Han ofrecido responsos por los fallecidos y acompañado a familiares en el Cementerio de la Almudena Diáconos jesuitas: "En varias ocasiones nos hemos tenido que contener para no romper a llorar con ellos"
"Como decía el P. Arrupe cuando explicaba su experiencia con la bomba atómica, «hay momentos en los que uno no puede reservarse»", declaran Nubar Hamparzoumian SJ y Daniel Cuesta SJ
"El crematorio cuenta con el servicio religioso para quien lo pide y nosotros estamos yendo para ayudar y que el titular no tenga un responso cada 3 minutos, sino que pueda tener cada familia unos 20 minutos para rezar y despedirse"
"En la calle, sin poder entrar en la capilla, con la puerta del coche abierta y los 3 o 4 familiares (que es lo que se permite) rezamos y oramos por él, intentando dar un poco de calidez"
"La gente tiene mucha necesidad de hablar de lo que están viviendo y también de recibir palabras de fe"
"En la calle, sin poder entrar en la capilla, con la puerta del coche abierta y los 3 o 4 familiares (que es lo que se permite) rezamos y oramos por él, intentando dar un poco de calidez"
"La gente tiene mucha necesidad de hablar de lo que están viviendo y también de recibir palabras de fe"
| Compañía de Jesús en España
(infosj.es).- Nubar Hamparzoumian SJ y Daniel Cuesta SJ fueron los primeros jesuitas que respondieron a la petición de sacerdotes y diáconos que el Arzobispado trasladó al Provincial ante la situación que se estaba dando en hospitales, cementerios y crematorios. En el Cementerio de la Almudena han ofrecido responsos por los fallecidos y acompañado a familiares. En esta entrevista les preguntamos sobre este servicio y los aprendizajes que sacaremos de la pandemia.
En sus palabras apreciamos el lado más doloroso de la crisis, con todo el sufrimiento de las pérdidas humanas que deja y la desolación que provoca en los familiares la imposibilidad de despedir a sus seres queridos como siempre hubieran deseado.
Pero el suyo es también un testimonio esperanzador: porque apreciamos la fe de tantas personas que saben que la muerte no es el final del vínculo que los une a sus familiares; porque Nubar y Daniel nos hablan de una Iglesia que se vuelca en acompañar a todos los que lo necesitan; y porque en ellos apreciamos el valor social de una vocación, la de sacerdotes y diáconos, que en momentos en los que reinan la angustia y el desamparo realizan una misión irremplazable.
¿Cómo llegáis a implicaros en la tarea de ofrecer responsos?
N .H .: Todo surge ante la petición de la Archidiócesis de Madrid, que pide sacerdotes para los hospitales y diáconos para los cementerios y crematorios. La necesidad es tal, que en el momento en el que nos llegó la petición dimos todos un paso al frente. Como decía el P. Arrupe cuando explicaba su experiencia con la bomba atómica, «hay momentos en los que uno no puede reservarse».
D . C.: En el momento en el que me lo propusieron, por un lado, me sentí muy llamado a dar un paso al frente y ofrecerme para ello, teniendo en mente a los primeros compañeros en los hospitales, a San Luis Gonzaga... Pero a la vez sentí miedo de contagiarme, o de no estar a la altura, de derrumbarme… Ahí me ayudó mucho que Antonio Bohórquez me recordara aquellas palabras de Arrupe.
Entiendo que vuestra juventud juega un papel, ¿os han llamado porque no sois población de riesgo»?
D .C.; En estos momentos todos somos población de riesgo. En lo personal pero fundamentalmente en lo social y comunitario. En mi caso concreto, pertenezco a una comunidad en la que la mayoría somos jóvenes, por lo que el riesgo es menor. Otros compañeros que también se ofrecieron a este servicio no han podido hacerlo finalmente, o bien porque vivan con jesuitas mayores o de riesgo, o bien porque se encuentren trabajando y ayudando en otros lugares, como hospitales y enfermería. Hay jesuitas colaborando en muchas otras cosas.
N.H.: No es tanto por juventud, sino por el servicio litúrgico de hacer la despedida del familiar con la mayor dignidad posible. Y para ello no pedían tanto jóvenes, como diáconos.
¿Qué es exactamente lo que hacéis?
N.H.: El rito de exequias breve. El crematorio cuenta con el servicio religioso para quien lo pide y nosotros estamos yendo para ayudar y que el titular no tenga un responso cada 3 minutos, sino que pueda tener cada familia unos 20 minutos para rezar y despedirse.
Van llegando los familiares al crematorio, según la hora en la que les haya citado. Con puntualidad llega el coche fúnebre y si las familias quieren que se rece un responso, ahí estamos. En la calle, sin poder entrar en la capilla, con la puerta del coche abierta y los 3 o 4 familiares (que es lo que se permite) rezamos y oramos por él, con una lectura del Evangelio, unas peticiones, un Padre Nuestro, asperjemos el agua bendita, rezamos a María como Madre de la Iglesia y de todos y les dejamos un momento para decir algo o simplemente despedirse en silencio antes de ser introducido el féretro a la espera de ser incinerado. Nosotros estamos ahí, sencilla y llanamente intentando dar la esperanza que en la muerte todos buscamos, y un poco de calidez en una despedida tan amarga.
¿Cómo lo reciben las familias?
N.H.: Con emoción. Muchas familias llegan rotas ya al crematorio. Algunos no se han podido despedir en persona y saber que van a tener un momento de silencio les serena. Se emocionan al saber que ofreceremos la misa de nuestras comunidades por sus familiares. Como siempre, ante la muerte, en esa desazón que todos hemos pasado, nos mantiene la certeza de la fe, que no es absoluta, de que nuestro amigo, familiar, quien sea está en el banquete del Reino y allí nos encontraremos.
D.C.: Se ve que algunas son más creyentes, otras quizá menos… pero la verdad es que en esos momentos tan duros y tan solitarios todos conectan con su fe, sea grande o pequeña.
¿Cuál es la palabra sanadora que puede consolar a las familias en circunstancias como estas?
N.H.: ¡Ojalá la hubiera y fuera siempre la misma! Puede que por el amor de madre y la necesidad de abrazarnos en momentos así y llorar sin filtros, o por lo que sea, pero es emocionante rezar a la Virgen María. Ahí suele ser un punto en el que todos nos emocionamos; no solo los familiares, sino que nosotros en varias ocasiones nos hemos tenido que contener para no romper a llorar con ellos.
D.C.: En el momento de empezar el ritual, nos dirigimos a todos los familiares y amigos: a «vosotros que estáis aquí» y también a los que se han tenido que quedar en casa. Les hacemos ver que, por medio de la fe, pueden sentirse unidos también a ellos, aunque no estén físicamente presentes. Otro momento importante es el padrenuestro. Es uno de los grandes tesoros de los cristianos, pues nos lleva hasta el mismo Cristo que nos lo enseñó. Con esta oración nos unimos al difunto que lo reza ya mirando cara a cara al Padre. Es un momento muy emocionante y que creemos alivia mucho. Procuramos no quedarnos dentro de la sacristía, sino pasar el mayor tiempo posible en la puerta o en la calle. Porque en esos momentos es cuando puedes hablar con las familias que, o bien llegan antes, o bien se van más tarde. Ahí ves que la gente tiene mucha necesidad de hablar de lo que están viviendo y también de recibir palabras de fe. Es impresionante cómo la gente se te abre y te cuenta su experiencia de fe… desde la gente más creyente hasta aquel que te dice que duda, pero que no quiere pensar que no volverá a ver más a su ser querido. Es algo que es muy necesario.
"Intentamos dar esperanza y ánimo a los familiares"
¿Estáis atendiendo fallecimientos por diferentes causas? ¿Percibís diferencias en el ánimo de los familiares cuando se trata de personas fallecidas por Coronavirus u otros motivos?
N.H.: Pues realmente no preguntamos por qué han muerto. Ninguno. Supongo que la mayoría es por el Coronavirus, sobre todo los féretros que están precintados en la junta con cinta americana; pero la verdad es que el ánimo de los familiares esta siempre en la cuerda floja, se hayan muerto por eso o por simple naturaleza.
D.C. Creo que la diferencia no es mucha, puesto que todos tienen que enfrentarse a la muerte y a la despedida desde la realidad del confinamiento. Y esto es algo muy duro. Si algo estoy viendo en estos días es la importancia de los ritos, porque ayudan a sobrellevar mejor el duelo.
N.H.: Lo complicado es los que se sienten culpables, o que la última vez que vieron a su padre fue cuando se lo llevaba la ambulancia hace dos semanas y lo siguiente que ven es su féretro. Lo más difícil no es el crematorio, sino el volver a casa solos.
Desde esta experiencia, ¿qué opinas de las limitaciones impuestas para celebraciones y servicios religiosos? ¿Se está haciendo lo correcto? ¿Podría mejorarse algo?
"La última vez que vieron a su padre fue cuando se lo llevaba la ambulancia hace dos semanas y lo siguiente que ven es su féretro. Lo más difícil no es el crematorio, sino el volver a casa solos"
D.C.: Pienso que se está haciendo lo que se debe, lo que se puede, e incluso a veces más de lo que se puede. Lo que se debe porque no podemos arriesgarnos a contagiar el virus a más gente. Y, aunque sea duro ver solo a tres personas y no poder entrar siquiera en la capilla… eso es lo correcto y es la mejor manera de contribuir a luchar contra la enfermedad, aunque conlleve un sacrificio muy grande. Y lo que se puede e incluso más, porque se está tratando de dar dignidad y de atender a las personas de manera individual y digna. Cuando llegamos al cementerio, los ministros que había allí estaban rezando responsos durante doce horas seguidas, con una media de 6 responsos por hora en dos lugares diferentes a la vez. Eso es algo muy difícil de resistir tanto física como psicológica y humanamente. Sin duda estaban haciendo más de lo que podían.
N.H. Es bonito pensar que, ante una necesidad, incluso tan dolorosa, la respuesta ha sido la de muchos que nos hemos ofrecido. En los cementerios y crematorios los diáconos intentamos dar esperanza y ánimo a los familiares. Es ridículo que después de una vida que se celebró desde antes de su nacimiento no tenga una despedida, por lo menos, digna.
D. C.: Como diáconos está siendo un aprendizaje y una formación muy importante. Hemos experimentado que nos hemos ordenado para servir a la gente y para consolar a aquellos que sufren. Y esto es algo que estamos palpando completamente. Me acuerdo de una pobre mujer que llegó hasta el cementerio en taxi sola, para despedir a su único hermano de 83 años. Verla en soledad delante del féretro partía el alma… pero rezar con ella y casi palpar su fe profunda, fue algo emocionante.
Cuando terminamos nos deseó lo mejor para nuestra vida como religiosos y nos dijo que estaba contenta porque sabía que con su edad, pronto podría reencontrarse con sus padres y sus hermanos, y también poder abrazar a Cristo y a la Virgen María. Fue impresionante. También hubo una difunta cuya familia había pedido un responso, pero finalmente no pudo llegar al cementerio. Allí los empleados de la funeraria dieron por sentado que entonces no habría responso. Sin embargo, Nubar y yo decidimos rezar el responso los dos solos delante del féretro. Fue algo bonito y muy profundo, porque creo que los dos experimentamos que nuestra tarea era la de orar por los difuntos, y no solo la de cumplir con un rito o con una formalidad. Aquel responso tan desangelado, se me quedó muy grabado.
N.H. Me cuesta encontrar un adjetivo, porque es a la vez tan duro y extremo como de confirmación en la vocación sacerdotal. La vocación no es para hacer muchas cosas, ser los más creativos o lo más innovadores. Eso está bien. Pero pasa a un plano ínfimo en comparación con el bien sanador que hace la oración. Poder además hacerlo unos días juntos también ayuda, porque en los momentos de flaqueza sabes que tienes ahí a un compañero que sin palabras me consolará porque me conoce muy bien. Es un momento eclesial y de Compañía que insufla el Espíritu del Resucitado, porque ante tantísimas muertes, tantísimas familias rotas, tantísimas personas hundida... ahí tenemos que estar como cuerpo de la Iglesia que somos.
"Cuando llegamos al cementerio, los ministros que había allí estaban rezando responsos durante doce horas seguidas, con una media de 6 responsos por hora en dos lugares diferentes a la vez"
¿Qué aprendizajes vamos a sacar de todo esto, como sociedad y en particular desde la Iglesia?
D.C.: Tenemos el reto de aprender de todo esto. Pero para aprender primero tenemos que conocerlo internamente, como diría Ignacio en los Ejercicios. El paso por el cementerio me ha hecho experimentar profundamente lo dramática que es esta situación para muchas personas y lo ajenos que podemos vivir a ella reduciendo todo a números y estadísticas. San Ignacio dice que hemos de seguir a Cristo en la pena, para poder seguirle también en la gloria. Hemos celebrado hace poco la Semana Santa y hemos experimentado todo esto… pues bien, tenemos que saber identificar en toda esta pandemia a ese Cristo que sigue cargando con la cruz y diciéndonos que quiere que le sirvamos y ayudemos a cargarla en tantos hermanos, para poder así encontrarnos con él en la gloria después.
Creo que hay el riesgo de cerrar enseguida las heridas, de pensar que todo esto ya ha pasado, y de volver a nuestra vida de antes. Pero, como cristianos, nuestra vida no puede volver a ser la de antes, sino que debe estar traspasada por este aprendizaje y por esta experiencia. Como María debemos conservar y meditar todo esto en nuestro corazón y dejar que, desde ahí, a su tiempo, y no antes, se transforme en semilla de resurrección.
"Creo que hay el riesgo de cerrar enseguida las heridas, de pensar que todo esto ya ha pasado, y de volver a nuestra vida de antes. Pero, como cristianos, nuestra vida no puede volver a ser la de antes, sino que debe estar traspasada por este aprendizaje"
N.H.: Ojalá que miremos a las personas como lo que son: personas, creación de Dios, llenas de dignidad y no un número, un mecanismo más del engranaje. Ojalá nos re-humanice. Nos ayude a mirarnos a los ojos unos a otros cuando pisemos de nuevo la calle y no solo a las 20h de una ventana a otra. Ojalá aprendamos a dar respuestas a las necesidades reales y no buscarlas en discusiones entre nosotros, sino mirando de cara a la realidad que seguirá clamando. Ojalá valoremos lo que vale la presencia humana, y aunque la digital suple, los teléfonos y demás son solo un medio; si Dios mismo se hizo persona, ¿cómo podemos mirar para otro lado o poner una pantalla entre medias cuando tengo a otro delante?