Por la mañana, se acercó en privado a homenajear a la Virgen en Plaza de España El Papa reitera que "hay que obedecer a las autoridades civiles" en sus disposiciones sobre la pandemia
"Yoy por la tarde, no tendrá lugar el tradicional homenaje a la Inmaculada en la plaza de España, para evitar el riesgo de la difusión de la pandemia"
"Muchos que sobre esta tierra son últimos, en el cielo serán los primeros"
"Reconocer que no hemos amado a Dios y al prójimo como deberíamos"
"Encomendemonos a ella, y digamos de una vez para siempre 'no' al pecado y 'sí' a la Gracia"
"Reconocer que no hemos amado a Dios y al prójimo como deberíamos"
"Encomendemonos a ella, y digamos de una vez para siempre 'no' al pecado y 'sí' a la Gracia"
De amanecida y bajo la lluvia, el Papa Francisco se acercó, por sorpresa, a la plaza de España, para homenajear a la Virgen María y, después, a la Basílica de Santa María la Mayor, para celebrar la eucaristía.Para cumplir con las disposiciones de las autoridades, "a las que hay que obedecer", y no contribuir a la difusión de la pandemia. A las doce, desde la cátedra de la ventana, en el ángelus glosó la figura de María, "madre y discípula, pero sin pecado" e invitó a que "nos encomendemos a ella, y digamos de una vez para siempre 'no' al pecado y 'sí' a la Gracia".
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La fiesta litúrgica de hoy celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. También ella fue salvada por Cristo, pero de una forma absolutamente extraordinaria, porque Dios quiso que desde el instante de la concepción la madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. Y por tanto María, durante toda su vida terrena, estuvo libre de cualquier mancha de pecado, «llena de gracia» (Lc1,28) y disfrutó de una singular acción del Espíritu Santo, para poder mantenerse siempre en su relación perfecta con el hijo Jesús. Era madre y discípula, pero sin pecado.
En el magnífico himno que abre la Carta a los Efesios, (cfr1,3-6.11-12), San Pablo nos hace comprender que cada ser humano es creado por Dios para esa plenitud de santidad, para esa belleza de la que la Virgen fue revestida desde el principio. La meta a la cual estamos llamados es también para nosotros don de Dios, el cual -dice el apóstol -nos ha «elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados» (v. 4); eligiéndonos de antemano (cfr v. 5), en Cristo, a estar un día totalmente libres del pecado. Éste es un don de Dios. María empezó a vivir esta gracia desde el vientre de su madre; nosotros nutrimos la viva esperanza de disfrutarlo en el paraíso.
Lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final, después de haber atravesado el “baño” purificador de la gracia de Cristo. Lo que nos abre la puerta del paraíso es la gracia de Dios recibida con fidelidad. Todos los santos y las santas han recorrido este camino. También los más inocentes estaban marcados por el pecado original y lucharon con todas las fuerzas contra sus consecuencias. Han pasado a través de la «puerta estrecha» que conduce a la vida (cfr Lc13,24). ¿Y sabéis quién es el primero de quien tenemos la certeza de que haya entrado el paraíso? Un “poco bueno”: uno de los dos que fueron crucificados con Jesús. Se dirigió a Él diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Y Él respondió: «hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc23,42-43). La gracia de Dios es ofrecida a todos; y muchos que sobre esta tierra son últimos, en el cielo serán los primeros (cfr Mc10,31).
Pero atención. No vale hacerse los astutos: posponer continuamente un serio examen de la propia vida, aprovechando la paciencia del Señor. Quizá podemos engañar a los hombres, pero a Dios no, Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos. ¡Aprovechemos el momento presente! Este sí es el sentido cristiano del “carpe diem”. No disfrutar la vida en el momento fugaz, no, este es el sentido mundano. Sino acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios; abrirse a su Gracia, dejar finalmente de plegarse sobre uno mismo arrastrándose en la hipocresía. Mirar a la cara la propia realidad, reconocer que no hemos amado a Dios y al prójimo como deberíamos. Y confesarlo, empezar un camino de conversión pidiendo en primer lugar perdón a Dios en el Sacramento de la Reconciliación, y después reparar el mal hecho a los otros. El Señor llama a nuestro corazón para darnos la salvación.
Este, para nosotros, es el camino para volver a ser “santos e inmaculados”. La belleza incontaminada de nuestra Madre es inimitable, pero al mismo tiempo nos atrae. Encomendemonos a ella, y digamos de una vez para siempre “no” al pecado y “sí” a la Gracia.
Saludos después del ángelus
“Como sabéis, hoy por la tarde, no tendrá lugar el tradicional homenaje a la Inmaculada en la plaza de España, para evitar el riesgo de la difusión de la pandemia, como dispusieron las autoridades civiles, a las que tenemos que obedecer. Pero eso no obsta para que ofrezcamos a nuestra madre las flores que más le gustan: la oración, la penitencia, el corazón abierto a la gracia.
Esta mañana temprano, me acerqué de forma privada a la plaza de España y, después, a Santa María La Mayor, donde celebré la eucaristía”.