Un santo para cada día: 14 de marzo Santa Matilde de Ringelheim (Westfalia)
A esta sabia y prudente mujer, bien se le podrían aplicar las palabras del Libro de los Proverbios: “Una mujer perfecta ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas”
| Francisca Abad
Al desmembrarse el Imperio Carolingio, surgieron muchos reinos pequeños, principados, ducados y muchos señoríos. Uno de estos ducados era el de Enrique, Duque de Sajonia, cuyas principales pasiones eran la caza y la guerra.
En una de sus cacerías entró a rezar en la iglesia de una abadía. Al mirar hacia el coro de las monjas vio entre ellas a una joven bellísima, sin el hábito religioso, que estaba absorta en la oración y al instante se enamoró de ella. Le preguntó a la abadesa y ésta le dijo que era su nieta, nacida en el 895 y que su padre el Conde Dietrich, la había dejado a su cuidado para que fuera convenientemente educada en el monasterio.
Al poco tiempo de este encuentro se desposaron en el 909 y si al principio le había deslumbrado su belleza, luego se enamoró más de su virtud y de las muchas cualidades que adornaban su alma. A pesar de su juventud supo compenetrarse con su esposo y compartir con él gozos y tristezas.
Cuando él fue nombrado rey de los príncipes alemanes, ella fue su mejor guía y consejero. Tuvieron varios hijos. El mayor Oton I, fue el restaurador del Sacro Imperio Romano Germánico, Geberga de Sajonia, Enrique I Duque de Baviera y Bruno I, que fue arzobispo de Colonia.
Después de fallecer su esposo, accedió al trono su hijo Oton, pero su hermano Enrique se rebeló y Oton pensó que la madre estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio; además la acusó de haber escondido parte de la herencia que le correspondía y que ella afirmaba habérsela dado a los pobres. Entonces ella se fue a un convento a orar por la reconciliación de sus hijos.
El Papa llamó a Oton a Roma y le impuso sobre las sienes la corona de Carlomagno, nombrándole emperador de Occidente. Se cuenta que un día, cuando Oton pasaba por allí, una mujer mayor iba besando el lugar por donde él pisaba. Preguntó quién era esa mujer y le dijeron que era su madre. Esto debió impactarle mucho y aclarado todo la hizo regresar a palacio, pero Matilde, considerando que su misión había terminado, se retiró a un monasterio de la Orden de San Benito, tomó el hábito y allí se dedicó a la oración hasta su fallecimiento el 14 de marzo del año 968.
Reflexión desde el contexto actual
A esta sabia y prudente mujer, bien se le podrían aplicar las palabras del Libro de los Proverbios: “Una mujer perfecta ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas” “Tiende su brazo al desgraciado y alarga la mano al indigente” “Confía en ella el corazón de su marido y no cesa de tener ganancia” “Abre su boca con sabiduría y en su lengua hay doctrina de bondad”. Diremos con el autor sagrado: Dichoso el hombre que tiene la suerte de encontrar una compañera así, aunque siempre habrá algún feminismo radicalizado que trate de buscarle “cinco pies al gato”.