Memoria en el 12 de octubre: puentes en Iberoamérica y pensamiento universal
En torno al día 12 de octubre, todavía más, se agudiza todo el debate o disputa acerca de la conocida cuestión del “descubrimiento o conquista” del denominado “nuevo mundo”, el continente americano. En donde suelen oscilar dos posturas o respuesta que, nos parecen, pueden resultar desequilibradas. La primera, muy habitual, hacer un juicio grueso a todos los europeos u occidentales, como fueron los castellanos o españoles y cristianos e iglesia. Tachándolos indiscriminadamente de colonizadores, dominadores y opresores con las poblaciones nativas, sus culturas y vidas. Es lo que se conoce como la “leyenda negra”, en este caso, de España o de estos países que llegaron a tierras americanas; con una sacralización e idealización de dichas tradiciones culturales, o formas de vida indígenas, como las andinas. La segunda, en el otro lado, negar que hubo esta dominación e injusticia con los nativos de aquellas tierras, afirmando de la misma forma que éstas poblaciones eran totalmente perversas, salvajes y corrompidas.
Desde una investigación de las fuentes históricas, como nos muestran hoy estudios sociales y del pensamiento contemporáneo, podemos tratar de comprender toda esta cuestión debatida. Intentando no caer en la ideologización de los hechos o acontecimientos referidos. En primer lugar, ciertamente hubo una conquista o colonización y dominación sobre los nativos, a manos de sectores del poder económico y político; que también trataron de manipular la religión o el cristianismo e iglesia, para legitimar dicha opresión y dominación. Sectores políticos y económicos, con la complicidad u omisión de algunos que se decían cristianos o católicos, impusieron todo un despótico y sangriento régimen. Por ejemplo, la denominada encomienda, donde se explotaba y esclavizaba al indio, en búsqueda del falso dios (ídolo) del oro u otras materias y recursos que fueron esquilmados, con una dominación económica y política.
Entre tantos, así lo afirma Fr. Antonio de Montesinos en su célebre sermón, que se considera como un antecedente y pionero de los derechos humanos. “¿Estos no son hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de la justicia? ¿Estos no tenían sus tierras propias y sus señores y señoríos? ¿Estos hannos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo, no somos obligados a predicársela y trabajar con toda diligencia de convertirlos?... Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes” (Sermón de Fr. Antonio. Santo Domingo, diciembre de 1511.
El también reconocido Fr. Bartolomé de Las Casas, que estaba presente y quedó conmovido ante este sermón, más tarde en su defensa de los indios- de manera más o menos precisa pero cierta-, describiría en forma similar dicha opresión e injusticia. Tal como recoge en su conocida obra “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”. Y es que asimismo otros sectores y grupos de españoles o castellanos, como los de la iglesia y sus diversas órdenes religiosas con sus misioneros, fueron firmes defensores de la vida, dignidad y derechos de los indígenas. Ahí tenemos a los citados Antón de Montesinos, Bartolomé de las Casas y las comunidades domínicas encabezadas por Fr. Pedro de Córdoba y, ya en el Perú, con nombre como San Juan Macías. En inter-relación con la conocida como escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria, Fr. Domingo de Soto y el resto del célebre convento dominico en Salamanca. Una de las cunas del pensamiento y del humanismo, pioneros de los derechos humanos y de la paz, de la justicia social y del derecho internacional.
Comunidades de franciscanos como San Francisco Solano y posteriormente de jesuitas, por ejemplo el canario San José de Anchieta o San Pedro Claver y sus reconocidas reducciones del Paraguay- tal como recogería la conocida película “la misión”-, fueron otros grupos españoles y eclesiales que se distinguiría por esta defensa y promoción integral del indio. Como el también canario Santo hermano Pedro, fundador de la Orden de los Betlemitas. Al igual que todo un grupo de obispos, además de Bartolomé de las Casas, como Vasco Quiroga, Toribio de Mogrovejo, el mártir Antonio de Valdivieso, Fr. Juan de Zumárraga, más tarde San Antonio María Claret, etc. Incluido los Papas Pablo III con su bula "Sublimis Deus" (1537), que prohibía la esclavitud mandando liberar a los indígenas, y Eugenio IV que ya en 1434 dicta otra Bula contra la esclavitud y que, junto al Obispo Calvetos, defendió asimismo a los aborígenes canarios. Tal como lo haría asimismo Fr. Bartolomé de las Casas que además de defender a los canarios, en su proceso de solidaridad y lucha por la justicia con los pueblos nativos, igualmente defendería a los esclavos africanos. Como recoge en otras de sus obras, "Brevísima relación de la destrucción de África", que desmonta cierta leyenda negra que se ha cernido sobre Las Casas.
En esta línea, es cierto que este humanismo ético y cristiano-católico se fecundó con lo más valioso de las culturas nativas que, frente a toda simplificación, tenían realmente valores y aspectos positivos como atestiguaban estos misioneros u otros estudiosos. Más, al mismo tiempo, tenían sus fallos o errores. Es sabido y estudiado que estos pueblos originarios, al lado de lo bueno o verdadero que poseían, tuvieron puntos negros como sacrificios humanos, una sociedad altamente estratificada y machista, etc. Y que todo este humanismo contribuyó a una liberación integral de estas lacras u otras.
Este complejo y fecundo encuentro entre dicho humanismo, español o europeo u occidental e inspirado por la fe cristiana, y las culturas indígenas con su religiosidad o espiritualidades: ha sido un proceso largo en el tiempo; no exento de problemas e incomprensiones mutuas, con sus sombras y luces, a la vez que ha generado toda una cultura humanista, espiritual y liberadora. Lo cual, todo ello, ha aportado mucho y bueno a la historia de América Latina, de la cultura y del mundo en general. Toda esta realidad histórica, cultural e inter-cultural y del pensamiento, que hemos apuntando, ha llegado hasta la época contemporánea. Rebrotando y renovando toda esta fe, espiritualidad, humanismo y pensamiento latinoamericano con testimonios tan significativos como D. Hélder Camara, los mártires R. Grande y Mons. Romero, L. Proaño.., por solo dar unos nombres. Y testigos o pensadores como P. Freire, G. Gutiérrez, Scannone, Ellacuría, Martín-Baró y el resto de jesuitas mártires de la UCA, etc.
En esta espiritualidad y pensamiento latinoamericano, muchos de dichos autores u otros han sido formados en lo más valioso en la cultura, de la filosofía y teología europea con maestros como Unamuno u Ortega y Zubiri, Chenu, Congar, Rahner... Impulsando un humanismo liberador e integral, con una defensa de la vida y dignidad de las personas o de los pueblos, de la paz y la justicia con los pobres. Frente a la desigualdad, injusticia y (como consecuencia) la violencia que ha seguido imperando en América Latina. Un pensamiento, cultura o tradiciones emancipadoras y liberadoras europeas. Ahí está el referente del movimiento obrero y sus movimientos apostólicos o eclesiales, por ejemplo, J. Cardijn con la JOC o E. Merino, G. Rovirosa y T. Malagón en España con la HOAC. El personalismo con Maritain y Mounier u otros humanismos como la teoría crítica, autores y testimonios como L. Milani o S. Weil etc. Y que, con una espiritualidad de encarnación, son pioneros en la opción por los pobres y del método ver-juzgar-actuar. Todo lo cual se ha fecundado con las corrientes latinoamericanas, como las comunidades eclesiales de base y todos estos testigos o pensadores ya mencionados.
De forma que es posible y necesario continuar con todo este diálogo intercultural e inter-religioso, de pensamiento y fe o espiritualidad. Valorando lo verdadero y bueno del otro u otros, con esta filosofía o pensamiento y ética universal, con estos principios y valores humanistas, morales y universales que (en lo más valioso de la modernidad) nos constituyen como humanos. Como son la libertad, la igualdad y fraternidad, la vida y dignidad de la persona que es fin y no medio. Una ética democrática, cosmopolita y global al servicio de la persona como sujeto ciudadano y político del bien común, de la paz y la justicia liberadora con los pobres de la tierra. Contra todo mal, desigualdad e injusticia.
La fraternidad en la pobreza solidaria y equidad con los pobres de la tierra, en comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras con los empobrecidos. Frente a los ídolos del poder y de la riqueza-ser rico, de la guerras y violencias, del individualismo posesivo con la competitividad, el mercado y el capital convertidos en dioses (falsos). Esta razón crítica, moral y humanista con sentimientos y valores e ideales, que libera integralmente en la justicia con las víctimas y los pobres, es capaz de abrirnos al encuentro y comunión con el otro. Buscando, acogiendo y valorando la verdad, la belleza y el bien de los otros, de la realidad y el mundo con el don de la trascendencia, de la espiritualidad y del Dios de la vida, plena y eterna. Tal como nos enseña todo lo anterior la historia, la enseñanza moral y social de la fe e iglesia.