Bautismo, sacramento de nuestra condición de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros.
BAUTISMO DE JESÚS. 10.01.2016.
El Bautismo de Jesús está narrado en los cuatro evangelistas: Mateo 3,13-17; Marcos 1, 9-11; Lucas 3,21-22; Juan 1,29-34:
ANUNCIO:
"Éste es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido".
En el bautismo de Jesús en el Jordán tenemos una extraordinaria manifestación de Dios. Se nos manifiesta como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Es el Dios Uno y Trino. Es la Santísima Trinidad:
"Un día con el pueblo que venía a bautizarse, se bautizó también Jesús. Y, mientras estaba orando, se abrieron los cielos; el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó exteriormente con una aparición como de paloma. Y del cielo llegó una voz: "Tú eres mi Hijo, el Amado; tú eres mi elegido"…". (Lucas 3,21-22).
Ahí están el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Pero hay que referirse a la manifestación que hace el Padre Dios con respecto a Jesús:
"Éste es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido".
Antes diremos que Jesús no necesitaba convertirse ni bautizarse. Siendo el Salvador de la humanidad, un hombre como los hombres, menos en el pecado, quiso encarnarse y mezclarse solidariamente con la humanidad, que había asumido en su divinidad, en su única persona. Se mezcla con sus hermanos pecadores que buscaban el camino del perdón. Quiso asegurarles que ése era un camino correcto: buscar la rectitud y la transformación de sus vidas.
Jesús, el Hijo del Hombre, fue gratificado con una comunicación divina. ¿Acaso, Jesús necesitaba saber todo aquello que se manifestó en el Jordán?
No hay que olvidar que el término Hijo de Dios, en ese tiempo, tenía varias interpretaciones. Así se le llamaba al rey de Israel. Así, también, cuando se esperaba el nombramiento del rey.
Aquí la voz del Padre es nítida y muy clara: se trata de que Jesús es el Hijo de Dios, tal cual lo expresa la palabra. Es el Hijo Único del Padre, Dios nacido de Dios desde su concepción. En ese momento del bautismo, desde ese momento, Jesús era consciente de ser Hijo de Dios. También en el bautismo, Jesús recibió el llamado de Dios:
"éste es mi Elegido".
Dios le insinúa comenzar su misión y ministerio de salvación, como hijo suyo:
"He aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, el preferido de mi corazón. He puesto mi Espíritu sobre él, y por él las naciones conocerán mis Juicios". (Isaías 42, 1.).
Jesús es profeta y rey de su pueblo. "Tú eres mi elegido". Todo tiene una coincidencia y un profundo sentido, con el significado antiguo de la Biblia. También, en ese mismo momento Jesús recibe, ahora otra comunicación plena del Espíritu, dado a los profetas. Jesús es Sacerdote, Profeta y Rey.
¿Cómo se sentiría Jesús como hombre con esta declaración de amor divino? Sólo, los que hemos tenido experiencia del amor de Dios, podríamos tener una respuesta cercana a esta interrogante.
Antes de dormirme, miro un cuadro de dos manos entrelazadas, dice: "Señor, creo en tu amor por mí". Y me duermo, pensando también en el amor de mis padres, que como instrumentos de amor de Dios, me llamaron a vivir, y, amándome, me entregaron al ministerio y a la misión de salvación y liberación de mis hermanos, especialmente de los más pobres. Soy sacerdote ministerial por el Orden Sagrado. "Sacerdote eternamente".
Evangelio de hoy, es un anuncio y figura de nuestro propio bautismo. El Padre, a través de su Hijo, nos ama y ama a todos los hombres, con el mundo que les rodea. Dios Padre nos ama a cada uno de nosotros en la medida que nos ve en su Hijo; en la medida que nos ve incorporados a Jesús.
En el bautismo nos hemos incorporado al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. No hemos revestido de Cristo, muriendo a nuestro pecado. El Padre nos mira como hijos. Nos señala como elegidos para la misión; se oye a Dios: "Tú eres mi hijo, el amado; tú eres mi elegido". Pero, como hijos, en Jesús, hermanos de mis hermanos, los hombres. El Espíritu Santo nos unge como cristianos, enviados a cumplir la misión de Jesús, que es la misión de la Iglesia. El Espíritu nos enseña y aclara todo. Nos guía y nos orienta "según los signos de los tiempos". El Espíritu nunca puede estar cesante en su labor con nosotros. Él nos hace siempre jóvenes de espíritu. En verdad, necesitamos cristianos de espíritu. Digamos también: nuestro bautismo nos hace templo de Dios, en Jesús, el Hijo, que nos relaciona con el Padre, y éste al vernos en su Hijo, nos ama y por la unción del Espíritu nos hace, también en nuestro hermano Jesús, hermanos de nuestros hermanos: familia y Pueblo de Dios: Iglesia, con una misión de cada uno y de todos los miembros de este Cuerpo de Cristo. Somos habitados por Dios Uno y Trino. Hemos sido bautizados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Somos Templo de Dios. ¡Bendito sea Dios! ¡Demos gracias a Dios!
DENUNCIA:
Nuestra condición de bautizados debe ser vivida en este mundo peregrino. Lamentablemente, o no tenemos total conciencia de nuestra condición de bautizados y lo que ella implica, o simplemente, por nuestra tibieza y nuestra falta de alma de pobre no cumplimos las exigencias del bautismo. Nuestra mediocridad "echa en bolsa rota la gracia de Dios que hemos recibido".
Me detendré a ver nuestra conciencia de hijos de Dios y por consecuencia de hermanos de nuestros hermanos.
Pienso que hoy no existe la hermandad que Dios quiere. Teóricamente escuchamos frecuentemente que todos somos hermanos en Cristo, hijos del mismo Padre. Pero lo que importante es la práctica de la fraternidad, y está no se está dando como corresponde. Hay muchas divisiones, luchas de clases, causada por el abismo de desigualdades humanas y materiales. Casi el 80% del mundo está en la pobreza. Se aplica un sistema económico que es imposible que nos haga hermanos. Este sistema causa acumulación y acaparamiento de los bienes creados para todos por Nuestro Padre. El sistema está centrado en el dinero y en conseguirlo de cualquier forma, incluso matando de a poco a una generación entera. El sistema no tiene como centro a la persona humana, hija de Dios, nuestro hermano o hermana; todo está en la competencia por tener más y no por ser más. Eso nos convierte en rivales competidores y, como en la parábola del buen samaritano, arroja "a la vera del camino" a millones, asaltados, despojados, heridos, con distintas heridas y enfermedades, como la de la salud, como la de la vivienda; como la de la educación y como la del trabajo: indigno, injusto y, en muchos casos, de cesantía. El sistema conduce no a una vida digna, sino a un despojo, a una pobreza y a una miseria, que más aún, se esconde intencionadamente, por los poderosos mezquinos y egoístas, que siempre "hacen un rodeo frente al caído como el sacerdote y el levita". Es así, como en Chile, se está descubriendo lo que hace tiempo estaba oculto: corrupción del dinero, evasión de impuestos, colusión de empresas, haciendo un saqueo y un robo al cada vez más escaso dinero y bienes indispensables de muchos chilenos. Y esto lo hacen personas con cargos de importancia y de bien común: políticos y empresarios con solapados tráfico de influencias, haciendo una pérdida de confianza entre los chilenos y sus instituciones. Este es un pecado que clama al cielo. Cómo convencer a los ricos, que su camino al cielo, es la justicia social, tener alma de pobres y estar disponible para construir la fraternidad desde ya, ahora y aquí. Se está en una situación de "pecado social". Hay un grito de los que sufren y que demandan justicia. Es el grito de una humanidad que sufre: "Éste pudo haber parecido sordo... . Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones amenazante. Es el clamor de "los millones de hombres que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte". (Medellín y Puebla: 87-89).
Los bautizados somos de la Iglesia de los pobres. Pero, en la práctica, no aparecemos como tal, incluso entre nosotros, hay graves injusticias y desigualdades. Pero hay más: la opción por los pobres no está apareciendo como prioridad pastoral. No estamos siendo la Iglesia del Hijo del Hombre, que nació, vivió y murió pobre. ¿De nuevo Cristo Crucificado? ¿De nuevo, como Pedro, vamos a negar al Cristo, que está en los millones de pobres? ¿De nuevo nos vamos a lavar las manos como Pilato? ¿No decimos nada ante la corrupción, ante el saqueo escandaloso de los poderosos: políticos, grandes empresarios?
Recuerdo: "Por el amor al más pobre vamos a ser juzgados por Dios". (Cardenal Raúl Silva Henríquez. Homilía de un 1° de mayo).
En este sistema neo liberal globalizado, tanto el trabajo humano como el trabajador son considerados como una vulgar herramienta de mercancía. Hay que producir y producir, es la consigna del sistema, crecer y crecer, hasta ahora macroeconomicamente, pero sin "chorreo", con sueldos indignos y trabajos temporales. Hoy hay trabajadores temporeros a todo nivel de vida. Eso acarrea el llanto y crujir de dientes de las familias. De ahí se derivan muchos más males: la delincuencia, el narcotráfico, la drogadicción, el alcoholismo , la violencia familiar u otros tipos de violencia, que no queremos, pero que tiene una clara causa. Y digo como hermano: lo que hacemos reiteradamente, es usar siempre las mismas palabras condenatorias de siempre. Es una hipocresía. No basta con condenar, hay que entender que el sistema no es humano y es muy violento; es una tentación y causa de la violencia. Existe una violencia institucionalizada. La han denunciado nuestro legítimos pastores, y lo han hecho a nivel latinoamericano y el Caribe, pero muchos católicos, no hacen caso y están "muy bien, gracias", y muy buenos para condenar y pontificar: "no se justifica la violencia, venga de donde venga, menos el terrorismo". Pero no mueven un dedo por nadie. Algunos se refugian en la barca de la Iglesia. Se enajenan con compromisos pastorales, y sienten, que con eso, su compromiso como cristiano ya está agotado. Esto, en la mayoría de los casos, responde a una causa: un sacerdote autoritario, que siempre está echando a la cara de los laicos, su condición de jerarquía sobre ellos. Son involucionistas, restauradores de la Iglesia del Vaticano II. Los sacerdotes, no todos, pero varios, han olvidado poner en práctica el Vaticano II, Medellín, Puebla, Aparecida, la "Evangelización en el mundo contemporáneo", incluso los documentos y orientaciones pastorales y prioritarias que han dado los Obispos chilenos. Hace falta una actualización y una puesta al día del Magisterio escrito, olvidado y muchas veces intencionadamente ignorado y marginado. Esto se puede hacer en los muchos Cursos y Escuelas de fe, dedicando un tiempo fuerte al estudio del Concilio y su aplicación en América Latina, incluyendo, sobre todo, una Evangelización, que lleve al encuentro verdadero del Agente Pastoral con Cristo, Único Maestro. Necesitamos hombres y mujeres convertidos y no sabios, doctos y secos, sin la gracia de Dios. La Iglesia de hoy, como lo dicen los Obispos en Aparecida, debe tener una profunda revisión y una profunda conversión.
En estos años últimos, mi experiencia sacerdotal, ha sido de un permanente bloqueo pastoral, por parte, especialmente de sacerdotes y religiosas. Con humildad digo: soy un sacerdote de Jesús, del Evangelio. Soy un hombre de Iglesia, que con ahínco busco ser leal y fiel a ella, sobre todo tratando de aplicar, en la pastoral, el Vaticano II, Medellín y Puebla; hoy día, Aparecida. Soy un sacerdote del Concilio. Veo que no hay una verdadera opción por los pobres. He urgido una presencia pastoral y de misión evangelizadora en un Campamento a la Parroquia correspondiente. He insistido por años. No pasó nada. Y eso que hemos dicho que "los pobres no pueden esperar".
Además, no hay una opción pastoral por las comunidades cristianas: Iglesia doméstica, inserta, encarnada y comprometida con "los gozos y esperanzas, con las lágrimas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente con los más pobres". Y esto porque lo manda la Iglesia del Vaticano II: "porque los gozos y esperanzas, las lágrimas y angustias, son los gozos y esperanzas, las lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo". (Gaudium et Spes).
Soy testigo, como sacerdote, que ama a la Iglesia, y que la quiere "sin mancha ni arruga ni nada semejante", que este mandato de la Iglesia no se está cumpliendo en la base de la Iglesia: en Parroquias, Comunidades y Capillas Sectoriales. Esta base de la Iglesia no estaría viviendo el bautismo: no son hijos de Dios que cumplen su voluntad, ni tampoco se hacen próximos, como Jesús, a sus hermanos los pobres y sufridos. En la práctica no se construye el Reino de la fraternidad encomendado por Jesús a sus discípulos. Y esto sucede no sólo por una falta de renovación de las comunidades, sino especialmente, como lo dicen algunos involucionistas: 'porque, a través de los laicos de las comunidades, existe el peligro que se pueda infiltrar, al interior de la Iglesia, el secularismo del mundo'. Entonces, también, no se está respetando el rol fundamental del laico en la Iglesia y en su labor específica en lo temporal. Se les ha metido y guardado, como en un "Arca de Noé", al interior de la Iglesia. Están sometidos y son meros ejecutivos del sacerdote o párroco de turno. Están en una Iglesia monolítica y hegemónica, centrada en si misma, y por tanto no misionera ni evangelizadora, y por ende no "buen samaritano", no próxima a sus hermanos necesitados del pan y de ese"pan que sale de la boca de Dios".
Veo, incluso, adentro de la Comunidad, Iglesia de Base, mucha división, pelambres y competencia, se deshermanan con frecuencia. El encierro les hace mal. Falta amor y faltando éste, se producen crisis. Eso nos hace comprender que es urgente una revisión de nuestra condición de bautizados. He sido duro con los sacerdotes. Lo hago conmigo mismo. Tenemos mucha responsabilidad en todo.
Recuerdo haber escuchado, por parte de algunos laicos, lo referente a un sacerdote, que hace un tiempo atrás, en un Curso de Agentas Pastorales, en un Decanato, al tocar el tema de la Eclesiología, dijo sin tapujo: 'Mi fundamento doctrinal será el Vaticano I, pues yo no estoy de acuerdo con el Vaticano II'. Y, precisamente, el Vaticano II, nos envió a vivir el bautismo, como hijos de Dios y de la Iglesia, en medio del mundo; enviándonos al mundo, haciéndonos próximos de nuestros hermanos, incluso con los que están en las fronteras. Nos pidió 'que no fuéramos a los hermanos del mundo, sólo como maestros, sino también como discípulos'. Es decir, lo mismo de Juan XXIII, y de Pablo VI, dicho con otras palabras: 'abran las ventanas, para que entre el aire del mundo'. La Iglesia estaba muy encerrada, con aire enrarecido. El Vaticano II fue un Pentecostés para la Iglesia de hoy. Al igual que los Apóstoles, se nos mandó, por el Espíritu, a abrir las puertas y enfrentar el "diluvio" del mundo, encarnándose, a la manera de Jesús, para anunciar el Evangelio de Jesús, y para recibir, aproximándonos, de los hermanos del mundo, una evangelización.
Recuerdo a un sacerdote muy querido, que se había hecho pobre entre los pobres, al cual admiro, que sabiendo yo, que él estaba participando en un grupo de sensibilidad social, grupo no pobre, buscando "propuestas para Chile", me atreví a preguntarle, si él estaba proponiendo desde y por los pobres. Me contestó: 'yo no represento a nadie, me represento a mi mismo'. Me quedé pensando su respuesta. Pensé que su respuesta hacía relevante, que se representaba a sí mismo… pensé que lo decía ‘porque él era pobre con los pobres’. Pero, también, he pensado, que su respuesta podría significar que él, no se había hecho realmente hermano de sus hermanos, y por eso, no los representaba. Sin embargo, estábamos en una época en que insistentemente se decía que la Iglesia debía ser la voz de los sin voz. Era propicio, su participación de propuestas para Chile, para poder levantar la bandera y causa de los pobres.
Me parece que muchas veces se arguye que la Iglesia dedica muchos sacerdotes al mundo popular. Eso me merece ciertas reservas. Pero, en todo caso, si es verdadero, la mayor dedicación de personal sacerdotal en las poblaciones de los pobres, me parece que es legítimo preguntarme, si hay encarnación e inserción verdadera, o si se copia la atención pastoral de las Parroquias en general, incluso no pobres, traspasando todo al mundo popular. Se puede vivir en una población, incluso en un Campamento, pero ni siquiera por osmosis, ser un "nazareno" junto a los pobres.
Volvamos a lo contingente nacional. Reiteremos nuestra denuncia. Ni siquiera somos hermanos en la construcción, en comunión y participación, de la patria común. No hay democracia verdadera. No hay canales de participación. Ni siquiera el voto puede expresar el sentir del pueblo. Es baja la expresión ciudadana en las votaciones. Últimamente ha votado un 30% de los inscritos en Registros Electorales. Hay conglomerados que se han apoderado del poder por el poder. Esos conglomerados presentan candidatos a las elecciones y se instalan en cargos de poder, no representando al 70% de ciudadanos restantes.
Denunciamos que todavía no ha llegado la democracia en Chile.
Denunciamos una Constitución Dictatorial, que después de 35 años no ha sido cambiada integralmente. Con esa micro de la Constitución pinochetista, vamos por un camino equivocado, y no vamos a llegar a la democracia, que hasta ahora, ha sido el mejor camino para llegar a una mejor fraternidad. Chile institucionalmente es ilegítimo y no democrático.
Denunciamos el neoliberalismo sostenido por la Constitución antidemocrática, y todos los otros males, consecuencias derivadas de esta Constitución ilegítima: Vivienda, Salud. Educación, Economía, lo Laboral, las riquezas básicas en manos privadas: nacionales y extranjeras. Todo este mal conlleva la pérdida de valores. No tenemos un alma nacional ni hay un proyecto verdadero de país. Desde la fe, denunciamos esta situación, como pecado social. Dios no la quiere. Esta situación no es la voluntad de Dios. Y esto lo decimos sin temor, a aquellos que siempre tratan de desautorizarnos por no ser expertos en economía y otros. Pero somos pastores, y estamos siendo testigos, y también sufriendo en carne propia esta inhumana crueldad.
Si no hay cambio vendrá el estallido social. No habrá fraternidad. Hay una deuda social y nacional, y es urgente pagarla como corresponde.
Los chilenos hacen de la mentira verdad. No hay peor mentira que mentirse a si mismo. Todo se fundamenta en una falsa democracia. Y la aceptamos como democracia, usando la dinámica de ir de mentira a verdad . En esta denuncia citemos a Jesús y su Evangelio:
"Ellos respondieron: "Nosotros no somos hijos ilegítimos, no tenemos más que un solo padre, Dios" .
Jesús les dijo: "Si Dios fuera el Padre de ustedes, ustedes me amarían, porque de él salí yo y de él vengo. Yo no he venido por iniciativa propia, sino que él me envió. ¿Por qué, pues, no reconocen mi lenguaje? Porque no pueden aceptar mi mensaje. Ustedes tienen por padre al Diablo, y quieren realizar los malos deseos del diablo. Él es asesino de hombres desde el principio. No ha permanecido en la verdad. Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y padre de toda mentira.
Yo, en cambio, les digo la verdad y ustedes no me creen. ¿Quién de ustedes encontrará en mí falsedad? Sí, pues, les he dicho la verdad, ¿por qué no me creen? El que es de Dios escucha la Palabra de Dios: por eso no me escuchan, porque no son de Dios". (Juan 8,41-47).
¿Se podría aplicar esto a nosotros y a nuestra sociedad?
Dejo hecha la pregunta.
CONVOCACIÓN:
Después de esta dura y cruda denuncia, quiero decir: es la hora de los discípulos de Cristo. Nosotros tenemos la fuerza de nuestro bautismo. Estamos habitados por Dios. Y Dios es el Dios de lo imposible. Seamos sus dóciles y responsables instrumentos y aportemos con nuestra encarnación de hijos de Dios, a la tarea y compromiso social y político, de la construcción de un Reino de fraternidad. Esta tarea hay que comenzarla de verdad, desde ya, ahora y aquí. Salgamos de nuestro falso espiritualismo. Hagámonos próximos. Seamos hermanos. La fraternidad es un desafío especial de la hora presente. Una sociedad construida en comunión y participación es hacia la fraternidad. Esto supone derribar los obstáculos de las desigualdades abismantes, de las injusticias sociales. Este es un aporte decisivo que las filosofías, ideologías y partidos políticos no pueden dar: no dicen referencia a un Padre común. Nosotros tenemos el desafío de hacer la fraternidad. Los cristianos tenemos como fundamento de la fraternidad, el que somos hijos de Dios. El fundamento de la fraternidad humana es la paternidad común de un Dios Padre, "lento a la ira y rico y pronto en misericordia". Todo esto, aceptado, no sólo de palabras, sino aceptado en la práctica, con un compromiso cristiano, que escucha el clamor de sus hermanos oprimidos, y que busca su liberación integral. Podemos ser hermanos porque podemos ser hijos de Dios… y realmente lo somos. Dios es nuestro Padre. Y repito: la fraternidad no puede construirse sólidamente sin esta referencia a un padre común (Puebla 211, 212, 241). Y como ya dijimos: las ideologías que buscan una fraternidad, y la buscan sin esta referencia, caen en una precariedad y muchas veces en sectarismos.
La Palabra de hoy nos convoca a una gran misión y crea la fraternidad. Los Sacramentos, particularmente la Eucaristía, son la celebración y la inyección de la hermandad en la comunidad humana (Puebla 918). La libertad que hemos adquirido por el bautismo, como hijos de Dios, es, en primer lugar, un poder salir de nosotros mismos: de nuestro yo, para descubrir al otro como otro, y no como una prolongación de nosotros mismos. Porque sin esa actitud, no nos hacemos hermanos de los demás. Con egoísmo, sin ése amor, a la manera de Jesús, el Hijo Amado de Dios, el Elegido, no salvamos a nadie . Vivamos nuestro bautismo. El bautismo es la fiesta de la filiación y de la hermandad. Esta convocación es una elección de Dios. Es una llamada a construir un mundo ancho, justo, solidario, y donde no sobre nadie; vocación a construir el Reino de la fraternidad.
He sido reiterativo con intención. Debo "predicar oportuna e inoportunamente, con toda paciencia y doctrina".
¡Ay de mí si no lo hago!
Creo que Chile tiene que recomenzar una patria nueva fraterna y democrática. Y esto desde ya:
¡Pronto!
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
El Bautismo de Jesús está narrado en los cuatro evangelistas: Mateo 3,13-17; Marcos 1, 9-11; Lucas 3,21-22; Juan 1,29-34:
ANUNCIO:
"Éste es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido".
En el bautismo de Jesús en el Jordán tenemos una extraordinaria manifestación de Dios. Se nos manifiesta como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Es el Dios Uno y Trino. Es la Santísima Trinidad:
"Un día con el pueblo que venía a bautizarse, se bautizó también Jesús. Y, mientras estaba orando, se abrieron los cielos; el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó exteriormente con una aparición como de paloma. Y del cielo llegó una voz: "Tú eres mi Hijo, el Amado; tú eres mi elegido"…". (Lucas 3,21-22).
Ahí están el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Pero hay que referirse a la manifestación que hace el Padre Dios con respecto a Jesús:
"Éste es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido".
Antes diremos que Jesús no necesitaba convertirse ni bautizarse. Siendo el Salvador de la humanidad, un hombre como los hombres, menos en el pecado, quiso encarnarse y mezclarse solidariamente con la humanidad, que había asumido en su divinidad, en su única persona. Se mezcla con sus hermanos pecadores que buscaban el camino del perdón. Quiso asegurarles que ése era un camino correcto: buscar la rectitud y la transformación de sus vidas.
Jesús, el Hijo del Hombre, fue gratificado con una comunicación divina. ¿Acaso, Jesús necesitaba saber todo aquello que se manifestó en el Jordán?
No hay que olvidar que el término Hijo de Dios, en ese tiempo, tenía varias interpretaciones. Así se le llamaba al rey de Israel. Así, también, cuando se esperaba el nombramiento del rey.
Aquí la voz del Padre es nítida y muy clara: se trata de que Jesús es el Hijo de Dios, tal cual lo expresa la palabra. Es el Hijo Único del Padre, Dios nacido de Dios desde su concepción. En ese momento del bautismo, desde ese momento, Jesús era consciente de ser Hijo de Dios. También en el bautismo, Jesús recibió el llamado de Dios:
"éste es mi Elegido".
Dios le insinúa comenzar su misión y ministerio de salvación, como hijo suyo:
"He aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, el preferido de mi corazón. He puesto mi Espíritu sobre él, y por él las naciones conocerán mis Juicios". (Isaías 42, 1.).
Jesús es profeta y rey de su pueblo. "Tú eres mi elegido". Todo tiene una coincidencia y un profundo sentido, con el significado antiguo de la Biblia. También, en ese mismo momento Jesús recibe, ahora otra comunicación plena del Espíritu, dado a los profetas. Jesús es Sacerdote, Profeta y Rey.
¿Cómo se sentiría Jesús como hombre con esta declaración de amor divino? Sólo, los que hemos tenido experiencia del amor de Dios, podríamos tener una respuesta cercana a esta interrogante.
Antes de dormirme, miro un cuadro de dos manos entrelazadas, dice: "Señor, creo en tu amor por mí". Y me duermo, pensando también en el amor de mis padres, que como instrumentos de amor de Dios, me llamaron a vivir, y, amándome, me entregaron al ministerio y a la misión de salvación y liberación de mis hermanos, especialmente de los más pobres. Soy sacerdote ministerial por el Orden Sagrado. "Sacerdote eternamente".
Evangelio de hoy, es un anuncio y figura de nuestro propio bautismo. El Padre, a través de su Hijo, nos ama y ama a todos los hombres, con el mundo que les rodea. Dios Padre nos ama a cada uno de nosotros en la medida que nos ve en su Hijo; en la medida que nos ve incorporados a Jesús.
En el bautismo nos hemos incorporado al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. No hemos revestido de Cristo, muriendo a nuestro pecado. El Padre nos mira como hijos. Nos señala como elegidos para la misión; se oye a Dios: "Tú eres mi hijo, el amado; tú eres mi elegido". Pero, como hijos, en Jesús, hermanos de mis hermanos, los hombres. El Espíritu Santo nos unge como cristianos, enviados a cumplir la misión de Jesús, que es la misión de la Iglesia. El Espíritu nos enseña y aclara todo. Nos guía y nos orienta "según los signos de los tiempos". El Espíritu nunca puede estar cesante en su labor con nosotros. Él nos hace siempre jóvenes de espíritu. En verdad, necesitamos cristianos de espíritu. Digamos también: nuestro bautismo nos hace templo de Dios, en Jesús, el Hijo, que nos relaciona con el Padre, y éste al vernos en su Hijo, nos ama y por la unción del Espíritu nos hace, también en nuestro hermano Jesús, hermanos de nuestros hermanos: familia y Pueblo de Dios: Iglesia, con una misión de cada uno y de todos los miembros de este Cuerpo de Cristo. Somos habitados por Dios Uno y Trino. Hemos sido bautizados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Somos Templo de Dios. ¡Bendito sea Dios! ¡Demos gracias a Dios!
DENUNCIA:
Nuestra condición de bautizados debe ser vivida en este mundo peregrino. Lamentablemente, o no tenemos total conciencia de nuestra condición de bautizados y lo que ella implica, o simplemente, por nuestra tibieza y nuestra falta de alma de pobre no cumplimos las exigencias del bautismo. Nuestra mediocridad "echa en bolsa rota la gracia de Dios que hemos recibido".
Me detendré a ver nuestra conciencia de hijos de Dios y por consecuencia de hermanos de nuestros hermanos.
Pienso que hoy no existe la hermandad que Dios quiere. Teóricamente escuchamos frecuentemente que todos somos hermanos en Cristo, hijos del mismo Padre. Pero lo que importante es la práctica de la fraternidad, y está no se está dando como corresponde. Hay muchas divisiones, luchas de clases, causada por el abismo de desigualdades humanas y materiales. Casi el 80% del mundo está en la pobreza. Se aplica un sistema económico que es imposible que nos haga hermanos. Este sistema causa acumulación y acaparamiento de los bienes creados para todos por Nuestro Padre. El sistema está centrado en el dinero y en conseguirlo de cualquier forma, incluso matando de a poco a una generación entera. El sistema no tiene como centro a la persona humana, hija de Dios, nuestro hermano o hermana; todo está en la competencia por tener más y no por ser más. Eso nos convierte en rivales competidores y, como en la parábola del buen samaritano, arroja "a la vera del camino" a millones, asaltados, despojados, heridos, con distintas heridas y enfermedades, como la de la salud, como la de la vivienda; como la de la educación y como la del trabajo: indigno, injusto y, en muchos casos, de cesantía. El sistema conduce no a una vida digna, sino a un despojo, a una pobreza y a una miseria, que más aún, se esconde intencionadamente, por los poderosos mezquinos y egoístas, que siempre "hacen un rodeo frente al caído como el sacerdote y el levita". Es así, como en Chile, se está descubriendo lo que hace tiempo estaba oculto: corrupción del dinero, evasión de impuestos, colusión de empresas, haciendo un saqueo y un robo al cada vez más escaso dinero y bienes indispensables de muchos chilenos. Y esto lo hacen personas con cargos de importancia y de bien común: políticos y empresarios con solapados tráfico de influencias, haciendo una pérdida de confianza entre los chilenos y sus instituciones. Este es un pecado que clama al cielo. Cómo convencer a los ricos, que su camino al cielo, es la justicia social, tener alma de pobres y estar disponible para construir la fraternidad desde ya, ahora y aquí. Se está en una situación de "pecado social". Hay un grito de los que sufren y que demandan justicia. Es el grito de una humanidad que sufre: "Éste pudo haber parecido sordo... . Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones amenazante. Es el clamor de "los millones de hombres que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte". (Medellín y Puebla: 87-89).
Los bautizados somos de la Iglesia de los pobres. Pero, en la práctica, no aparecemos como tal, incluso entre nosotros, hay graves injusticias y desigualdades. Pero hay más: la opción por los pobres no está apareciendo como prioridad pastoral. No estamos siendo la Iglesia del Hijo del Hombre, que nació, vivió y murió pobre. ¿De nuevo Cristo Crucificado? ¿De nuevo, como Pedro, vamos a negar al Cristo, que está en los millones de pobres? ¿De nuevo nos vamos a lavar las manos como Pilato? ¿No decimos nada ante la corrupción, ante el saqueo escandaloso de los poderosos: políticos, grandes empresarios?
Recuerdo: "Por el amor al más pobre vamos a ser juzgados por Dios". (Cardenal Raúl Silva Henríquez. Homilía de un 1° de mayo).
En este sistema neo liberal globalizado, tanto el trabajo humano como el trabajador son considerados como una vulgar herramienta de mercancía. Hay que producir y producir, es la consigna del sistema, crecer y crecer, hasta ahora macroeconomicamente, pero sin "chorreo", con sueldos indignos y trabajos temporales. Hoy hay trabajadores temporeros a todo nivel de vida. Eso acarrea el llanto y crujir de dientes de las familias. De ahí se derivan muchos más males: la delincuencia, el narcotráfico, la drogadicción, el alcoholismo , la violencia familiar u otros tipos de violencia, que no queremos, pero que tiene una clara causa. Y digo como hermano: lo que hacemos reiteradamente, es usar siempre las mismas palabras condenatorias de siempre. Es una hipocresía. No basta con condenar, hay que entender que el sistema no es humano y es muy violento; es una tentación y causa de la violencia. Existe una violencia institucionalizada. La han denunciado nuestro legítimos pastores, y lo han hecho a nivel latinoamericano y el Caribe, pero muchos católicos, no hacen caso y están "muy bien, gracias", y muy buenos para condenar y pontificar: "no se justifica la violencia, venga de donde venga, menos el terrorismo". Pero no mueven un dedo por nadie. Algunos se refugian en la barca de la Iglesia. Se enajenan con compromisos pastorales, y sienten, que con eso, su compromiso como cristiano ya está agotado. Esto, en la mayoría de los casos, responde a una causa: un sacerdote autoritario, que siempre está echando a la cara de los laicos, su condición de jerarquía sobre ellos. Son involucionistas, restauradores de la Iglesia del Vaticano II. Los sacerdotes, no todos, pero varios, han olvidado poner en práctica el Vaticano II, Medellín, Puebla, Aparecida, la "Evangelización en el mundo contemporáneo", incluso los documentos y orientaciones pastorales y prioritarias que han dado los Obispos chilenos. Hace falta una actualización y una puesta al día del Magisterio escrito, olvidado y muchas veces intencionadamente ignorado y marginado. Esto se puede hacer en los muchos Cursos y Escuelas de fe, dedicando un tiempo fuerte al estudio del Concilio y su aplicación en América Latina, incluyendo, sobre todo, una Evangelización, que lleve al encuentro verdadero del Agente Pastoral con Cristo, Único Maestro. Necesitamos hombres y mujeres convertidos y no sabios, doctos y secos, sin la gracia de Dios. La Iglesia de hoy, como lo dicen los Obispos en Aparecida, debe tener una profunda revisión y una profunda conversión.
En estos años últimos, mi experiencia sacerdotal, ha sido de un permanente bloqueo pastoral, por parte, especialmente de sacerdotes y religiosas. Con humildad digo: soy un sacerdote de Jesús, del Evangelio. Soy un hombre de Iglesia, que con ahínco busco ser leal y fiel a ella, sobre todo tratando de aplicar, en la pastoral, el Vaticano II, Medellín y Puebla; hoy día, Aparecida. Soy un sacerdote del Concilio. Veo que no hay una verdadera opción por los pobres. He urgido una presencia pastoral y de misión evangelizadora en un Campamento a la Parroquia correspondiente. He insistido por años. No pasó nada. Y eso que hemos dicho que "los pobres no pueden esperar".
Además, no hay una opción pastoral por las comunidades cristianas: Iglesia doméstica, inserta, encarnada y comprometida con "los gozos y esperanzas, con las lágrimas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente con los más pobres". Y esto porque lo manda la Iglesia del Vaticano II: "porque los gozos y esperanzas, las lágrimas y angustias, son los gozos y esperanzas, las lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo". (Gaudium et Spes).
Soy testigo, como sacerdote, que ama a la Iglesia, y que la quiere "sin mancha ni arruga ni nada semejante", que este mandato de la Iglesia no se está cumpliendo en la base de la Iglesia: en Parroquias, Comunidades y Capillas Sectoriales. Esta base de la Iglesia no estaría viviendo el bautismo: no son hijos de Dios que cumplen su voluntad, ni tampoco se hacen próximos, como Jesús, a sus hermanos los pobres y sufridos. En la práctica no se construye el Reino de la fraternidad encomendado por Jesús a sus discípulos. Y esto sucede no sólo por una falta de renovación de las comunidades, sino especialmente, como lo dicen algunos involucionistas: 'porque, a través de los laicos de las comunidades, existe el peligro que se pueda infiltrar, al interior de la Iglesia, el secularismo del mundo'. Entonces, también, no se está respetando el rol fundamental del laico en la Iglesia y en su labor específica en lo temporal. Se les ha metido y guardado, como en un "Arca de Noé", al interior de la Iglesia. Están sometidos y son meros ejecutivos del sacerdote o párroco de turno. Están en una Iglesia monolítica y hegemónica, centrada en si misma, y por tanto no misionera ni evangelizadora, y por ende no "buen samaritano", no próxima a sus hermanos necesitados del pan y de ese"pan que sale de la boca de Dios".
Veo, incluso, adentro de la Comunidad, Iglesia de Base, mucha división, pelambres y competencia, se deshermanan con frecuencia. El encierro les hace mal. Falta amor y faltando éste, se producen crisis. Eso nos hace comprender que es urgente una revisión de nuestra condición de bautizados. He sido duro con los sacerdotes. Lo hago conmigo mismo. Tenemos mucha responsabilidad en todo.
Recuerdo haber escuchado, por parte de algunos laicos, lo referente a un sacerdote, que hace un tiempo atrás, en un Curso de Agentas Pastorales, en un Decanato, al tocar el tema de la Eclesiología, dijo sin tapujo: 'Mi fundamento doctrinal será el Vaticano I, pues yo no estoy de acuerdo con el Vaticano II'. Y, precisamente, el Vaticano II, nos envió a vivir el bautismo, como hijos de Dios y de la Iglesia, en medio del mundo; enviándonos al mundo, haciéndonos próximos de nuestros hermanos, incluso con los que están en las fronteras. Nos pidió 'que no fuéramos a los hermanos del mundo, sólo como maestros, sino también como discípulos'. Es decir, lo mismo de Juan XXIII, y de Pablo VI, dicho con otras palabras: 'abran las ventanas, para que entre el aire del mundo'. La Iglesia estaba muy encerrada, con aire enrarecido. El Vaticano II fue un Pentecostés para la Iglesia de hoy. Al igual que los Apóstoles, se nos mandó, por el Espíritu, a abrir las puertas y enfrentar el "diluvio" del mundo, encarnándose, a la manera de Jesús, para anunciar el Evangelio de Jesús, y para recibir, aproximándonos, de los hermanos del mundo, una evangelización.
Recuerdo a un sacerdote muy querido, que se había hecho pobre entre los pobres, al cual admiro, que sabiendo yo, que él estaba participando en un grupo de sensibilidad social, grupo no pobre, buscando "propuestas para Chile", me atreví a preguntarle, si él estaba proponiendo desde y por los pobres. Me contestó: 'yo no represento a nadie, me represento a mi mismo'. Me quedé pensando su respuesta. Pensé que su respuesta hacía relevante, que se representaba a sí mismo… pensé que lo decía ‘porque él era pobre con los pobres’. Pero, también, he pensado, que su respuesta podría significar que él, no se había hecho realmente hermano de sus hermanos, y por eso, no los representaba. Sin embargo, estábamos en una época en que insistentemente se decía que la Iglesia debía ser la voz de los sin voz. Era propicio, su participación de propuestas para Chile, para poder levantar la bandera y causa de los pobres.
Me parece que muchas veces se arguye que la Iglesia dedica muchos sacerdotes al mundo popular. Eso me merece ciertas reservas. Pero, en todo caso, si es verdadero, la mayor dedicación de personal sacerdotal en las poblaciones de los pobres, me parece que es legítimo preguntarme, si hay encarnación e inserción verdadera, o si se copia la atención pastoral de las Parroquias en general, incluso no pobres, traspasando todo al mundo popular. Se puede vivir en una población, incluso en un Campamento, pero ni siquiera por osmosis, ser un "nazareno" junto a los pobres.
Volvamos a lo contingente nacional. Reiteremos nuestra denuncia. Ni siquiera somos hermanos en la construcción, en comunión y participación, de la patria común. No hay democracia verdadera. No hay canales de participación. Ni siquiera el voto puede expresar el sentir del pueblo. Es baja la expresión ciudadana en las votaciones. Últimamente ha votado un 30% de los inscritos en Registros Electorales. Hay conglomerados que se han apoderado del poder por el poder. Esos conglomerados presentan candidatos a las elecciones y se instalan en cargos de poder, no representando al 70% de ciudadanos restantes.
Denunciamos que todavía no ha llegado la democracia en Chile.
Denunciamos una Constitución Dictatorial, que después de 35 años no ha sido cambiada integralmente. Con esa micro de la Constitución pinochetista, vamos por un camino equivocado, y no vamos a llegar a la democracia, que hasta ahora, ha sido el mejor camino para llegar a una mejor fraternidad. Chile institucionalmente es ilegítimo y no democrático.
Denunciamos el neoliberalismo sostenido por la Constitución antidemocrática, y todos los otros males, consecuencias derivadas de esta Constitución ilegítima: Vivienda, Salud. Educación, Economía, lo Laboral, las riquezas básicas en manos privadas: nacionales y extranjeras. Todo este mal conlleva la pérdida de valores. No tenemos un alma nacional ni hay un proyecto verdadero de país. Desde la fe, denunciamos esta situación, como pecado social. Dios no la quiere. Esta situación no es la voluntad de Dios. Y esto lo decimos sin temor, a aquellos que siempre tratan de desautorizarnos por no ser expertos en economía y otros. Pero somos pastores, y estamos siendo testigos, y también sufriendo en carne propia esta inhumana crueldad.
Si no hay cambio vendrá el estallido social. No habrá fraternidad. Hay una deuda social y nacional, y es urgente pagarla como corresponde.
Los chilenos hacen de la mentira verdad. No hay peor mentira que mentirse a si mismo. Todo se fundamenta en una falsa democracia. Y la aceptamos como democracia, usando la dinámica de ir de mentira a verdad . En esta denuncia citemos a Jesús y su Evangelio:
"Ellos respondieron: "Nosotros no somos hijos ilegítimos, no tenemos más que un solo padre, Dios" .
Jesús les dijo: "Si Dios fuera el Padre de ustedes, ustedes me amarían, porque de él salí yo y de él vengo. Yo no he venido por iniciativa propia, sino que él me envió. ¿Por qué, pues, no reconocen mi lenguaje? Porque no pueden aceptar mi mensaje. Ustedes tienen por padre al Diablo, y quieren realizar los malos deseos del diablo. Él es asesino de hombres desde el principio. No ha permanecido en la verdad. Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y padre de toda mentira.
Yo, en cambio, les digo la verdad y ustedes no me creen. ¿Quién de ustedes encontrará en mí falsedad? Sí, pues, les he dicho la verdad, ¿por qué no me creen? El que es de Dios escucha la Palabra de Dios: por eso no me escuchan, porque no son de Dios". (Juan 8,41-47).
¿Se podría aplicar esto a nosotros y a nuestra sociedad?
Dejo hecha la pregunta.
CONVOCACIÓN:
Después de esta dura y cruda denuncia, quiero decir: es la hora de los discípulos de Cristo. Nosotros tenemos la fuerza de nuestro bautismo. Estamos habitados por Dios. Y Dios es el Dios de lo imposible. Seamos sus dóciles y responsables instrumentos y aportemos con nuestra encarnación de hijos de Dios, a la tarea y compromiso social y político, de la construcción de un Reino de fraternidad. Esta tarea hay que comenzarla de verdad, desde ya, ahora y aquí. Salgamos de nuestro falso espiritualismo. Hagámonos próximos. Seamos hermanos. La fraternidad es un desafío especial de la hora presente. Una sociedad construida en comunión y participación es hacia la fraternidad. Esto supone derribar los obstáculos de las desigualdades abismantes, de las injusticias sociales. Este es un aporte decisivo que las filosofías, ideologías y partidos políticos no pueden dar: no dicen referencia a un Padre común. Nosotros tenemos el desafío de hacer la fraternidad. Los cristianos tenemos como fundamento de la fraternidad, el que somos hijos de Dios. El fundamento de la fraternidad humana es la paternidad común de un Dios Padre, "lento a la ira y rico y pronto en misericordia". Todo esto, aceptado, no sólo de palabras, sino aceptado en la práctica, con un compromiso cristiano, que escucha el clamor de sus hermanos oprimidos, y que busca su liberación integral. Podemos ser hermanos porque podemos ser hijos de Dios… y realmente lo somos. Dios es nuestro Padre. Y repito: la fraternidad no puede construirse sólidamente sin esta referencia a un padre común (Puebla 211, 212, 241). Y como ya dijimos: las ideologías que buscan una fraternidad, y la buscan sin esta referencia, caen en una precariedad y muchas veces en sectarismos.
La Palabra de hoy nos convoca a una gran misión y crea la fraternidad. Los Sacramentos, particularmente la Eucaristía, son la celebración y la inyección de la hermandad en la comunidad humana (Puebla 918). La libertad que hemos adquirido por el bautismo, como hijos de Dios, es, en primer lugar, un poder salir de nosotros mismos: de nuestro yo, para descubrir al otro como otro, y no como una prolongación de nosotros mismos. Porque sin esa actitud, no nos hacemos hermanos de los demás. Con egoísmo, sin ése amor, a la manera de Jesús, el Hijo Amado de Dios, el Elegido, no salvamos a nadie . Vivamos nuestro bautismo. El bautismo es la fiesta de la filiación y de la hermandad. Esta convocación es una elección de Dios. Es una llamada a construir un mundo ancho, justo, solidario, y donde no sobre nadie; vocación a construir el Reino de la fraternidad.
He sido reiterativo con intención. Debo "predicar oportuna e inoportunamente, con toda paciencia y doctrina".
¡Ay de mí si no lo hago!
Creo que Chile tiene que recomenzar una patria nueva fraterna y democrática. Y esto desde ya:
¡Pronto!
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+