La alegría del perdón, de la reconciliación y de la paz en Cristo Resucitado.
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA. 23.04.2017.
Siguiendo con nuestra vía de la alegría en este tiempo pascual, hoy nos encontramos con Cristo Resucitado, que se aparece a sus discípulos y a Tomás. (Juan 20, 19-29).
En estas dos nuevas estaciones,Jesús Resucitado,se aparece entregando perdón, reconciliación y paz.
Entonces hoy, hay dos estaciones de nuestra vía de la alegría en que Jesús se aparece en el perdón, reconciliación y en la paz.
Primero a sus discípulos y en segundo lugar a Tomás.
Y mi intención es hablar de perdón, de reconciliación y paz en una forma integral, pero tratados en dos momentos diversos, pero inclusivos. No es mi intención hacer una homilía del domingo. Quiero aportar un escrito para la reflexión y para la oración meditada.
1. Dos apariciones de Jesús a sus discípulos y a Tomás. Serían las dos nuevas estaciones de nuestro camino (vía) de la alegría y de la resurrección.
Para comenzar este punto, hagamos una situación de lugar, se trata de una situación, en primer lugar, de los discípulos en la aparición de Jesús a ellos; vendría siendo una estación más de la vía de la alegría. Posteriormente, y más adelante, hablaré sobre la aparición a Tomás, como otra estación más de nuestro camino de la alegría.
Situación de lugar:
"La tarde de ese mismo día,el primero de la semana,los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos".
A mí me parece, que además, los discípulos se encontraban con los mismos síntomas de alguien que siente, en su conciencia, que le ha fallado en el amor a Jesús; se siente pecador porque ha dejado a Jesús y lo ha abandonado.
Acordémonos cómo en el momento más difícil y crucial de Cristo, sus amigos y discípulos, lo abandonaron, dejándolo solo.Judas lo entregó al enemigo y lo traicionó por unas cuantas monedas; Pedro lo negó tres veces, y los demás, primero se quedaron dormidos, dejando solo a su Maestro en su agonía, y posteriormente, en los momentos en que Jesús nos estaba amando hasta el extremo, se dispersaron, huyendo y dejando a Jesús solo y abandonado. Se cumplieron las palabras de Jesús:
"Todos ustedes caerán esta noche y ya no sabrán qué pensar de mí. Y se cumplirá lo que dice la Escritura. Heriré al pastor y sus ovejas se dispersarán". (Marcos 14, 27).
Es en esta situación de temor, pero también de cargo de conciencia por sus renuncios y pecados, es que los discípulos se encontraban avergonzados. Sus conciencias los delataban y le producían remordimientos de conciencia (como sucede con los que hoy, amando a Jesús, le fallan y tienen alguna caída y pierden su paz interior); los amigos de Jesús le habían fallado. Así, en esos momentos, Jesús se les aparece radiante y alegre, diciéndoles:
"La paz sea con ustedes. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver a Jesús".
Los discípulos se sintieron amados, y sobre todo, se dieron cuenta de que el amor tan grande de Jesús por ellos, les había perdonado. Jesús no estaba echándole en cara su abandono; no estaba enojado con ellos, muy por el contrario, los discípulos sintieron que Jesús los estaba amando y perdonando. El cargo de conciencia y la vergüenza de su falla y pecado, había sido superado por el amor y el perdón de Jesús Resucitado. Los discípulos sintieron, muy dentro de sí, el perdón salvador del Resucitado. El amor hasta el extremo había acudido a ellos, para sacarlos de su situación de temor, de vergüenza y cargo de conciencia (que reflejaba su arrepentimiento). Los discípulos se sintieron amados y perdonados. Y Jesús les volvió a decir:
"La paz sea con ustedes".
La paz en sus corazones les da la alegría de sentirse perdonados. El perdón, la reconciliación, les da la paz; no como la da el mundo, sino como la da Jesús. Es la paz que alcanza el que se siente en gracia, habitado por Jesús: paz y alegría fruto del amor que perdona y reconcilia. Paz que no es sólo para cada uno, sino también para la sociedad. El hombre y la mujer de paz están enviado a llevarla a todos y a todo el mundo con sus circunstancias, situaciones y acontecimientos.
Una vez que los discípulos han tenido la experiencia de su paz, experiencia del amor que perdona y reconcilia, ellos reciben, el mandato de Jesús, de perdonar en su Nombre los pecados. Es el Sacramento de la Reconciliación, Perdón y todavía llamado Confesión, que les da la paz:
"Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos: Reciban el Espíritu Santo a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados".
Unas de las experiencias sacerdotales más hermosas, es la de poder dar el perdón, la reconciliación amorosa de Dios, a mis hermanos. Es una experiencia de un hombre pecador, como los demás, pero que Dios le ha entregado el poder de perdonar en su Nombre, de entregar paz, amor de Jesús, y de reconciliar todo en Jesús Resucitado.
Por la gracia de Dios, después de más de 50 años de ministro del perdón, debo reconocer, que no me ha tocado nunca, dejar a alguien "no libre de sus pecados".
Recomiendo, encarecidamente, vivir la experiencia y la alegría de Jesús Resucitado, en el Sacramento del Amor que perdona, reconcilia y da paz y alegría interior. No está demás preguntarse: ¿Desde cuándo que yo no hago y practico la alegría del Resucitado que quiere perdonarme, reconciliarme y darme paz interior? Yo, también me confieso periódicamente, pidiendo a Jesús perdón, por medio del Sacramento. ¡Es un encuentro, a través de un sólo instrumento, con la alegría del Resucitado!
Pero vivamos la vía de la alegría de Tomás.
¿Por qué aparte de los otros discípulos? Porque en la primera aparición de Jesús a los suyos, Tomás no estaba con ellos.
Fijémonos con atención en la reacción de Tomás, cuando sus amigos le contaron que el Señor estaba vivo, resucitado, y se les había aparecido.
"Contestó:No creeré sino cuando vea la marca de los clavos en sus manos,meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la herida del costado".
Tomás es el resistente a creer, es el dudoso; yo diría, que es el pesimista; que no se dejaba convencer tan fácilmente, que él no creía, así, sin más ni más. Tomás es duro para creer. Pero creo, que es necesario fijarse en el carácter de Tomás. Su carácter está señalado en algunas partes narradas por los evangelistas.
Veámoslo en la resurrección de Lázaro (Juan 11).
Viene uno corriendo a contarle a Jesús.
"Señor, el que tú amas está enfermo". Los discípulos se ponen nerviosos y con temor ante el peligro que corren volviendo a Judea.
"Después dijo Jesús a sus discípulos: Volvamos a Judea. Le replicaron:
Maestro, hace pocos días los judíos querían matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá"?.
Jesús los tranquiliza con una frase misteriosa:
"Con doce horas trabajadas se cuenta el día. No habrá tropiezo para quien camina de día y se guía por la luz de este mundo. Pero tropezará el que camina de noche, al ser hombre que no tiene luz adentro...".
Es una frase misteriosa, pero que asegura que no correrán peligro. Enseguida, Tomás dice unas palabras que reflejan su carácter desconfiado y un tanto pesimista:
¡Vayamos también nosotros a morir con él!".
Su palabra no es de fe, sino de desconfianza. Tiene ánimo, pero sólo para morir. No tiene más que desconfianza. Muestra pesimismo y desconfianza al igual que con la noticia de la resurrección de Jesús.
Otro hecho sintomático del carácter de Tomás.
Un día Jesús dice:
"No se turben ustedes... voy allá a prepararles un lugar... . Pero, si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estén también ustedes. Para ir donde yo voy, ustedes saben el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús contestó: Yo soy el Camino, la verdad y la vida".
Como se puede ver, la intervención de Tomás, de nuevo, es desconcertante, dudosa y desconfiada.
Yo creo, que la dureza de Tomás, al recibir la noticia de que Jesús estaba vivo y se les había aparecido resucitado, responde a un gran sufrimiento, propio de su carácter, que lo hace no querer ningún riesgo al respecto. Él sufrió una gran desilusión ante la muerte de quien él amaba profundamente, poniendo en él su fe y esperanza. Entonces, con sus características propias de su personalidad, no quiere arriesgarse a esperar, porque ha tenido que sufrir más que los demás. Tomás es, sin duda, el que ha tenido que sufrir más por la pasión; es el que más ha lamentado no haber sabido morir en ella. Y no quiere ilusionarse de nada, para no tener que desilusionarse de nuevo. Había sufrido mucho con la muerte de su amado Jesús, y por su carácter prefería no creer, no ilusionarse, para después volver a sufrir y desilusionarse.
Pienso que Tomás creía que no creía. Sufrir por no creer, es ya creer. Sufrir por no amar, es una manera de empezar a amar. Yo creo, que nada ha conmovido más al Señor, como esa resistencia desesperada de Tomás para creer.
Jesús conocía a Tomás. El Señor sabía que esa resistencia pesimista a creer en su resurrección, se debía a su carácter; solamente había llegado a tomar el camino de la desconfianza pesimista, de no querer ilusionarse para no tener una nueva desilusión, porque amaba mucho a Jesús y se había ilusionado mucho con él. Por todo esto concluyo, que Tomás era uno de los discípulos que había sufrido mucho, tanto como era su amor por Jesús. Y Jesús esto lo sabía; conocía bien a Tomás. Por eso, el Señor, para sanar a Tomás, no tenía más que consolarlo, darle su amor, mostrarse y aparecerse a Tomás.
Jesús entendiendo por qué Tomás hacía un desafío y una exigencia,le da una respuesta maravillosa,llena de amor, comprensión y misericordia.
Jesús amaba a Tomás. Con amor atiende a su exigencia y, también con docilidad responde a su desafío y exigencia:
"Después dijo a Tomás: Ven acá, mira mis manos; extiende tu mano y palpa mi costado... .En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Jesús tomó a Tomás, lo apretó contra su pecho y le habló al fondo de su corazón.
Tomás estaba muy desconcertado. Nunca jamás habría podido imaginarse que su atrevida exigencia, que escondía un deseo muy propio de su carácter, fuese escuchado por el Señor.
El Señor Jesús, con su trato amoroso, lleno de misericordia, de inmediato se reconcilió con Tomás.
Esta escena es de un gran amor. Tomás se sintió amado y perdonado. Tocó, palpó... y se puso a llorar delante de Jesús, su amado Dios y Señor.
La verdad era que ya, en esa situación, Tomás no quería tocar a Jesús Resucitado, no tenía ganas, y que hubiera dado cualquier cosa por no tener que meter su dedo y su mano en las heridas o llagas, por no tener que oír el dulce reproche:
"Tú crees porque has visto. ¡Felices los que creen si haber visto!".
Antes de que Jesús dijese esas palabras, Tomás, ya estaba seguro y creía en la resurrección de Jesús. ¡Ya Jesús estaba vivo para él!
Ya, cuando Tomás vio a Jesús, que había venido y se había aparecido, por amor a él, incluso aceptando su exigencia y desafío, comprendió que había sabido siempre que Jesús había resucitado.Siempre había sabido que todo tenía que suceder así. Había tenido grandes experiencias, había vivido con Jesús largos días y sabía que tenía que haber esperado esto. Sabía que con Jesús siempre iban a suceder cosas como ésta, gozosas, alegres y, a veces, increíbles.
Si Tomás se puso a tocar y palpar a Jesús, fue más bien por docilidad. No por asegurarse de las pruebas, no por tocar las huellas, sino que siguió la vía de la alegría y de aparición y encuentro con el Resucitado.
Fue una vía, un recorrido, al tocar y palpar, de paz, de perdón y reconciliación, de la alegría de la presencia de Jesús vivo y resucitado.
Al recorrer la vía de su alegría: de su amado Jesús vivo y resucitado, Tomás se pone de rodillas ante el Señor, arrepentido por haberse introducido de este modo en lo íntimo de Jesús; por haberse dado cuenta que Jesús le manifestaba cuán grande era su amor por él; por ser capaz de comprender, "con todos los creyentes, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad,...".(Efesios 3,18)del amor de Cristo que supera todo conocimiento. Y de rodillas, al conocer ese amor de comprensión hacia su carácter; de perdón y de reconciliación de Cristo; al conocer la paz que Cristo le trae, Tomás ha sido el único, que le ha dicho, en la aparición a Cristo Resucitado:
"Tú eres mi Señor y mi Dios", y en otras versiones: "Señor mío y Dios mío".
Se podría decir que Tomás en su estación de la vía de la alegría, fue el primero que llegó con su fe hasta este punto: reconocer al Señor Jesús como su verdadero Dios.
Jesús Resucitado, al venir especialmente por Tomás, teniendo éste su carácter proclive a la desilusión, a la desconfianza, al pesimismo y a un sufrimiento por amor, mayor que el los demás, ha hecho de esta aparición, un acto de fe hermoso. Jesús lo ha amado mucho, lo ha tratado con cariño y misericordia; lo ha sanado de su falta, dándole un cuidado especial, para que de esa falta, de ese pesimismo, amargura y de esa desconfianza, salga un Tomás arrepentido y perdonado.
Jesús sabe perdonar así los pecados. Dios es el único que sabe convertir de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordarán más que la maravillosa misericordia y el amor grande para perdonar, dándonos aquella "paz que el mundo no puede dar".
Tomás fue escuchado, comprendido, amado y perdonado. Obtuvo el perdón,la reconciliación y la paz. Y,¿por qué no nosotros?
Jesús no nos negará nada. Si exigimos con perseverancia, si insistimos, incluso con exageración y obstinación, estemos seguros, que ante cualquier amargura, cualquier exigencia de verlo y tocarlo, Jesús cederá como lo hizo con Tomás, y llegará el momento en que no podremos negarnos a la alegría, el amor y la presencia del Dios de la paz, del perdón y de la reconciliación.
II. Como se podrá comprobar, Jesús en estas dos estaciones del camino de nuestra alegría, nos comunica gracias propias de su Pascua de Resurrección:la paz, el perdón y la reconciliación.
"La paz sea con ustedes".
Se trata de la paz de Cristo:
"Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo".( Juan 14,27).
Aquí estoy insistiendo y profundizando acerca del sentido infinito y multifacético de la paz de Jesús Resucitado, contraponiéndola a la "paz del mundo".
La paz del mundo es siempre precaria, aparente y falsa. Se basa en los miedos mutuos, sobre los equilibrios de poder; sobre la carrera armamentista, sobre la falta de educación de calidad, inalcanzable para los bolsillos de los pobres, a pesar de ser ésta un derecho humano. Hay una educación especuladora y de lucro, que avisora una ignorancia y una explotación, seguida de una represión a los más débiles, que exigen legítimamente y en forma pacífica el respeto, en la práctica política y social, de sus derechos humanos fundamentales. Muchas veces se les reprime brutalmente, aduciendo una mentirosa e injusta ley antiterrorista.
Es la paz de de la violencia represiva, la que puede explosionar en cualquier momento, y los conflictos y la represión que atraviesan el corazón de la humanidad son una prueba de ello.
La paz que Jesús comunica llega al interior de los hombres y de las mujeres, y debe reflejarse hacia el exterior, en una paz cimentada en la justicia y en la fraternidad real. Es decir la paz de Cristo se fundamenta en la justicia exterior y social. Es una tarea para los cristianos, hacer la paz, luchando contra las injusticias reales que nos rodean por todas partes. Esta lucha por la justicia, cimiento de la paz, nos exige un compromiso de preferencia por los más pobres, débiles y oprimidos, comprometiéndose, el cristiano, en los cambios radicales, profundos, urgentes y de equidad, que requiere el sistema económico, político, social, cultural e institucional, para que se haga justicia a los trabajadores: olvidada clase obrera; a los marginados pobladores: los más pobres escondidos vergonzosamente en los campamentos; para que los países pobres puedan compartir la riqueza, el poder y el saber con los ricos.
Todo esto hay que hacerlo urgentemente a nombre del Evangelio y de la paz que Cristo conquistó e instauró para "todo el hombre y para todos los hombres" y sus sociedades con su muerte y resurrección.
Esta paz es obra de la reconciliación.
No basta la pura justicia, pues en las injusticias y conflictos, los hombres, las mujeres, los grupos y las naciones se han agraviado y ofendido gravemente unos a otros.
La pura justicia no conduce necesariamente a hacerse prójimo y a la fraternidad, sin éstos la paz de Cristo es incompleta y no es integral. Se hace imperioso también el perdón mutuo y la reconciliación, y éste valor es también un fruto pascual.
Y ésta es todavía una grave deuda en Chile. Han pasado ya largos 40 años del Golpe y de la dictadura, y todavía no se ha pedido perdón, de parte de los responsables y hechores directos; de parte de los autores intelectuales; de los autores pasivos y omisivos; de parte de los últimos responsables, ya sean militares o políticos: no se ha pedido perdón por las graves violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Si no se ha pedido perdón, tampoco se puede dar el perdón mutuo. No ha llegado la reconciliación en Chile. Sin ella, tampoco podrá haber una paz verdadera. Se hace urgente una verdadera reconciliación. (Cfr. Documento de los Obispos sobre la Reconciliación en Chile y sus requisitos. Documento dado en plena dictadura).
Reconciliación con Dios, pues los pecados personales y las ofensas contra la justicia y los derechos humanos son, en primer lugar, una violación a la ley de Dios. Es una ofensa a Dios mismo. No olvidemos, que del mismo momento que Dios se hizo hombre, pobre y obrero, los derechos de los hombres, de los pobres y de los obreros, son los derechos de Dios mismo.(Puebla 330):
"El pecado está minando la dignidad humana que Cristo ha rescatado. A través de su mensaje, de su muerte y resurrección, nos ha dado su vida divina, dimensión insospechada y eterna de nuestra existencia terrena (Cfr.1 Cor.15, 48-49). Jesucristo viviente en su Iglesia, sobre todo entre los más pobres, quiere hoy enaltecer esta semejanza de Dios en su pueblo:por la participación del Espíritu Santo en Cristo, también nosotros podemos llamar Padre a Dios y nos hacemos radicalmente hermanos. Él nos hace tomar conciencia del pecado contra la dignidad humana que abunda en América Latina; en cuanto ese pecado destruye la vida divina en el hombre, es el mayor daño que una persona puede inferirse a sí misma y a los demás. Jesucristo, en fin, nos ofrece su gracia, más abundante que nuestro pecado (Cfr. Rom. 5,20). De Él nos viene el vigor para liberarnos y liberar a otros del misterio de la iniquidad".
Por eso, Jesús envía a sus discípulos a reconciliar ("a quienes ustedes perdonen queden perdonados,..."), y para eso les comunica su Espíritu Santo, autor de la reconciliación. La Iglesia habitada y guiada por este Espíritu, comunica, en la realidad y en la historia el perdón de Dios que reconcilia, y trabaja comprometida en la causa de los pobres, para hacer posible y verdadera, la reconciliación y la paz ( la penitencia), que predica y evangeliza a nombre de su Señor resucitado.
El Sacramento de la reconciliación (o de la penitencia y perdón) no es entonces una liturgia privada del perdón, como no lo es tampoco la Comunión en la Misa. Tiene una dimensión esencialmente social, al infundir en lo profundo de los pecados personales y sociales una dinámica de reconciliación social y de fraternidad, a través de la reconciliación con Dios.
Que podamos seguir el camino de la alegría, contemplando las apariciones de Jesús después de su resurrección. Hoy,en Cristo resucitado, busquemos de verdad la alegría de la paz, del perdón y de la reconciliación.
El Sacramento del perdón instaurado por Cristo en Evangelio de hoy, es necesario que lo vivamos y lo practiquemos. Así, encontraremos a Jesús vivo y resucitado, para alegría del mismo resucitado, y como consecuencia de su victoria sobre la muerte, encontraremos la paz, el perdón y la reconciliación, que es nuestra misma alegría: pascua: paso de muerte a vida, ya sea en lo personal y en lo social. Aleluya.
"Si con él morimos, viviremos con él".Aleluya.
Hagan una buena Confesión de sus pecados.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
Siguiendo con nuestra vía de la alegría en este tiempo pascual, hoy nos encontramos con Cristo Resucitado, que se aparece a sus discípulos y a Tomás. (Juan 20, 19-29).
En estas dos nuevas estaciones,Jesús Resucitado,se aparece entregando perdón, reconciliación y paz.
Entonces hoy, hay dos estaciones de nuestra vía de la alegría en que Jesús se aparece en el perdón, reconciliación y en la paz.
Primero a sus discípulos y en segundo lugar a Tomás.
Y mi intención es hablar de perdón, de reconciliación y paz en una forma integral, pero tratados en dos momentos diversos, pero inclusivos. No es mi intención hacer una homilía del domingo. Quiero aportar un escrito para la reflexión y para la oración meditada.
1. Dos apariciones de Jesús a sus discípulos y a Tomás. Serían las dos nuevas estaciones de nuestro camino (vía) de la alegría y de la resurrección.
Para comenzar este punto, hagamos una situación de lugar, se trata de una situación, en primer lugar, de los discípulos en la aparición de Jesús a ellos; vendría siendo una estación más de la vía de la alegría. Posteriormente, y más adelante, hablaré sobre la aparición a Tomás, como otra estación más de nuestro camino de la alegría.
Situación de lugar:
"La tarde de ese mismo día,el primero de la semana,los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos".
A mí me parece, que además, los discípulos se encontraban con los mismos síntomas de alguien que siente, en su conciencia, que le ha fallado en el amor a Jesús; se siente pecador porque ha dejado a Jesús y lo ha abandonado.
Acordémonos cómo en el momento más difícil y crucial de Cristo, sus amigos y discípulos, lo abandonaron, dejándolo solo.Judas lo entregó al enemigo y lo traicionó por unas cuantas monedas; Pedro lo negó tres veces, y los demás, primero se quedaron dormidos, dejando solo a su Maestro en su agonía, y posteriormente, en los momentos en que Jesús nos estaba amando hasta el extremo, se dispersaron, huyendo y dejando a Jesús solo y abandonado. Se cumplieron las palabras de Jesús:
"Todos ustedes caerán esta noche y ya no sabrán qué pensar de mí. Y se cumplirá lo que dice la Escritura. Heriré al pastor y sus ovejas se dispersarán". (Marcos 14, 27).
Es en esta situación de temor, pero también de cargo de conciencia por sus renuncios y pecados, es que los discípulos se encontraban avergonzados. Sus conciencias los delataban y le producían remordimientos de conciencia (como sucede con los que hoy, amando a Jesús, le fallan y tienen alguna caída y pierden su paz interior); los amigos de Jesús le habían fallado. Así, en esos momentos, Jesús se les aparece radiante y alegre, diciéndoles:
"La paz sea con ustedes. Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver a Jesús".
Los discípulos se sintieron amados, y sobre todo, se dieron cuenta de que el amor tan grande de Jesús por ellos, les había perdonado. Jesús no estaba echándole en cara su abandono; no estaba enojado con ellos, muy por el contrario, los discípulos sintieron que Jesús los estaba amando y perdonando. El cargo de conciencia y la vergüenza de su falla y pecado, había sido superado por el amor y el perdón de Jesús Resucitado. Los discípulos sintieron, muy dentro de sí, el perdón salvador del Resucitado. El amor hasta el extremo había acudido a ellos, para sacarlos de su situación de temor, de vergüenza y cargo de conciencia (que reflejaba su arrepentimiento). Los discípulos se sintieron amados y perdonados. Y Jesús les volvió a decir:
"La paz sea con ustedes".
La paz en sus corazones les da la alegría de sentirse perdonados. El perdón, la reconciliación, les da la paz; no como la da el mundo, sino como la da Jesús. Es la paz que alcanza el que se siente en gracia, habitado por Jesús: paz y alegría fruto del amor que perdona y reconcilia. Paz que no es sólo para cada uno, sino también para la sociedad. El hombre y la mujer de paz están enviado a llevarla a todos y a todo el mundo con sus circunstancias, situaciones y acontecimientos.
Una vez que los discípulos han tenido la experiencia de su paz, experiencia del amor que perdona y reconcilia, ellos reciben, el mandato de Jesús, de perdonar en su Nombre los pecados. Es el Sacramento de la Reconciliación, Perdón y todavía llamado Confesión, que les da la paz:
"Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos: Reciban el Espíritu Santo a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados".
Unas de las experiencias sacerdotales más hermosas, es la de poder dar el perdón, la reconciliación amorosa de Dios, a mis hermanos. Es una experiencia de un hombre pecador, como los demás, pero que Dios le ha entregado el poder de perdonar en su Nombre, de entregar paz, amor de Jesús, y de reconciliar todo en Jesús Resucitado.
Por la gracia de Dios, después de más de 50 años de ministro del perdón, debo reconocer, que no me ha tocado nunca, dejar a alguien "no libre de sus pecados".
Recomiendo, encarecidamente, vivir la experiencia y la alegría de Jesús Resucitado, en el Sacramento del Amor que perdona, reconcilia y da paz y alegría interior. No está demás preguntarse: ¿Desde cuándo que yo no hago y practico la alegría del Resucitado que quiere perdonarme, reconciliarme y darme paz interior? Yo, también me confieso periódicamente, pidiendo a Jesús perdón, por medio del Sacramento. ¡Es un encuentro, a través de un sólo instrumento, con la alegría del Resucitado!
Pero vivamos la vía de la alegría de Tomás.
¿Por qué aparte de los otros discípulos? Porque en la primera aparición de Jesús a los suyos, Tomás no estaba con ellos.
Fijémonos con atención en la reacción de Tomás, cuando sus amigos le contaron que el Señor estaba vivo, resucitado, y se les había aparecido.
"Contestó:No creeré sino cuando vea la marca de los clavos en sus manos,meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la herida del costado".
Tomás es el resistente a creer, es el dudoso; yo diría, que es el pesimista; que no se dejaba convencer tan fácilmente, que él no creía, así, sin más ni más. Tomás es duro para creer. Pero creo, que es necesario fijarse en el carácter de Tomás. Su carácter está señalado en algunas partes narradas por los evangelistas.
Veámoslo en la resurrección de Lázaro (Juan 11).
Viene uno corriendo a contarle a Jesús.
"Señor, el que tú amas está enfermo". Los discípulos se ponen nerviosos y con temor ante el peligro que corren volviendo a Judea.
"Después dijo Jesús a sus discípulos: Volvamos a Judea. Le replicaron:
Maestro, hace pocos días los judíos querían matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá"?.
Jesús los tranquiliza con una frase misteriosa:
"Con doce horas trabajadas se cuenta el día. No habrá tropiezo para quien camina de día y se guía por la luz de este mundo. Pero tropezará el que camina de noche, al ser hombre que no tiene luz adentro...".
Es una frase misteriosa, pero que asegura que no correrán peligro. Enseguida, Tomás dice unas palabras que reflejan su carácter desconfiado y un tanto pesimista:
¡Vayamos también nosotros a morir con él!".
Su palabra no es de fe, sino de desconfianza. Tiene ánimo, pero sólo para morir. No tiene más que desconfianza. Muestra pesimismo y desconfianza al igual que con la noticia de la resurrección de Jesús.
Otro hecho sintomático del carácter de Tomás.
Un día Jesús dice:
"No se turben ustedes... voy allá a prepararles un lugar... . Pero, si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estén también ustedes. Para ir donde yo voy, ustedes saben el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús contestó: Yo soy el Camino, la verdad y la vida".
Como se puede ver, la intervención de Tomás, de nuevo, es desconcertante, dudosa y desconfiada.
Yo creo, que la dureza de Tomás, al recibir la noticia de que Jesús estaba vivo y se les había aparecido resucitado, responde a un gran sufrimiento, propio de su carácter, que lo hace no querer ningún riesgo al respecto. Él sufrió una gran desilusión ante la muerte de quien él amaba profundamente, poniendo en él su fe y esperanza. Entonces, con sus características propias de su personalidad, no quiere arriesgarse a esperar, porque ha tenido que sufrir más que los demás. Tomás es, sin duda, el que ha tenido que sufrir más por la pasión; es el que más ha lamentado no haber sabido morir en ella. Y no quiere ilusionarse de nada, para no tener que desilusionarse de nuevo. Había sufrido mucho con la muerte de su amado Jesús, y por su carácter prefería no creer, no ilusionarse, para después volver a sufrir y desilusionarse.
Pienso que Tomás creía que no creía. Sufrir por no creer, es ya creer. Sufrir por no amar, es una manera de empezar a amar. Yo creo, que nada ha conmovido más al Señor, como esa resistencia desesperada de Tomás para creer.
Jesús conocía a Tomás. El Señor sabía que esa resistencia pesimista a creer en su resurrección, se debía a su carácter; solamente había llegado a tomar el camino de la desconfianza pesimista, de no querer ilusionarse para no tener una nueva desilusión, porque amaba mucho a Jesús y se había ilusionado mucho con él. Por todo esto concluyo, que Tomás era uno de los discípulos que había sufrido mucho, tanto como era su amor por Jesús. Y Jesús esto lo sabía; conocía bien a Tomás. Por eso, el Señor, para sanar a Tomás, no tenía más que consolarlo, darle su amor, mostrarse y aparecerse a Tomás.
Jesús entendiendo por qué Tomás hacía un desafío y una exigencia,le da una respuesta maravillosa,llena de amor, comprensión y misericordia.
Jesús amaba a Tomás. Con amor atiende a su exigencia y, también con docilidad responde a su desafío y exigencia:
"Después dijo a Tomás: Ven acá, mira mis manos; extiende tu mano y palpa mi costado... .En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Jesús tomó a Tomás, lo apretó contra su pecho y le habló al fondo de su corazón.
Tomás estaba muy desconcertado. Nunca jamás habría podido imaginarse que su atrevida exigencia, que escondía un deseo muy propio de su carácter, fuese escuchado por el Señor.
El Señor Jesús, con su trato amoroso, lleno de misericordia, de inmediato se reconcilió con Tomás.
Esta escena es de un gran amor. Tomás se sintió amado y perdonado. Tocó, palpó... y se puso a llorar delante de Jesús, su amado Dios y Señor.
La verdad era que ya, en esa situación, Tomás no quería tocar a Jesús Resucitado, no tenía ganas, y que hubiera dado cualquier cosa por no tener que meter su dedo y su mano en las heridas o llagas, por no tener que oír el dulce reproche:
"Tú crees porque has visto. ¡Felices los que creen si haber visto!".
Antes de que Jesús dijese esas palabras, Tomás, ya estaba seguro y creía en la resurrección de Jesús. ¡Ya Jesús estaba vivo para él!
Ya, cuando Tomás vio a Jesús, que había venido y se había aparecido, por amor a él, incluso aceptando su exigencia y desafío, comprendió que había sabido siempre que Jesús había resucitado.Siempre había sabido que todo tenía que suceder así. Había tenido grandes experiencias, había vivido con Jesús largos días y sabía que tenía que haber esperado esto. Sabía que con Jesús siempre iban a suceder cosas como ésta, gozosas, alegres y, a veces, increíbles.
Si Tomás se puso a tocar y palpar a Jesús, fue más bien por docilidad. No por asegurarse de las pruebas, no por tocar las huellas, sino que siguió la vía de la alegría y de aparición y encuentro con el Resucitado.
Fue una vía, un recorrido, al tocar y palpar, de paz, de perdón y reconciliación, de la alegría de la presencia de Jesús vivo y resucitado.
Al recorrer la vía de su alegría: de su amado Jesús vivo y resucitado, Tomás se pone de rodillas ante el Señor, arrepentido por haberse introducido de este modo en lo íntimo de Jesús; por haberse dado cuenta que Jesús le manifestaba cuán grande era su amor por él; por ser capaz de comprender, "con todos los creyentes, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad,...".(Efesios 3,18)del amor de Cristo que supera todo conocimiento. Y de rodillas, al conocer ese amor de comprensión hacia su carácter; de perdón y de reconciliación de Cristo; al conocer la paz que Cristo le trae, Tomás ha sido el único, que le ha dicho, en la aparición a Cristo Resucitado:
"Tú eres mi Señor y mi Dios", y en otras versiones: "Señor mío y Dios mío".
Se podría decir que Tomás en su estación de la vía de la alegría, fue el primero que llegó con su fe hasta este punto: reconocer al Señor Jesús como su verdadero Dios.
Jesús Resucitado, al venir especialmente por Tomás, teniendo éste su carácter proclive a la desilusión, a la desconfianza, al pesimismo y a un sufrimiento por amor, mayor que el los demás, ha hecho de esta aparición, un acto de fe hermoso. Jesús lo ha amado mucho, lo ha tratado con cariño y misericordia; lo ha sanado de su falta, dándole un cuidado especial, para que de esa falta, de ese pesimismo, amargura y de esa desconfianza, salga un Tomás arrepentido y perdonado.
Jesús sabe perdonar así los pecados. Dios es el único que sabe convertir de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordarán más que la maravillosa misericordia y el amor grande para perdonar, dándonos aquella "paz que el mundo no puede dar".
Tomás fue escuchado, comprendido, amado y perdonado. Obtuvo el perdón,la reconciliación y la paz. Y,¿por qué no nosotros?
Jesús no nos negará nada. Si exigimos con perseverancia, si insistimos, incluso con exageración y obstinación, estemos seguros, que ante cualquier amargura, cualquier exigencia de verlo y tocarlo, Jesús cederá como lo hizo con Tomás, y llegará el momento en que no podremos negarnos a la alegría, el amor y la presencia del Dios de la paz, del perdón y de la reconciliación.
II. Como se podrá comprobar, Jesús en estas dos estaciones del camino de nuestra alegría, nos comunica gracias propias de su Pascua de Resurrección:la paz, el perdón y la reconciliación.
"La paz sea con ustedes".
Se trata de la paz de Cristo:
"Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo".( Juan 14,27).
Aquí estoy insistiendo y profundizando acerca del sentido infinito y multifacético de la paz de Jesús Resucitado, contraponiéndola a la "paz del mundo".
La paz del mundo es siempre precaria, aparente y falsa. Se basa en los miedos mutuos, sobre los equilibrios de poder; sobre la carrera armamentista, sobre la falta de educación de calidad, inalcanzable para los bolsillos de los pobres, a pesar de ser ésta un derecho humano. Hay una educación especuladora y de lucro, que avisora una ignorancia y una explotación, seguida de una represión a los más débiles, que exigen legítimamente y en forma pacífica el respeto, en la práctica política y social, de sus derechos humanos fundamentales. Muchas veces se les reprime brutalmente, aduciendo una mentirosa e injusta ley antiterrorista.
Es la paz de de la violencia represiva, la que puede explosionar en cualquier momento, y los conflictos y la represión que atraviesan el corazón de la humanidad son una prueba de ello.
La paz que Jesús comunica llega al interior de los hombres y de las mujeres, y debe reflejarse hacia el exterior, en una paz cimentada en la justicia y en la fraternidad real. Es decir la paz de Cristo se fundamenta en la justicia exterior y social. Es una tarea para los cristianos, hacer la paz, luchando contra las injusticias reales que nos rodean por todas partes. Esta lucha por la justicia, cimiento de la paz, nos exige un compromiso de preferencia por los más pobres, débiles y oprimidos, comprometiéndose, el cristiano, en los cambios radicales, profundos, urgentes y de equidad, que requiere el sistema económico, político, social, cultural e institucional, para que se haga justicia a los trabajadores: olvidada clase obrera; a los marginados pobladores: los más pobres escondidos vergonzosamente en los campamentos; para que los países pobres puedan compartir la riqueza, el poder y el saber con los ricos.
Todo esto hay que hacerlo urgentemente a nombre del Evangelio y de la paz que Cristo conquistó e instauró para "todo el hombre y para todos los hombres" y sus sociedades con su muerte y resurrección.
Esta paz es obra de la reconciliación.
No basta la pura justicia, pues en las injusticias y conflictos, los hombres, las mujeres, los grupos y las naciones se han agraviado y ofendido gravemente unos a otros.
La pura justicia no conduce necesariamente a hacerse prójimo y a la fraternidad, sin éstos la paz de Cristo es incompleta y no es integral. Se hace imperioso también el perdón mutuo y la reconciliación, y éste valor es también un fruto pascual.
Y ésta es todavía una grave deuda en Chile. Han pasado ya largos 40 años del Golpe y de la dictadura, y todavía no se ha pedido perdón, de parte de los responsables y hechores directos; de parte de los autores intelectuales; de los autores pasivos y omisivos; de parte de los últimos responsables, ya sean militares o políticos: no se ha pedido perdón por las graves violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Si no se ha pedido perdón, tampoco se puede dar el perdón mutuo. No ha llegado la reconciliación en Chile. Sin ella, tampoco podrá haber una paz verdadera. Se hace urgente una verdadera reconciliación. (Cfr. Documento de los Obispos sobre la Reconciliación en Chile y sus requisitos. Documento dado en plena dictadura).
Reconciliación con Dios, pues los pecados personales y las ofensas contra la justicia y los derechos humanos son, en primer lugar, una violación a la ley de Dios. Es una ofensa a Dios mismo. No olvidemos, que del mismo momento que Dios se hizo hombre, pobre y obrero, los derechos de los hombres, de los pobres y de los obreros, son los derechos de Dios mismo.(Puebla 330):
"El pecado está minando la dignidad humana que Cristo ha rescatado. A través de su mensaje, de su muerte y resurrección, nos ha dado su vida divina, dimensión insospechada y eterna de nuestra existencia terrena (Cfr.1 Cor.15, 48-49). Jesucristo viviente en su Iglesia, sobre todo entre los más pobres, quiere hoy enaltecer esta semejanza de Dios en su pueblo:por la participación del Espíritu Santo en Cristo, también nosotros podemos llamar Padre a Dios y nos hacemos radicalmente hermanos. Él nos hace tomar conciencia del pecado contra la dignidad humana que abunda en América Latina; en cuanto ese pecado destruye la vida divina en el hombre, es el mayor daño que una persona puede inferirse a sí misma y a los demás. Jesucristo, en fin, nos ofrece su gracia, más abundante que nuestro pecado (Cfr. Rom. 5,20). De Él nos viene el vigor para liberarnos y liberar a otros del misterio de la iniquidad".
Por eso, Jesús envía a sus discípulos a reconciliar ("a quienes ustedes perdonen queden perdonados,..."), y para eso les comunica su Espíritu Santo, autor de la reconciliación. La Iglesia habitada y guiada por este Espíritu, comunica, en la realidad y en la historia el perdón de Dios que reconcilia, y trabaja comprometida en la causa de los pobres, para hacer posible y verdadera, la reconciliación y la paz ( la penitencia), que predica y evangeliza a nombre de su Señor resucitado.
El Sacramento de la reconciliación (o de la penitencia y perdón) no es entonces una liturgia privada del perdón, como no lo es tampoco la Comunión en la Misa. Tiene una dimensión esencialmente social, al infundir en lo profundo de los pecados personales y sociales una dinámica de reconciliación social y de fraternidad, a través de la reconciliación con Dios.
Que podamos seguir el camino de la alegría, contemplando las apariciones de Jesús después de su resurrección. Hoy,en Cristo resucitado, busquemos de verdad la alegría de la paz, del perdón y de la reconciliación.
El Sacramento del perdón instaurado por Cristo en Evangelio de hoy, es necesario que lo vivamos y lo practiquemos. Así, encontraremos a Jesús vivo y resucitado, para alegría del mismo resucitado, y como consecuencia de su victoria sobre la muerte, encontraremos la paz, el perdón y la reconciliación, que es nuestra misma alegría: pascua: paso de muerte a vida, ya sea en lo personal y en lo social. Aleluya.
"Si con él morimos, viviremos con él".Aleluya.
Hagan una buena Confesión de sus pecados.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+