Mons. Romero en Cuenca-Ecuador, sentir con la fe e iglesia liberadora

Por primera vez, unas reliquias del Beato Mons. Romero salen del Salvador para llegar a nuestra Arquidiócesis de Cuenca-Ecuador. Todo un acontecimiento para la fe e iglesia en Ecuador que ha recibido con un profundo respeto, cariño y amor estas reliquias de Mons. Romero, “Profeta y Mártir por la Vida”. Tal como se le ha denominado en esta visita a la iglesia de Cuenca. En la que, asimismo, estará con nosotros el recién nombrado por el Papa Francisco Cardenal Rosa Chávez, íntimo amigo de Mons. Romero. A raíz de dicha visita con los actos que estamos celebrando, en este escrito vamos a tratar de transmitir la memoria, legado y actualidad de Mons. Romero junto con otros testimonios de la iglesia latinoamericana y ecuatoriana. Como el jesuita y mártir salvadoreño R. Grande, íntimo amigo de Mons. Romero que tanto marcó al Arzobispo salvadoreño y que, a su vez, estuvo trabajando en Ecuador junto con Mons. L. Proaño que influyó mucho en la vida y ministerio de este jesuita mártir.

Junto a Mons. Luna Tobar, que fuera Arzobispo de Cuenca y amigo admirador de L. Proaño, Mons. Romero y todos estos testimonios de la fe nos llevan a "sentir con la iglesia" latinoamericana, universal y liberadora. Tal como aparece escrito en el altar principal de la Catedral de Cuenca, junto al rostro de Mons. Romero unido a dichos testigos de la fe que tienen una actualidad profunda en la realidad que vivimos. Con sus problemas, desafíos, restos y anhelos que son de carácter éticos y, por tanto, antropológicos, es decir, una cuestión de humanismo integral. Ya que se han impuesto los ídolos de la técnica, del poder, del mercado y de la riqueza-capital sobre la vida, dignidad y protagonismo de los seres humanos. Las personas deben estar en inter-relación fraterna, solidaria, ecológica y espiritual con la naturaleza, con los otros y con el Otro, con la trascendencia y espiritualidad que se abre al Dios de la vida, de la paz y de la justicia.

Mons. Romero y estos testigos de la fe nos muestran una educación humanista, ética e integral donde se cultive la cultura con los conocimientos, sentimientos, valores y actitudes. Para que las personas sean los sujetos protagonistas del conocer, comprensión y gestión transformadora de la realidad humana social e histórica. La educación debe promover la formación integral de las personas con una cultura humanista, empática, ética y solidaria que promocione el servicio y compromiso por la paz, el desarrollo global y la justicia liberadora con los pobres de la tierra. Una educación de la memoria compasiva con las víctimas de la historia y de todos estos modelos-testimonios de paz, justicia y liberación integral. Sin este cultivo y cultura de la memoria e inteligencia emocional-sentimental, ética y espiritual, las personas y los pueblos se van deshumanizando, van cayendo y perpetuando los mismos errores, males e injusticias del pasado.

Si solo se fomenta el aspecto técnico, la educación se mercantiliza, deshumaniza y pervierte ya que, como hemos indicado, la formación de las personas debe ser integral cultivando todas las dimensiones que constituyen al ser humano. Tales como la cultural, social, política, moral y espiritual para que los seres humanos se hagan cargo de lo real, carguen y se encarguen de la realidad con los problemas, males, desigualdades e injusticias que niegan la vida y dignidad de las personas, de los pueblos y de los pobres. La educación debe cultivar todos estos sentimientos, valores y estilos de vidas compasivos, solidarios y comprometidos que nos van humanizando, desarrollando de forma personal, antropológica, ética, social, espiritual e integral. Es una educación crítica y liberadora que se conecta con los ciudadanos, pueblos y movimientos sociales u organizaciones que buscan ese otro mundo posible. Es decir, una democracia real con una cultura humanizadora y ciudadanía activa, protagonista y autogestionaria de la vida, de la realidad y del mundo. Una mundialización solidaria de la paz con la justicia social, global y ecológica frente a la globalización del capital, competitividad, guerra, violencia y destrucción ecológica.

Como hemos apuntado, el problema y mal de fondo de nuestro actual sistema e ideología económica que domina el mundo, el (neo-) liberalismo con el capitalismo (ya global), es que pervierte la libertad con su individualismo posesivo, relativista e insolidario que niega los valores y principios firmes, universales que nos humanizan. Tanto el capitalismo como esa mala respuesta que se le dio, el comunismo colectivista o colectivismo leninista-stalinista, caen en el materialismo economicista que niega la ética y la espiritualidad con los valores del bien común, fraternidad solidaria y justicia liberadora con los pobres de la tierra. El sistema capitalista y colectivista son ideologías del elitismo burgués e idolátrico que anteponen el partido, estado, mercado y capital sobre la vida, dignidad y protagonismo de las personas, pueblos y de los pobres en su desarrollo y promoción liberadora e integral.

Mons. Romero y estos testimonios de la fe continúan y profundizan toda la tradición, magisterio y doctrina moral-social de la iglesia con los Papas como Francisco, promoviendo la iglesia que quiso Jesús. Esto es, una iglesia fraterna, solidaria y misionera al servicio de la humanidad y de los pueblos. Una iglesia en salida hacia las periferias y pobre con los pobres de la tierra que promueve la fe, la esperanza, el amor, la justicia, la vida y la ecología integral. Ellos anuncian y testimonian al Dios revelado en Jesús de Nazaret, el Cristo Salvador y Liberador, el Dios del amor fraterno y de la vida, de la misericordia, paz y de la justicia. El Dios de los pobres de la tierra, de los oprimidos y víctimas de la historia. Un Dios que quiere nuestra realización, desarrollo, felicidad y vida digna, plena y eterna con la tierra nueva y los cielos nuevos. Nos muestran una iglesia en salida, en diálogo y encuentro fraterno con la razón, ciencia, sociedad, pueblos, culturas y religiones para la civilización del amor, de la paz y justicia liberadora con los pobres.

Mons. Romero y dichos testigos sirvieron a toda la humanidad y a los pueblos con una opción por los pobres. Y es que desde (con) los empobrecidos, oprimidos, excluidos y víctimas de la historia se va realizando el amor fraterno, la fraternidad universal, la vida, la dignidad, los derechos y la justicia liberadora de todo mal, pecado e injusticia. Siguiendo a Jesús Pobre-Crucificado, ellos quisieron una iglesia de la fraternidad solidaria y pobre con los pobres que promueve el desarrollo humano, integral y liberador de todo egoísmo con los ídolos del poder, violencia y de la riqueza-ser rico. Una liberación integral de las idolatrías del poseer, de la propiedad, codicia y tener que se imponen sobre el ser persona fraterna y solidaria. En el camino de la iglesia con sus santos como Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola, Mons. Romero y estos testigos de la fe testimonian esta santidad y espiritualidad de una existencia fraterna y pobre en comunión solidaria de vida, bienes y lucha no violenta por la justicia liberadora con los pobres. Es una mística y ecología integral que acoge el clamor de los pobres y de la tierra, con una vida de comunión, paz, ética del cuidado y justicia con los otros, con los pobres y con nuestra casa común que es el planeta.

Ellos se entregaron para acabar con las lacras, sin razón e inhumanidad de la violencia, guerras y luchas armadas. Nos mostraron que no habrá paz auténtica y consistente si no se van estableciendo las condiciones materiales, sociales e históricas para la justicia, el desarrollo integral y los derechos humanos. Las desigualdades e injusticias sociales-globales son el caldo de cultivo de los conflictos, violencias y guerras que son siempre fruto de esta codicia, tener y poseer que domina, oprime y excluye a los otros, a los pueblos y a los pobres. En ese sentido, junto a la justicia e igualdad impulsaron procesos de reconciliación y perdón entre las víctimas, victimarios y grupos en conflicto. La paz justa con los derechos humamos, reconciliación y perdón es el camino para ir estableciendo una convivencia fraterna. En donde se respete la vida en todas sus fases y dimensiones, desde el inicio con la concepción-fecundación hasta el final de la existencia.

Se promueva el matrimonio y la familia en el amor fiel del hombre con la mujer que se abre a la vida e hijos, a la solidaridad y al compromiso por un mundo mejor. Se impulse la dignidad, libertad y justicia social-global con una ecología integral, interculturalidad y diálogo inter-religioso que va posibilitando el encuentro fraterno de los pueblos. Con los valores y principios del destino universal de los bienes, la equidad en la distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. El trabajo, la dignidad del trabajador con sus derechos como es un salario justo, que está primero que el capital, que el beneficio y la ganancia. Por todo este legado que nos transmitieron, damos gracias a Dios, a Mons. Romero, L. Proaño, Luna Tobar y R. Grande. Una acción de gracias que nos lleve a proseguir todo este testimonio e iglesia profética, mártir y liberadora de la vida, perseguida por el Reino de Dios y su justicia, frente a todos los poderes del mal e injusticia.
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