Un santo para cada día: 11 de septiembre San Juan Gabriel Perboire
La muerte gloriosa de Juan-Gabriel Perboyre, como la de cualquier otro mártir engendra vida en la sagrada comunidad presidida por la comunión de los santos. La muerte de los mártires lleva siempre consigo un nuevo renacer de la Iglesia
La iglesia católica tiene bien asumida su misión de evangelizar a todos los pueblos de la tierra según el mandamiento de Jesucristo, su fundador, quien dijo “id y predicad el evangelio por todo el mundo”. Desde entonces hasta nuestros días no han faltado valerosos apóstoles que se la han jugado y seguirán jugándosela en cualquier parte del mundo para hacer efectivo este mandato. “Nuestra religión, decía un santo misionero, debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo” . Este santo misionero se llamaba Juan Manuel Perboire, de quien Juan Pablo II afirmó que: ” Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados”
Juan había nacido en el pueblecito francés de Pech perteneciente a la parroquia de Montgesty, el 6 de Enero del año 1802. Sus padres Pedro Perboyre y María Riga, se habían casado formando una modesta familia de labradores de arraigada fe en la cual, él se educó. Siendo todavía muy pequeño escuchó un sermón en la iglesia del pueblo que le impresionó sobre manera dejándole marcado para siempre. Esto daría ocasión para que en su alma surgiera el germen de una vocación misionera. Cumplidos los 15 años ingresa en la orden de S. Vicente de Paul para hacer el noviciado, distinguiéndose por su espíritu de piedad y sacrificio. Hecha la profesión pasó a cursar los estudios de filosofía y teología correspondientes y una vez concluidos éstos fue ordenado sacerdote en septiembre de 1825 en la Capilla de las Hijas de la Caridad en París. Después de un periodo como profesor en el seminario de Saint –Flour pasaría a ocupar en el año 1832 el cargo de subdirector del noviciado que la orden tenía en Paris. En Marzo de 1835 le vemos ya embarcando hacia Macao cumpliéndose así sus más ardientes deseos de ir a misionar a la China, después de que sus superiores se hubieran resistido a concederle este permiso.
A Macao llegó el 29 de Agosto de 1835. No eran tiempos fáciles para misionar en este país, pues los sacerdotes cristianos estaban mal vistos y si eran descubiertos corrían el peligro de ser torturados, encarcelados o incluso muertos, por ello Juan, se vio obligado a vestir como los nativos, a adquirir sus mismas costumbres, dejando que le creciera la barba y la coleta. En una carta a sus hermanos graciosamente nos lo cuenta el mismo en estos términos: «Si me viérais ahora con mi atuendo chino, tendríais la ocasión de contemplar un espectáculo curioso: tengo la cabeza rapada, una larga trenza en la coronilla y bigotes que se estremecen cuando tartamudeo mi nueva lengua y se ensucian cuando como con los palitos de bambú. Dicen que mi aire de chino no es del todo malo”.
Su primer destino fue la misión de Honan, dedicándose a recoger niños abandonados, viajando de acá para allá en las más adversas condiciones. Transcurridos dos años, pasaría a la misión de Hupeh, territorio comprometido puesto que en 1839 se había desatado por estos pagos una virulenta persecución, siendo ocupada la región por las tropas, por lo que el santo misionero se vio obligado a huir y esconderse en la choza de un converso, quien para cobrar una recompensa lo delató, siendo apresado y conducido hasta los tribunales, que habrían de someterles a torturas sofisticadas y atroces, que formaban parte de una técnica depurada en la que los chinos siempre han destacado y que no es el momento de reproducir. Todo fue inútil, Juan Gabriel supo aguantarlo todo con la heroicidad de un mártir, manteniendo intacta su fe y no revelando detalle alguno que pudiera comprometer la seguridad de otros misioneros compañeros suyos.
A punto de cumplirse el año de su procesamiento, el 11 de septiembre de 1840, casi un año después de su captura, Juan Gabriel Perboyre fue estrangulado. Por cierto este asesinato fue motivo para que el gobierno británico exigiera el cumplimiento del Tratado de Nanking, firmado en 1842, según el cual las autoridades chinas se comprometían a no procesar a un misionero extranjero, sino a entregarlo al consulado más próximo de la nación a que pertenecía. El sueño del pequeño Juan Gabriel se había cumplido por lo que sería canonizado el 2 de Junio de 1996.
Reflexión desde el contexto actual
Este mártir misionero nos deja hoy este bello pensamiento para reflexionar sobre él: "En el crucifijo, el Evangelio y la Eucaristía, encontramos todo lo que podemos desear. No hay otra vía, otra verdad, otra vida” . La muerte gloriosa de Juan-Gabriel Perboyre, como la de cualquier otro mártir engendra vida en la sagrada comunidad presidida por la comunión de los santos. La muerte de los mártires lleva siempre consigo un nuevo renacer de la Iglesia. En ellos podemos ver reflejado de forma conjunta el ideal de los héroes y de los santos.