Un santo para cada día: 21 de sept San Mateo Apóstol y Evangelista (El recaudador de impuestos que lo dejó todo por seguir a Jesús)
| Francisca Abad
Los publicanos o alcabaleros eran gentes consideradas del peor rango, normalmente incumplidores de la Ley Mosaica y no estaban bien vistos por las gentes de Israel, porque para ellos resultaba humillante tener que pagar tributos al Imperio Romano y también porque al estar acostumbrados a tratar constantemente con paganos, se pensaba que incurrían en impureza legal. Eran equiparables a las categorías más despreciables, como las meretrices, los pecadores y los gentiles. Una de las mayores afrentas que los fariseos creían poder decir contra Jesús es que andaba con pecadores y publicanos y comía con ellos. Los publicanos no cobraban directamente los impuestos, sino que ellos pagaban a Roma de su bolsillo la cantidad estipulada y posteriormente recobraban este dinero o más a los de la zona. Por cobrar más de lo establecido, eran precisamente considerados pecadores y también porque reconocían la autoridad romana y ningún judío podía considerar otra autoridad que no fuera la de Dios
Cafarnaúm era un emporio mercantil y comercial. Al estar situado en un cruce de caminos, era el lugar ideal para cobrar las tasas o impuestos que el Imperio Romano imponía a todos los ciudadanos. Y allí precisamente tenía su “oficina” el publicano Leví, hijo de Alfeo. Jesús rompe todos esos prejuicios de los judíos y al pasar junto a esa “oficina” de recaudaciones, ve a Leví sentado a la mesa y le dice: “¡Sígueme!” y él no lo duda ni un minuto; dice el Evangelio que “dejándolo todo le siguió”. Es muy posible que ya hubiera oído hablar antes de Jesús, incluso que en alguna ocasión le hubiera “espiado” a escondidas, como Zaqueo. ¡Nunca lo sabremos! Pero lo cierto es que la confianza mutua entre Jesús y Leví tuvo que ser grande porque Jesús llega también a comer en su casa, como hizo con Zaqueo.
Los evangelistas Marcos y Lucas, al narrar el llamamiento de Jesús a Mateo, le dan el nombre de Leví, el publicano, tan solo Mateo en su evangelio, para resaltar más la misericordia de Jesús, se da a sí mismo el nombre de Mateo, el publicano, identificándose con Leví. Después, cuando van reorganizándose en Jerusalén las primitivas comunidades cristianas de judíos conversos, los apóstoles comienzan a contar todos los hechos vividos y todas las enseñanzas de Jesús, como una especie de “catequesis” primitivas. En estas circunstancias escribe Mateo su evangelio y precisamente lo escribe en arameo, la lengua de Jesús.
Lo que Mateo quiere resaltar en su evangelio es el carácter mesiánico de Jesús, comenzando por su genealogía, los lugares de los profetas que lo anunciaban, su nacimiento virginal, hasta llegar a su pasión y muerte. Jesús es el verdadero Mesías, todas las parábolas que Mateo narra van encaminadas a esta demostración. El evangelio de Mateo es el evangelio del Reino de Dios. Por lo menos 50 veces menciona el Reino de Dios y es el único que a ese nuevo Reino que Jesús anuncia, le da el nombre de Iglesia, fundada sobre la roca, que es Pedro. Es el evangelista que ha conservado más palabras textuales de Jesús y precisamente porque lo escribe en arameo, la lengua de Jesús, es el que nos da más fiabilidad de que esas expresiones las pronunciara así Jesús. Hay quien piensa que el evangelio de San Mateo es uno de los libros que más pecadores haya convertido. A su autor se le representa como a un hombre alado, porque su evangelio comienza por la genealogía de Jesús y narra la aparición del ángel a José.
De la vida apostólica de Mateo tenemos pocos datos, hay tradiciones y leyendas que lo sitúan en África, concretamente en Etiopía, donde dicen que entregó su vida mientras celebraba el Santo Sacrificio, aunque algunos opinan que no fue martirizado. Los restos de San Mateo fueron trasladados a Salerno en el siglo X, donde son venerados con gran devoción. La fecha para la celebración de su fiesta es de origen occidental y muy antigua.
Reflexión desde el contexto actual: San Mateo lo dejó todo para seguir incondicionalmente a Jesús. Los hombres de hoy sabemos muy bien lo que es abandonar todas las seguridades humanas a las que no queremos renunciar por nada del mundo y a las que nos agarramos desesperadamente como la última tabla de salvación y esto es precisamente lo que nos impide seguir libremente a Jesús que nos lo exige todo. Porque si algo no le gusta al Señor son los corazones partidos. Naturalmente que en la vida necesitamos disponer de cosas para vivir dignamente, para poder realizar nuestro trabajo e incluso nuestro apostolado, el problema por tanto no es disponer de bienes, sino estar apegados a ellos.