Un santo para cada día: 19 de octubre San Pedro de Alcántara. Un asceta de cuerpo entero
Gran gigante de la santidad en el Siglo de Oro español, austero penitente, maestro de modestia y sencillez. Es Patrón de la villa de Arenas de San Pedro
| Francisca Abad Martín
Gran gigante de la santidad en el Siglo de Oro español, austero penitente, maestro de modestia y sencillez. Es Patrón de la villa de Arenas de San Pedro.
Nacido en 1499 en la villa de Alcántara (Extremadura), en el seno de una familia noble y pudiente. Sus padres, Juan de Garabito y Vilela de Sanabria, cuidaron esmeradamente, tanto de su formación religiosa como intelectual. Estudió gramática en Alcántara y después marchó a Salamanca a los 11 o 12 años, donde estudió filosofía y comenzó derecho. A los 15 años, cuando había terminado ya el primer año de leyes, volvió de vacaciones a su casa. Un día vio pasar a unos franciscanos descalzos y marchó tras ellos, escapándose de su casa con apenas 16 años, al poco tiempo tomaría el hábito en el convento de Majarretes, junto a Valencia de Alcántara. Era el año 1515.
En Alcántara destacaron los valores humanos fundamentales, era de rostro afable, exquisito trato social y poseía una elocuente oratoria, pero lo que más asombraba a todos de él, eran sus austeras penitencias, había tal fuerza interior en él que inmediatamente quien le trataba se sentía atraído. Ya desde el principio de su vida religiosa vivía en continua oración, tuvo éxtasis y levitaciones, dicen que no solía mirar a la gente a la cara y que solo conocía a los que le trataban por la voz. Le gustaba tener huertecillos en los conventos y salir a ellos por las noches para contemplar el cielo estrellado, amaba a las criaturas de Dios, como su padre fundador San Francisco. Dicen que por donde pasaba dejaba un rastro de santidad; caminaba descalzo, de él cuentan algunos hechos milagrosos, como pasar el río Tiétar caminando sobre las aguas, llegar con las ropas secas en plena tormenta, o que la nieve formara una pequeña cavidad en torno suyo en el Puerto del Pico (Ávila).
En 1560 se encuentra con Teresa de Jesús en casa de Doña Guiomar de Ulloa y tratan sobre la fundación de un convento de carmelitas en Arenas de San Pedro. Surge entre ambos una serena amistad. Abre su corazón a la Santa, quien le dedica después tres capítulos en el Libro de su Vida. Santa Teresa le tuvo en gran estima, dedicándole grandes elogios y con respecto a su aspecto físico dice de él que parecía que estaba hecho de raíces de árbol y que los dedos de sus manos parecían sarmientos (seguramente a causa de la artrosis).
El famoso libro de fray Luis de Granada sobre la oración y la meditación, él lo condensó en una versión reducida, convirtiéndolo en un sencillo manual que fuera posible llevarse en el bolsillo. Lo llama “Tratado de oración y meditación”. También Carlos I tiene noticia de su santidad y le llama desde Yuste para que fuera su confesor, pero él declinó dicha proposición, se limitó a ser únicamente su consejero; no era muy amigo de andar en palacios ni ser agasajado, ello no quiere decir que fuera un hombre huraño, algo así como un cenobita, pues aunque ciertamente amaba la soledad, no rehusaba el trato con la gente.
Un aspecto muy importante de su vida fue el de reformador. Llegó a ser Visitador General de la Orden. No solo ayuda a Santa Teresa en la reforma carmelitana, sino que él mismo funda, con licencia pontificia, la Provincia de San José, que produjo a la Iglesia mártires, beatos y santos de primera fila.
El 18 de octubre de 1562 murió, a los 63 años en el Convento de Arenas de San Pedro, donde se conserva la urna con sus restos. Dicen que la Santa de Ávila vio volar su alma al cielo. Fue beatificado por Gregorio XV en 1622 y canonizado por Clemente IX en 1669-
Reflexión desde el contexto actual:
Pedro de Alcántara aparece ante nuestros ojos como ese hombre abnegado, dueño y dominador de sí mismo, que vivió en tensión constante la lucha entre la carne y el espíritu. Entendió como pocos que el amor de Dios se traduce en amor y servicio a los hermanos. Su vida es un bello ejemplo de olvido de sí mismo y servicio hacia los demás. ¿No es esto exactamente lo que estamos necesitando?En el Asceta de Alcántara encontramos un bello ejemplo viviente de que el renunciar a todo es la mejor forma de poseerlo Todo.