"La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad" El Papa pide a San Juan Diego que “presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales”
"La oración cristiana es plenamente humana: incluye la alabanza y la súplica"
"A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. Pero antes o después esta ilusión se desvanece"
"En estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración: '¡Señor, ayúdame!'"
"No tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar sobre todo cuando estamos en la necesidad"
"Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado"
"En estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración: '¡Señor, ayúdame!'"
"No tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar sobre todo cuando estamos en la necesidad"
"Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado"
"Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado"
Audiencia del Papa Francisco de los miércoles con una catequesis sobre la oración de petición. En ella explica que la oración de súplica es “plenamente humana” y, en “situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: la oración del '¡Señor, ayúdame!'. De esta forma, la oración “abre destellos de luz en la más densa oscuridad” e “incluso la muerte tiembla”. Más en concreto, el Papa pidió a San Juan Diego, cuya fiesta celebramos hoy, que “presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales”.
Del Salmo 28: “A ti te llamo, Señor, roca mía...escucha la voz de mi plegaria, cuando a ti grito...El Señor es mi fuerza y mi escudo...Mi corazón se alegra y le canto agradecido”
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La oración cristiana es plenamente humana: incluye la alabanza y la súplica. Rezamos como lo que somos, como personas. De hecho, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, lo hizo con el “Padrenuestro”, para que nos pongamos con Dios en la relación de confianza filial y le dirijamos todas nuestras necesidades. Suplicamos a Dios por los dones más sublimes: la santificación de su nombre entre los hombres, el advenimiento de su señoría, la realización de su voluntad de bien en relación con el mundo. El Catecismo recuerda: «Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida» (n. 2632). Pero en el “Padrenuestro” rezamos también por los dones más sencillos y diarios, como el “pan de cada día” - que quiere decir también la salud, la casa, el trabajo; y también la Eucaristía, necesaria para la vida en Cristo -; así como el perdón de los pecados, y por tanto la paz en nuestras relaciones; y finalmente que nos ayude en las tentaciones y nos libre del mal.
Pedir, suplicar. Esto es muy humano. Escuchamos una vez más el Catecismo: «Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él» (n. 2629).
A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. Pero antes o después esta ilusión se desvanece. El ser humano es una invocación, que a veces se convierte en grito, a menudo contenido. El alma se parece a una tierra árida, sedienta (cfr Sal 63,2). Todos experimentamos, en un momento u otro de nuestra existencia, el tiempo de la melancolía, de la soledad. La Biblia no se avergüenza de mostrar la condición humana marcada por la enfermedad, por las injusticias, la traición de los amigos, o la amenaza de los enemigos. A veces parece que todo se derrumba, que la vida vivida hasta ahora ha sido vana. En estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración: «¡Señor, ayúdame!». La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad.
Nosotros los seres humanos compartimos esta invocación de ayuda con toda la creación. No somos los únicos que “rezamos” en este universo exterminado: cada fragmento de la creación lleva inscrito el deseo de Dios. San Pablo lo expresó de esta manera: «Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solo ella, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,22-24). En nosotros resuena el gemido multiforme de las creaturas: de los árboles, de las rocas, de los animales... Todo anhela la realización. Escribió Tertuliano: «Ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire.También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración» (De oratione, XXIX).
Por tanto, no tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar sobre todo cuando estamos en la necesidad. A veces, tenemos vergüenza de pedir ayuda y también vergüenza de pedir a Dios. Eso no se puede. Es verdad: debemos aprender a hacerlo también en los tiempos felices; dar gracias a Dios por cada cosa que se nos da, y no dar nada por descontado o debido: todo es gracia. Sin embargo, no reprimamos la súplica que surge espontánea en nosotros. La oración de petición va a la par que la aceptación de nuestro límite y de nuestra creaturalidad. Se puede incluso llegar a no creer en Dios, pero es difícil no creer en la oración: esta sencillamente existe; se presenta a nosotros como un grito; y todos tenemos que lidiar con esta voz interior que quizá puede callar durante mucho tiempo, pero un día se despierta y grita.
Dios responderá. No hay orante en el Libro de los Salmos que levante su lamento y no sea escuchado. La Biblia lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca. También nuestras peticiones tartamudeadas, también las que quedan en el fondo del corazón. El Padre quiere donarnos su Espíritu, que anima toda oración y lo transforma todo. Es cuestión de paciencia, de soportar la espera. Adviento es un tiempo de espera. Toda nuestra vida está en espera. Y la oración, también. Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado. La muerte ya ha sido derrotada en Cristo, y vendrá el día en el que todo será definitivo, y ella ya no se burlará más de nuestra vida y de nuestra felicidad. Aprendamos a vivir en la espera del Señor, que nos viene a visitar, no sólo en Navidades, sino todos los días en la intimidad de nuestro corazón. Tengo miedo de Dios cuando pasa, que pase y que yo no me dé cuenta, decía San Agustín. El Señor pasa y llama a la puerta de nuestro corazón. Hermanas y hermanos, vivir a la espera.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas: La oración cristiana es plenamente humana porque abraza la alabanza y la súplica. Encontramos esta realidad en la oración que Jesús nos enseñó, el “Padrenuestro”, que es modelo de toda oración. En ella nos dirigimos a Dios como hijos y con confianza filial le presentamos todas nuestras necesidades. Le suplicamos los dones más sublimes, como la venida de su reino y todo lo necesario para acogerlo, y también los dones más sencillos, como el pan de cada día, que incluye salud, casa, comida, esenciales para nuestra vida corporal, y también la Eucaristía, alimento para nuestra vida espiritual.
El pedir, el suplicar es algo muy humano, ya que como creaturas no somos autónomos, sino que dependemos de la bondad del Señor. Prueba de ello es la precariedad de nuestra condición humana, marcada por la enfermedad, las injusticias, la soledad, el sufrimiento.
Cuando parece que todo está perdido, sentimos la necesidad de rezar a Dios. La oración ilumina la oscuridad interior que nos angustia y nos abre a la esperanza. Nosotros, seres humanos, compartimos esta “invocación de ayuda al Señor” con toda la creación, que lleva impreso el anhelo de Dios y ansía alcanzar su realización. Y nuestro consuelo es la seguridad de que Él escucha siempre nuestras súplicas y responde a nuestros ruegos como Padre amoroso.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Hoy conmemoramos a san Juan Diego, a quien Nuestra Señora de Guadalupe escogió como su enviado. Que a través de su intercesión presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales, para que ella, como Madre, salga al encuentro de sus hijos y los cubra con su manto. Pidamos además al Señor que infunda en nosotros su Espíritu Santo para que vivifique nuestra oración y transforme nuestro corazón, abriéndolo al servicio de la caridad. Que el Señor los bendiga a todos.
Saludo en italiano
“Ayer se publicó una carta apostólica dedicada a San José, que, hace 150 años, fue declarado patrono de la Iglesia universal. La titulé 'Con corazón de padre'. Dios le confió el tesoro más precioso: Jesús y María. Y él correspondió plenamente con fe, con valentía y con ternura. Con corazón de Padre. Invoquemos su protección sobre la Iglesia en este tiempo y aprendamos de él a hacer siempre, con humildad, la voluntad de Dios”