Magisterio de la Iglesia y Moral en Amoris laeitita del Papa Francisco
El fundamentalismo e integrismo, de todo tipo, está constantemente criticando y deslegitimando al Papa Francisco desde el inicio de su ministerio petrino, su testimonio, su magisterio (como la EG o la LS), etc. Lo que ha llegado a un punto culminante con su Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris Laetitia” (AL), La Alegría del Amor, sobre el Amor en la Familia. Que ni siquiera en ocasiones, como hasta se reconoce, se ha leído ni estudiado dicho documento de la AL. Y que, sin embargo, se tiene el atrevimiento de juzgar desde ese desconocimiento y prejuicio de este fundamentalismo e integrismo. Primeramente, se ha querido negar el valor magisterial del documento. Y como es sabido- igualmente que, por ejemplo, la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” (FC) de Juan Pablo II-, una Exhortación Apostólica pertenece al magisterio (enseñanza) de la iglesia.
El integrismo solo reconoce valor magisterial, doctrinal o moral, a lo que le conviene. Por ejemplo, suele estar centrado, a veces hasta la obsesión patológica, con las cuestiones sexuales y familiares o bioéticas. Sin darle igual (la debida) importancia a las cuestiones sociales. Tales como los ídolos e individualismo insolidario del: poder y la riqueza, del ser rico y del tener o consumismo; mercado, la propiedad y el capital convertidos en falsos dioses, que se imponen sobre la justicia social, el destino universal de los bienes y la dignidad del trabador. Las desigualdades e injusticias sociales-globales como el hambre y el empobrecimiento o la exclusión social, la esclavitud infantil o la explotación laboral y el paro, las guerras y la destrucción ecológica, etc.
En esta línea, no entiende como la enseñanza y moral de la iglesia está en dinamismo, va actualizándose y desarrollándose o profundizándose en el contexto y tiempo histórico. Tal como ha sucedido con cuestiones como la salvación y pertenencia a otras iglesias o religiones, la libertad religiosa, la distinción entre estado o partido e iglesia, etc. Como enseña la moral de la iglesia, el Papa Francisco en la AL recuerda y actualiza los valores o principios objetivos de las distintas cuestiones humanas, morales o pastorales como la familia. Y lo hace asimismo en el mismo capítulo octavo de la AL, que ha sido negado especialmente por dicho integrismo. En donde el Papa muestra y actualiza el magisterio/moral de la iglesia, sobre dichas cuestiones o realidades como el amor, el matrimonio y la familia. Con su fundamentación antropológica, en el reconocimiento de la naturaleza e identidad humana, tal como enseña la conocida como "ley-derecho natural" y moral. Por ejemplo enseña el Papa, con toda claridad, que “de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: «Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia” (AL 307).
Tal como es el sentido del matrimonio y la familia que, siguiendo a la iglesia, el Papa Francisco enseña claramente: “el matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad; se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad” (AL 292). Ahora bien, salvando del relativismo e individualismo, la enseñanza de la Iglesia y el Papa Francisco tampoco caen en el rigorismo o jansenismo e integrismo-fundamentalismo.Siguiendo a la tradición y magisterio de la Iglesia, con Santo Tomás de Aquino como referente ineludible, el Papa muestra el discernimiento, por la conciencia, de los contextos y circunstancias específicas. Y cita muy bien a dicho Doctor por excelencia de la Iglesia, para un adecuado “discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación» (Summa Theologiae I-II, q. 94, a. 4. AL 304).
En este discernimiento espiritual y ético de la conciencia moral en los condiciones o realidad personal, concreta y socio-histórica. Tal como recuerda el Papa Francisco, “con respecto a estos condicionamientos, el Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera contundente. «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» (N. 1735) En otro párrafo se refiere nuevamente a circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales» (N. 2352)” (AL 301). Efectivamente, esta conocida en moral como “ignorancia invencible o errada” de las principios o normas morales; los condicionamientos de todo tipo como los personales o sociales, etc. hay que tenerlos en cuenta a la hora de discernir y valorar las acciones o las personas con respecto a la moral, al mal, al pecado…Tal como muestra el Papa (cf. AL 302, nota 340) que hace, por ejemplo, el Papa Juan Pablo II (cf. Reconciliatio et paenitentia 17).
Efectivamente, en la “Veritatis Splendor” (VS), el Papa S. Juan Pablo II nos enseña igualmente este discernimiento o “juicio de la conciencia, un juicio práctico… Un juicio que aplica a una situación concreta… La ley natural ilumina sobre todo las exigencias objetivas y universales del bien moral, la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular, la cual se convierte así para el hombre en un dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una situación concreta” (VS 59). Es el valor, dignidad y trascendencia de la conciencia, recta y formada, que debe realizar la decisión final, última de la acción moral. A la luz de la ley natural y moral del Evangelio e Iglesia, la conciencia discierne o valora y decide última, finalmente en las circunstancias o realidad concreta. Es la moral de la caridad y de la misericordia que enseña la iglesia, una moral personal y concreta, social e e histórica. En donde “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296).
Tal como enseñan el Papa Francisco y Juan Pablo II (cf. VS 62) siguiendo este pasaje memorable del Vaticano II: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo. Pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” (GS 16). De ahí que el Papa enseñe esta dignidad, valor y decisión última de la conciencia moral, recta y formada, cuando manifiesta que “estamos llamado a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas” (AL 37).
En esta línea, como se observa, la moral de la iglesia y el Papa Francisco se realiza desde los principios o valores últimos de la caridad y misericordia. Siguiendo por ejemplo a “San Juan Pablo II que proponía la llamada «ley de gradualidad» con la conciencia de que el ser humano «conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento» (FC 34). No es una «gradualidad de la ley», sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley. Porque la ley es también don de Dios que indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social» (FC 9)” (AL 295).
Como se observa, como nos revela el Evangelio de Jesús, es la moral de la caridad y misericordia que acoge e integra al otro con su realidad y sufrimiento, con sus anhelos y esperanzas. La moral del Evangelio e Iglesia sin dejar de enseñar todo lo que "va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan». Por otra parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad»” (AL 291).
Frente al fundamentalismo e integrismo es “la contraposición de las “dos lógicas que recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»” (AL 296).
Más, frente a la familia burguesa e individualista, es un matrimonio y familia que experimenta “la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia”. Con una opción de solidaridad liberadora con los más pobres u oprimidos donde se encuentra presente, como sacramento, Jesús Pobre y Crucificado (cf. AL 183). Se nos manifiesta así todo el esplendor y la belleza del amor real. Con unas personas, matrimonios y familias que van adquiriendo la madurez, el sentido y la felicidad: en el amor, servicio y compromiso, en la militancia por la civilización del amor y la justicia liberadora con los pobres de la tierra; frente todo mal, opresión e injusticia. Demos pues gracias a Dios y al Papa Francisco, sucesor de Pedro, por esta bella, verdadera y espiritual enseñanza sobre la familia que es AL.
El integrismo solo reconoce valor magisterial, doctrinal o moral, a lo que le conviene. Por ejemplo, suele estar centrado, a veces hasta la obsesión patológica, con las cuestiones sexuales y familiares o bioéticas. Sin darle igual (la debida) importancia a las cuestiones sociales. Tales como los ídolos e individualismo insolidario del: poder y la riqueza, del ser rico y del tener o consumismo; mercado, la propiedad y el capital convertidos en falsos dioses, que se imponen sobre la justicia social, el destino universal de los bienes y la dignidad del trabador. Las desigualdades e injusticias sociales-globales como el hambre y el empobrecimiento o la exclusión social, la esclavitud infantil o la explotación laboral y el paro, las guerras y la destrucción ecológica, etc.
En esta línea, no entiende como la enseñanza y moral de la iglesia está en dinamismo, va actualizándose y desarrollándose o profundizándose en el contexto y tiempo histórico. Tal como ha sucedido con cuestiones como la salvación y pertenencia a otras iglesias o religiones, la libertad religiosa, la distinción entre estado o partido e iglesia, etc. Como enseña la moral de la iglesia, el Papa Francisco en la AL recuerda y actualiza los valores o principios objetivos de las distintas cuestiones humanas, morales o pastorales como la familia. Y lo hace asimismo en el mismo capítulo octavo de la AL, que ha sido negado especialmente por dicho integrismo. En donde el Papa muestra y actualiza el magisterio/moral de la iglesia, sobre dichas cuestiones o realidades como el amor, el matrimonio y la familia. Con su fundamentación antropológica, en el reconocimiento de la naturaleza e identidad humana, tal como enseña la conocida como "ley-derecho natural" y moral. Por ejemplo enseña el Papa, con toda claridad, que “de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: «Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia” (AL 307).
Tal como es el sentido del matrimonio y la familia que, siguiendo a la iglesia, el Papa Francisco enseña claramente: “el matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad; se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad” (AL 292). Ahora bien, salvando del relativismo e individualismo, la enseñanza de la Iglesia y el Papa Francisco tampoco caen en el rigorismo o jansenismo e integrismo-fundamentalismo.Siguiendo a la tradición y magisterio de la Iglesia, con Santo Tomás de Aquino como referente ineludible, el Papa muestra el discernimiento, por la conciencia, de los contextos y circunstancias específicas. Y cita muy bien a dicho Doctor por excelencia de la Iglesia, para un adecuado “discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación» (Summa Theologiae I-II, q. 94, a. 4. AL 304).
En este discernimiento espiritual y ético de la conciencia moral en los condiciones o realidad personal, concreta y socio-histórica. Tal como recuerda el Papa Francisco, “con respecto a estos condicionamientos, el Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera contundente. «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» (N. 1735) En otro párrafo se refiere nuevamente a circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales» (N. 2352)” (AL 301). Efectivamente, esta conocida en moral como “ignorancia invencible o errada” de las principios o normas morales; los condicionamientos de todo tipo como los personales o sociales, etc. hay que tenerlos en cuenta a la hora de discernir y valorar las acciones o las personas con respecto a la moral, al mal, al pecado…Tal como muestra el Papa (cf. AL 302, nota 340) que hace, por ejemplo, el Papa Juan Pablo II (cf. Reconciliatio et paenitentia 17).
Efectivamente, en la “Veritatis Splendor” (VS), el Papa S. Juan Pablo II nos enseña igualmente este discernimiento o “juicio de la conciencia, un juicio práctico… Un juicio que aplica a una situación concreta… La ley natural ilumina sobre todo las exigencias objetivas y universales del bien moral, la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular, la cual se convierte así para el hombre en un dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una situación concreta” (VS 59). Es el valor, dignidad y trascendencia de la conciencia, recta y formada, que debe realizar la decisión final, última de la acción moral. A la luz de la ley natural y moral del Evangelio e Iglesia, la conciencia discierne o valora y decide última, finalmente en las circunstancias o realidad concreta. Es la moral de la caridad y de la misericordia que enseña la iglesia, una moral personal y concreta, social e e histórica. En donde “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296).
Tal como enseñan el Papa Francisco y Juan Pablo II (cf. VS 62) siguiendo este pasaje memorable del Vaticano II: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo. Pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” (GS 16). De ahí que el Papa enseñe esta dignidad, valor y decisión última de la conciencia moral, recta y formada, cuando manifiesta que “estamos llamado a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas” (AL 37).
En esta línea, como se observa, la moral de la iglesia y el Papa Francisco se realiza desde los principios o valores últimos de la caridad y misericordia. Siguiendo por ejemplo a “San Juan Pablo II que proponía la llamada «ley de gradualidad» con la conciencia de que el ser humano «conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento» (FC 34). No es una «gradualidad de la ley», sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley. Porque la ley es también don de Dios que indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social» (FC 9)” (AL 295).
Como se observa, como nos revela el Evangelio de Jesús, es la moral de la caridad y misericordia que acoge e integra al otro con su realidad y sufrimiento, con sus anhelos y esperanzas. La moral del Evangelio e Iglesia sin dejar de enseñar todo lo que "va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan». Por otra parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad»” (AL 291).
Frente al fundamentalismo e integrismo es “la contraposición de las “dos lógicas que recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»” (AL 296).
Más, frente a la familia burguesa e individualista, es un matrimonio y familia que experimenta “la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia”. Con una opción de solidaridad liberadora con los más pobres u oprimidos donde se encuentra presente, como sacramento, Jesús Pobre y Crucificado (cf. AL 183). Se nos manifiesta así todo el esplendor y la belleza del amor real. Con unas personas, matrimonios y familias que van adquiriendo la madurez, el sentido y la felicidad: en el amor, servicio y compromiso, en la militancia por la civilización del amor y la justicia liberadora con los pobres de la tierra; frente todo mal, opresión e injusticia. Demos pues gracias a Dios y al Papa Francisco, sucesor de Pedro, por esta bella, verdadera y espiritual enseñanza sobre la familia que es AL.