"Jesús, por tanto, es el Esposo que vino a traer el vino bueno» de su amor" Papa: "Jesús trae a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza"
"Primer signo que realizó Jesús, convertir el agua en vino durante unas bodas en Caná de Galilea. Se trata de un relato que anticipa y sintetiza toda la misión de Jesús"
"Jesús, por tanto, es el Esposo que vino a traer el «vino bueno» de su amor para renovar el pacto nupcial entre Dios y la humanidad"
"A la falta del hombre, Dios responde siempre con la sobreabundancia de su amor"
"Jesús trae a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza"
"A la falta del hombre, Dios responde siempre con la sobreabundancia de su amor"
"Jesús trae a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza"
En su catequesis previa al ángelus, el Papa Francisco explica el pasaje de las bodas de Caná: Jesús vino a traer el "vino bueno de su amor para renovar el pacto nupcial entre Dios y la humanidad". Y lo trajo de una forma "sobreabundante", porque "a la falta del hombre, Dios responde siempre con la sobreabundancia de su amor". Por eso, el creyente sabe, según el Papa, que "Jesús trae a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza".
Las palabras del Papa
El Evangelio de la liturgia de hoy (Jn 2,1-11) nos habla del primer signo que realizó Jesús, convertir el agua en vino durante unas bodas en Caná de Galilea. Se trata de un relato que anticipa y sintetiza toda la misión de Jesús: el día de la venida del Mesías -así lo dijeron los profetas- el Señor preparará «un banquete de vinos excelentes» (Is 25,6) y «las montañas destilarán el vino nuevo» (Am 9,13); Jesús, por tanto, es el Esposo que vino a traer el «vino bueno» de su amor para renovar el pacto nupcial entre Dios y la humanidad.
En este Evangelio podemos constatar dos cosas: la falta y la sobreabundancia. Por un lado, falta vino y María le dice a su Hijo: «No tienen vino» (v. 3); por el otro, Jesús interviene haciendo llenar seis grandes ánforas y, al final, el vino es tan abundante y exquisito que el dueño del banquete alaba al esposo por haberlo conservado hasta el final (v. 10). Entonces, «el signo de Dios es la sobreabundancia» y «la sobreabundancia de Caná es un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol. I, 294). A la falta del hombre, Dios responde siempre con la sobreabundancia de su amor (cf. Rm 5,20).
Hermanos y hermanas, incluso en el banquete de nuestras vidas a veces nos encontramos con que falta el vino. Sucede cuando las preocupaciones que nos afligen, los temores que nos asaltan o las fuerzas perturbadoras del mal nos roban el sabor de la vida, la ebriedad de la alegría y el sabor de la esperanza. Pero frente a esta falta, el Señor nos da su amor con sobreabundancia, trayendo a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza. Y nos lo da en abundancia para que nunca nos falte, para que «nuestra fiesta no termine nunca», como escribió el hermano Roger de Taizé.
Y entonces podemos preguntarnos: cuando el vino de la alegría y del amor falta en mi vida, ¿me dirijo a Jesús, a través de María, o me encierro en mí mismo? Y cuando el Señor me da su amor en abundancia, ¿lo guardo en mi corazón para compartirlo con los que están sumidos en la tristeza y la resignación? Recordemos esto: el Señor también viene hoy a celebrar con nosotros, y si a veces tenemos que contar con nuestras faltas, Él nos da con abundancia el Espíritu Santo, que siempre nos renueva.
Oremos pues a la Virgen María. Que ella, que es la «Mujer del vino nuevo» (cf. A. Bello, Maria, donna dei nostri giorni), interceda por nosotros y, en este año jubilar, nos ayude a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor Jesús.