras: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo que es dado por vosotros”. Los discípulos comen de aquel pan absortos y confundidos por el misterio. Después toma el vino depositado en la copa y dice “Tomad y bebed todos de este cáliz, pues ésta es mi sangre, que será derramada por muchos en remisión los pecados “El sacramento de la eucaristía quedaba instituido y era entregado a los hombres de todos los tiempos como la mayor prueba de amor que se podía dar. Jesucristo se quedaba para siempre entre nosotros con una presencia misteriosa, pero real. No estamos solos, ni lo estaremos nunca más y aunque los sagrarios de las iglesias estén abandonados no dejaran de ser como un oasis donde pueden acudir todos los que se sientan huérfanos y desamparados.
Jesús acababa de decir que ama a los hombres con amor infinito, pero aún quiere decir algo más. El tercer mensaje que Cristo nos deja esta noche de misterios es que no debemos sentir miedo. “¿Qué será de nosotros?” preguntó Tomás
. “No os dejaré huérfanos” replicará el Maestro… “Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Consolador…que no se turbe vuestro corazón ni tengáis miedo”. Jesús sabe que los suyos son como son y van a sentir tristeza por su partida y que van a tener miedo de quedarse solos. Él mismo esta noche va a saber lo que es sentir miedo y quedarse solo, pero no es lo suyo lo que le preocupa, sino que está pensando en su pequeño rebaño, que conoce muy, bien y trata de darles ánimos, por eso empeña su palabra con promesas de futuro. No es una separación definitiva, pronto volveremos a estar juntos, les dice, porque en realidad yo solo me adelanto a prepararos una estancia en la casa del Padre donde no hay lugar para la tristeza y el miedo. Os he querido y os seguiré queriendo como cosa mía.