Amar a "todos" es un llamado a ser perfectos como el Padre Dios.

Domingo Séptimo del Año ordinario A.19.02.2017
(Mateo 5, 17-37. Lucas 6,27-ss.)


"Ustedes saben que se dijo: Ama a tu prójimo y guarda rencor a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos,... hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen,...y recen por sus perseguidores... . Así serán hijos del Padre que está en los cielos. Él hace brillar el sol sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos y pecadores... . Por lo tanto sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el Cielo".

He citado, en este mandato evangélico, a los evangelistas Mateo y Lucas, que hacen una muy buena complementación de este mandato del Señor. Una mandato que nos hacer ver de nuevo como Jesús vino a darle plenitud a la Ley. Pero los mandatos de Jesús no siempre son fáciles de entender por nuestro criterio humano. A muchos cristianos, estas exigencias evangélicas de Jesús, sobre todo las referentes al amor, les parecen difíciles, incluso hasta las consideran impracticables; algunos se las dejan a los santos, como si ellos no estuvieran llamado a la santidad y perfección de vida.

Tengo que decir, que me parece, que éste es el único lugar del Evangelio en que Jesús habla de ser perfecto, incluso de ser, "como es perfecto su Padre que está en el Cielo".
En otros lugares nos habló de entrar por la puerta estrecha para alcanzar una vida espiritual. Pero ahora llama a ser perfecto tratándose de la importancia de hacer un esfuerzo para no distinguir entre buenos y malos, lo que es una costumbre y un prurito de algunos, para dar una interpretación acomodaticia a un Evangelio que les parece difícil e incómodo de cumplir. Pero se trata de no excluir a nadie de nuestra comprensión y amor.

La exigencia evangélica de hoy es muy clara y no debe despertar ninguna duda y menos tratar de cambiarle la plana a Jesús. Se trata de un mandato y no de un consejo para llegar a la perfección. Y repetimos para que nos quede claro: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen y recen por sus perseguidores". Tal como Jesús en su amor extremo en la Cruz a todos: a los que se repartieron sus ropas, sortéandoselas, a los jefes y soldados que también se burlaban de él, ofreciéndole vino agridulce, diciéndole:
"Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Se trata de que hay que amar a todos sin exclusión a la manera de Jesús. Jesús decía, muriendo en la cruz: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

Cuando en la Eucaristía estoy actuando "in persona Christi". encuentro el sentido y la plenitud del sacerdocio conferido: lo estoy haciendo por mandato de Él: "Hagan esto en memoria mía": "Ámense unos a otros como yo los amé".
Amar a todos sin exclusión, incluso a los enemigos, a los que me puedan odiar; amar, bendiciendo al que me maldice y rezando por mis perseguidores. A TODOS. Lo pongo, así con mayúscula, porque insto a mis amigos liturgos que hicieron el Misal nuevo, que en momento de la Consagración de la Sangre de Cristo,vuelvan a la fórmula POR TODOS y no por "muchos" como se está diciendo hoy día.
Esto lo vivencio como sacerdote de la Eucaristía. Es cierto que, en un momento, en circunstancias de vivir en la dictadura de Pinochet, le di preferencia a los sufridos, a los allanados en sus casas con destrucción de ellas, perseguidos, detenidos, torturados, asesinados, desaparecidos, y a los más pobres, con predilección, etc., viendo en ellos a Cristo de nuevo crucificado.
Pero, no puedo olvidar a un hombre simpatizante comunista, que se ofreció, para hacer de rondín y guardián en las noches, y alrededor de plaza y casa parroquial, cuidando y protegiendo mi vida amenazada por la dictadura. Una noche este generoso rondín, al que le había pasado las llaves de mi casa, para que pudiera entrar a prepararse un café o algo caliente, lo sentí entrar y fui a su encuentro, para compartir el café con él. Él me dice; "padre, hace tiempo que quiero hacerle una pregunta: "¿si se diera vuelta la tortilla" y si el pueblo volviera al poder, y un día toca persecución, ahora en contra del dictador..., si vienen persiguiéndolo para matarlo, y éste golpea su puerta pidiéndole protección y refugio, usted qué es lo que haría?" Contesté: "le daría refugio y protección porque nadie tiene derecho a hacerse justicia con mano propia. Lo instaría a entregarse a los Tribunales de Justicia cuanto antes. Los Tribunales tienen que hacer verdad, justicia, una justa reparación y una sentencia a cumplir; él es hermano, hijo de Dios, aunque objetivo pecador, al que también hay que amar a la manera del Crucificado".
Mi amigo no podía creerme, me dice: "y yo que a usted lo comparaba con una sandía". "¿Por qué?" pregunté. Él me contesta con simpatía: "Porque lo consideraba verde por fuera pero 'rojito' por dentro".
Tuvimos un conversación sobre el mandato de Cristo de amar a los enemigos.


La exigencia de amar a todos los hermanos, hasta sacrificarse por ellos, y también a los enemigos, no es un consejo o algo sólo para una persona santa. Es un mandato, el más importante de nuestra moral o ética cristiana. Puede ser que ante esta exigencia nos sintamos confundidos, y como impotentes, pues sabemos lo difícil que es "hacer el bien a los que nos aborrecen y rogar por los que nos persiguen y calumnian", pero sabemos también que si no tratáramos de vivir estas exigencias, no seríamos cristianos, y que la línea divisoria entre el paganismo, la no-creencia, y el cristianismo, está en la capacidad de no sólo amar a los que nos aman, ni de saludar sólo a nuestros hermanos:

"Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué premio merecerán?, ¿no obran así también los pecadores? ¿Qué hay de nuevo si saludan a sus amigos?, no lo hacen también los que no conocen a Dios? Por lo tanto sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el Cielo".

Estas exigencias del mandato del amor a todos, incluso a los enemigos, no se pueden cumplir con sólo un esfuerzo personal de voluntad. El sermón de la montaña no es sólo de exigencias radicales, sino que también es una fuente de gracia: un don de Dios que nos hace posible cumplir con fidelidad con aquello que nos parece difícil.
Lo más extraordinario acerca de este mandato de Jesús no es sólo la fuerza de estas exigencias, sino la fuerza que Él nos da para poder cumplirlas. Debemos amar radicalmente al "hermano adversario", como decía un connotado y ejemplar hombre público y político cristiano, Don Bernardo Leighton Guzmán, que a mí me consideraba y me decía: "tú eres, para mí, el hijo que yo no tuve". Él decía "que no tenía enemigos, que sólo tenía "hermanos adversarios". Lo llamaron con cariño y admiración: "El hermano Bernardo".

Debemos amar con un amor fraterno porque Dios es así, y nosotros, hijos de Dios, tenemos que imitarlo:

"Así seréis hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace brillar el sol sobre malos y buenos,y caer la lluvia sobre justos y pecadores".


"El amor del prójimo aparece indisoluble del amor de Dios. Los dos mandamientos: "amar a Dios y al hermano o prójimo" son lo esencial y la clave de la ley (cfr. Mc.12, 28-33); es la síntesis de toda nuestra exigencia moral (cfr. Gálatas 5, 22 y ss. Romanos 13,8 y ss. Colosenses 3,9-14.); la caridad es la obra única y multiforme de toda fe viva:

"El que no ama a su hermano, al que ve, ¿cómo puede amar a Dios, al que no ve?... nosotros amamos a los hijos de Dios cuando amamos a Dios". (1 Juan: 4, 20 y ss. 5,2-3).
No se podría hacer mejor afirmación que la de San Juan. Lo que él dice es que en el fondo no hay más que un solo amor".


"El amor al prójimo es esencialmente religioso, de un espíritu completamente distinto de la mera filantropía. En primer lugar, por su modelo: imitar el amor mismo de Dios (cfr. Mateo 5, 44 y ss.; Efesios 5,1-2 y v. 25; 1 Juan 4,11 y ss.).En segundo lugar, por su fuente, y sobre todo porque es la obra de Dios en nosotros: ¿Cómo seríamos nosotros misericordiosos como el Padre celestial si no nos lo enseñara el Señor, si no lo derramara el Espíritu en nuestros corazones? (cfr. Lucas 6, 36; 1 Tesalonicenses 4,9;Romanos 5,5; 15, 30). Este amor viene de Dios y existe en nosotros por el hecho mismo de que Dios nos toma por hijos (1 Juan 4, 7). Y venido de Dios , vuelve a Dios: amando a nuestros hermanos, amamos al Señor mismo (Mateo 25,40), puesto que todos juntos formamos el Cuerpo de Cristo (Romanos 12, 5-10; 1 Cor. 12, 12-27). Tal es la manera como podemos responder al amor con que Dios nos amó el primero (1 Juan 3, 16; 4, 19 y ss.)".


"Mientras se aguarda la parusía del Señor, la caridad es la actividad esencial de los discípulos de Jesús, según la cual serán juzgados (Mateo 25, 31-46). El acto de amor de Cristo sigue expresándose a través de los actos de los discípulos. Tal es el testamento dejado por Jesús:
"Amaos los unos a los otros, como yo os he amado".(Juan 13,34 y ss).
El acto de amor de Cristo sigue expresándose a través de los actos de amor de sus discípulos. Este mandamiento, si bien antiguo por estar ligado con las fuentes de la revelación (1 Juan 2,7 y ss.), es nuevo: en efecto, Jesús inauguró una era nueva que anunciaban los profetas, dando a cada uno el Espíritu que crea corazones nuevos. Si, pues, están unidos los dos mandamientos, es porque el amor de Cristo continúa expresándose a través de la caridad que manifiestan los discípulos entre sí".

"El amor es don".

"La caridad cristiana es vista, sobre todo... conforme a la imagen de Dios que da gratuitamente a su Hijo por la salvación de todos los hombres pecadores, sin mérito alguno por su parte (Marcos 10,45; Romanos 5,6 y ss.). Es, pues, universal, sin dejar que subsista barrera alguna social o racial (Gálatas 3, 28), sin desprecio a nadie (Lucas 14, 13; 7,39); más aún exige el amor de los enemigos (Mateo 5,43-47); Lucas 10, 29-37). El amor no puede desalentarse: tiene como leyes el perdón sin límites (Mateo 18, 21 y ss.; 6, 12.14 y ss.), el gesto espontáneo para con el adversario(Mateo 5, 23-26), la paciencia, el bien devuelto a cambio del mal (Romanos 12, 14-21),Efesios 4,25-5,2)".

Queridos amigos:

Estos últimos 4 párrafos léanlo con paciencia, medítenlos frente al Señor. Están tomados en forma casi textual de X. León Dufour, en su libro: "Vocabulario de Teología Bíblica".(páginas 80 y 81).

Termino:

Se trata de imitar a Dios, de ser bondadoso como Él, perfectos, como un hijo imita al Padre. En esto está la clave para entender el sermón de la montaña y el sentido radical de las exigencias de Jesús. Jesús no nos exige "cosas", normas... Nos exige ser como nuestro Padre celestial, que es fuente de todo bien. Identificados con su amor y misericordia, e imitándolo, el amor a los enemigos y el olvido de las ofensas vienen a ser un fruto de nuestro crecimiento como hijos de Dios. Que así sea.

Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+

P. S. Este escrito es una reactualización de lo que ya he escrito anteriormente en Religión Digital.
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