La experiencia espiritual y social de los santos, hacia la vida plena
Es muy lamentable que por costumbres impuestas, por la globalización mercantilista y consumista, la bella fiesta de los santos haya quedado en segundo plano y desfigurada por fiestas neopaganas como Halloween. Los santos son testimonios de una experiencia profunda de humanización y de espiritualidad, moral y social en el amor fraterno, paz y justicia liberadora con los pobres: que tiene mucho y bueno que aportarnos, tanto a creyentes como a no creyentes. Es evidente que la raíz de esta vida de santidad es la experiencia espiritual y mística, trascendente que se abre al sentido, profundidad y misterio de la existencia, de la vida en abundancia, plena y eterna. Es acoger el don de la vida y del amor que se nos regala y que nos trasciende, que nos abre al deseo y experiencia profunda de realización y plenitud, de encuentro con el Otro y los otros. Es la sed y hambre de trascendencia y eternidad como es el amor más verdadero, la vida más lograda. Este don que acogemos con confianza y esperanza suscita la fe, la adhesión firme e incondicional a este amor y vida, al Otro y a los otros, a la vida plena y eterna. Lo que se va revelando en el Misterio de lo Trascendente y Divino, Dios mismo. Ya que la realidad de Dios, creemos, es la que nos enraíza, religa y trasciende de forma más segura, honda y plena al amor, a la dignidad y a la justicia liberadora con los otros, a la vida fecunda, eterna.
La fe cristiana y católica ha encontrado esta vida y amor, que realiza la santidad, en el Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret, el Dios encarnado en la vida y realidad humana, social e histórica. Es el Dios de la vida y del amor, del perdón y de la reconciliación, de la paz y de la justicia con los pobres de la tierra. Jesús que con su encarnación, vida y pascua nos revela al Dios Pobre y Crucificado-Resucitado en la entrega de la vida y amor por el reino de la fraternidad, paz y justicia con los pobres que nos salva y libera de todo pecado, mal e injusticia; que nos regala así la vida plena, eterna. Así lo han experimentado los santos con su vida, que acogen la Palabra y Verbo de Dios encarnado en Jesús, con su Buena Noticia (Evangelio) de este Reino de amor y justicia con los pobres que salva, libera y da vida.
Tal como se nos revela en la Sagrada Escritura, en los Evangelios y en el resto de la Biblia. La existencia de los santos ha sido una constante meditación y contemplación, en el Espíritu, de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura y del Evangelio: que se hace oración, dialogo y encuentro con Dios en Jesús; que se celebra en la liturgia y los sacramentos, símbolos del Don (Gracia), de la entrega y Pascua salvadora-liberadora en Cristo Crucificado-Resucitado por el Reino y su justicia; que sirve y se compromete en la lucha por la fraternidad solidaria, la paz y la justicia con los pobres en el mundo e historia, frente a todo mal e injusticia; y que se vive en comunidad, en la comunión eclesial, en la iglesia del Reino que Jesús quiso, iglesia pobre y con los pobres.
Toda esta vida espiritual y teologal- en la fe, esperanza y amor-, en el compromiso moral y social, es la que ha dado y da más sentido y realización a todos los santos, a todos los creyentes y no creyentes que están llamados a esta santidad. Una vida caracterizada por la alegría y la felicidad, por la pasión y amor a Dios, a los seres humanos y a la creación, por la lucha por la paz y la justicia con los pobres de la tierra. Los santos siempre han tenido claro que la vida espiritual y cristiana se realiza en la pobreza, humildad y entrega que comparte y se da con los otros; frente al egoísmo, contra los ídolos del poder y la riqueza, del ser rico que es inhumano, inmoral y anti-evangélico. Es una vida libre y liberadora, que nos salva de todos estos falsos dioses que esclavizan y oprimen, para el servicio, amor y compromiso por la paz fraterna y la justicia con los pobres; frente a cualquier realidad, estructura o sistema de pecado, de mal injusticia que se anteponen a Dios oprimiendo, explotando y excluyendo a los seres humanos. Los santos han vivido esta espiritualidad de encarnación en lo humano, social e histórico, de pobreza solidaria y justicia liberadora con los pobres: ya que el camino seguido por el mismo Dios, que se ha Encarnado en la Humanidad de Jesús para humanizarnos realmente y divinizarnos; para salvarnos y liberarnos en este amor, paz y justicia con los pobres. Un camino de santidad que posibilita el que los pueblos y los pobres sean sujetos y protagonistas de la vida y de la realidad, de las luchas liberadoras por la fraternidad, la paz y la justicia en el mundo. Contra todo paternalismo y asistencialismo, frente todo elitismo.
Esta espiritualidad de la encarnación, profética y liberadora ha supuesto pues, en la realidad social e histórica, toda una revolución y alternativa a los diversos imperialismos que con su poder, dominación e injusticia han asolado la historia. Las primeras formas de vida religiosa con el monacato y con los Padres de la iglesia, con los mártires y santos, en la edad antigua, hicieron frente y contribuyeron decisivamente a la caída del imperio romano. Testimonios de santidad y compromiso social como S. Juan Crisóstomo o los Padres Capadocios, S. Ambrosio, S. Agustín o S. Jerónimo. Las ordenes mendicantes con sus fundadores como S. Juan de Mata, S. Domingo de Guzmán o S. Francisco de Asís, con maestros como S. Antonio de Padua, S. Buenaventura o S. Tomás de Aquino suponen toda una transformación y alternativa al sistema feudal que terminará cayendo. En este paso de la Edad Media a la Moderna, empieza a emerger las semillas del primer capitalismo, de tipo comercial, simbolizado primero en Pedro Bernardone, padre de Francisco de Asís, y después en los conquistadores del continente americano, con sus ansias economicistas y mercantilistas, de oro y ganancia. Estos fundadores y maestros de las órdenes mendicantes con sus continuadores como Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca. Con Bartolomé de Las Casas, el mártir Antonio de Valdivieso, S. Pedro Claver…. Con la reforma de la vida religiosa y siglo de oro español, con santos como S. Ignacio de Loyola, S. Juan de la Cruz, S. Teresa de Ávila, S. Juan de Ávila, etc. se opusieron a todos estos ídolos de la riqueza y del poder, que se encarnaban ahora en el naciente capitalismo de tipo comercial.
En este tránsito hacia la edad moderna, primero con el capitalismo comercial y después con el industrial, con la llamada cuestión social, con la injusticia a manos del capitalismo que sufren los habitantes del campo y las ciudades en forma de pobreza y miseria, de falta de educación, cultura, sanidad, vivienda…van surgiendo una serie de santos y nuevas congregaciones religiosas como S. Juan de Dios y S. Camilo de Lelis, S. José de Calasanz y S. Juan Bautista de La Salle, S. Vicente de Paul, S. Alfonso María de Ligorio o un poco más tarde S. Juan Bosco. Estos santos y muchos más que se podría citar, pusieron las bases de lo que hoy se conoce como el estado social de derecho-s. Con el desarrollo humano e integral, con la justicia social con los pobres, en la gratuidad, universalidad y calidad de la educación, sanidad, vivienda, empleo digno u otros derechos sociales de los que fueron pioneros, con su santidad y acción social, dichos testigos de la fe. Y es que no se entiende todos estos avances y derechos sociales y al mismo movimiento obrero, que pone en jaque al capitalismo industrial, sin toda esta aportación de la fe cristiana, con su acción solidaria y social. Ahí están como continuadores y profundizadores de este compromiso solidario, social y lucha por la justicia, con los obreros y pobres, testigos como el Obispo Kettler, F. Ozanam, Unamuno y Chesteston, Peguy y Milani, el personalismo de inspiración católica con Maritarin, Mounier, Rovirosa o el mismo I. Ellacuría, la JOC con Cardijn, la HOAC en España con el mismo Rovirosa, E. Merino o T. Malagón. Toda una oposición y alternativa profética a los sistemas modernos que oprimen y causan injusticia como el liberalismo capitalista. El capitalismo: con su dictadura del capital, a la que se le antepone la dignidad del trabajador, de la persona con sus necesidades y dimensiones; con su idolatría del tener y consumir, de la riqueza a la que le opone la cultura de la solidaridad, de la pobreza que comparte y se hace lucha liberadora con los pobres de la tierra. Si al capitalismo se le opone la justicia, igualdad y solidaridad, a esa mala respuesta contra el capitalismo, injusticia primera, que fue el comunismo colectivista o colectivismo de tipo leninista-stalinista se le antepone la libertad, la co-gestión democrática.
Este imperialismo del capital se expande por todo el mundo, generando el tercer Mundo o sur empobrecido con las lacras del hambre y del subdesarrollo por la injusticia del empobrecimiento, a lo que hace frente esta iglesia del Sur. Con sus comunidades eclesiales de bases, con testimonios como D. Helder Cámara, el mártir Mons. Romero o el Card. Arns, los mártires jesuitas R. Grande, L. Espinal, el mismo Ellacuría y el resto de jesuitas mártires de la UCA, etc. En una espiritualidad y teología de la vida y liberadora con los pueblos crucificados por la injusticia y la muerte por opresión social, con una civilización del trabajo y de la pobreza solidaria frente a la del capital y de la riqueza. Algunos de estos testimonios mencionados, como Rovirosa o Mons. Romero, están en proceso de beatificación, y en todos ellos resplandecen el testimonio de una santidad personal, social y política que lucha por el bien común, los derechos humanos y la paz. Lo que se ha fecundado con la vida de la iglesia y su compromiso por los pobres, con la doctrina social de la iglesia enseñada y encarnada en Papas Santos como Juan XXIII, Juan Pablo II y el recientemente beatificado Pablo VI. En testimonios de la fe y morales como Benedicto XVI o el Papa Francisco que está manifestando, testimoniando y profundizando toda esta vida de santidad de la iglesia, de todos estos santos. Los cuales no eran mejores que nosotros, sino que se tomaron en serio la fe, el amor y la esperanza, de forma coherente y profunda.
La fe cristiana y católica ha encontrado esta vida y amor, que realiza la santidad, en el Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret, el Dios encarnado en la vida y realidad humana, social e histórica. Es el Dios de la vida y del amor, del perdón y de la reconciliación, de la paz y de la justicia con los pobres de la tierra. Jesús que con su encarnación, vida y pascua nos revela al Dios Pobre y Crucificado-Resucitado en la entrega de la vida y amor por el reino de la fraternidad, paz y justicia con los pobres que nos salva y libera de todo pecado, mal e injusticia; que nos regala así la vida plena, eterna. Así lo han experimentado los santos con su vida, que acogen la Palabra y Verbo de Dios encarnado en Jesús, con su Buena Noticia (Evangelio) de este Reino de amor y justicia con los pobres que salva, libera y da vida.
Tal como se nos revela en la Sagrada Escritura, en los Evangelios y en el resto de la Biblia. La existencia de los santos ha sido una constante meditación y contemplación, en el Espíritu, de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura y del Evangelio: que se hace oración, dialogo y encuentro con Dios en Jesús; que se celebra en la liturgia y los sacramentos, símbolos del Don (Gracia), de la entrega y Pascua salvadora-liberadora en Cristo Crucificado-Resucitado por el Reino y su justicia; que sirve y se compromete en la lucha por la fraternidad solidaria, la paz y la justicia con los pobres en el mundo e historia, frente a todo mal e injusticia; y que se vive en comunidad, en la comunión eclesial, en la iglesia del Reino que Jesús quiso, iglesia pobre y con los pobres.
Toda esta vida espiritual y teologal- en la fe, esperanza y amor-, en el compromiso moral y social, es la que ha dado y da más sentido y realización a todos los santos, a todos los creyentes y no creyentes que están llamados a esta santidad. Una vida caracterizada por la alegría y la felicidad, por la pasión y amor a Dios, a los seres humanos y a la creación, por la lucha por la paz y la justicia con los pobres de la tierra. Los santos siempre han tenido claro que la vida espiritual y cristiana se realiza en la pobreza, humildad y entrega que comparte y se da con los otros; frente al egoísmo, contra los ídolos del poder y la riqueza, del ser rico que es inhumano, inmoral y anti-evangélico. Es una vida libre y liberadora, que nos salva de todos estos falsos dioses que esclavizan y oprimen, para el servicio, amor y compromiso por la paz fraterna y la justicia con los pobres; frente a cualquier realidad, estructura o sistema de pecado, de mal injusticia que se anteponen a Dios oprimiendo, explotando y excluyendo a los seres humanos. Los santos han vivido esta espiritualidad de encarnación en lo humano, social e histórico, de pobreza solidaria y justicia liberadora con los pobres: ya que el camino seguido por el mismo Dios, que se ha Encarnado en la Humanidad de Jesús para humanizarnos realmente y divinizarnos; para salvarnos y liberarnos en este amor, paz y justicia con los pobres. Un camino de santidad que posibilita el que los pueblos y los pobres sean sujetos y protagonistas de la vida y de la realidad, de las luchas liberadoras por la fraternidad, la paz y la justicia en el mundo. Contra todo paternalismo y asistencialismo, frente todo elitismo.
Esta espiritualidad de la encarnación, profética y liberadora ha supuesto pues, en la realidad social e histórica, toda una revolución y alternativa a los diversos imperialismos que con su poder, dominación e injusticia han asolado la historia. Las primeras formas de vida religiosa con el monacato y con los Padres de la iglesia, con los mártires y santos, en la edad antigua, hicieron frente y contribuyeron decisivamente a la caída del imperio romano. Testimonios de santidad y compromiso social como S. Juan Crisóstomo o los Padres Capadocios, S. Ambrosio, S. Agustín o S. Jerónimo. Las ordenes mendicantes con sus fundadores como S. Juan de Mata, S. Domingo de Guzmán o S. Francisco de Asís, con maestros como S. Antonio de Padua, S. Buenaventura o S. Tomás de Aquino suponen toda una transformación y alternativa al sistema feudal que terminará cayendo. En este paso de la Edad Media a la Moderna, empieza a emerger las semillas del primer capitalismo, de tipo comercial, simbolizado primero en Pedro Bernardone, padre de Francisco de Asís, y después en los conquistadores del continente americano, con sus ansias economicistas y mercantilistas, de oro y ganancia. Estos fundadores y maestros de las órdenes mendicantes con sus continuadores como Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca. Con Bartolomé de Las Casas, el mártir Antonio de Valdivieso, S. Pedro Claver…. Con la reforma de la vida religiosa y siglo de oro español, con santos como S. Ignacio de Loyola, S. Juan de la Cruz, S. Teresa de Ávila, S. Juan de Ávila, etc. se opusieron a todos estos ídolos de la riqueza y del poder, que se encarnaban ahora en el naciente capitalismo de tipo comercial.
En este tránsito hacia la edad moderna, primero con el capitalismo comercial y después con el industrial, con la llamada cuestión social, con la injusticia a manos del capitalismo que sufren los habitantes del campo y las ciudades en forma de pobreza y miseria, de falta de educación, cultura, sanidad, vivienda…van surgiendo una serie de santos y nuevas congregaciones religiosas como S. Juan de Dios y S. Camilo de Lelis, S. José de Calasanz y S. Juan Bautista de La Salle, S. Vicente de Paul, S. Alfonso María de Ligorio o un poco más tarde S. Juan Bosco. Estos santos y muchos más que se podría citar, pusieron las bases de lo que hoy se conoce como el estado social de derecho-s. Con el desarrollo humano e integral, con la justicia social con los pobres, en la gratuidad, universalidad y calidad de la educación, sanidad, vivienda, empleo digno u otros derechos sociales de los que fueron pioneros, con su santidad y acción social, dichos testigos de la fe. Y es que no se entiende todos estos avances y derechos sociales y al mismo movimiento obrero, que pone en jaque al capitalismo industrial, sin toda esta aportación de la fe cristiana, con su acción solidaria y social. Ahí están como continuadores y profundizadores de este compromiso solidario, social y lucha por la justicia, con los obreros y pobres, testigos como el Obispo Kettler, F. Ozanam, Unamuno y Chesteston, Peguy y Milani, el personalismo de inspiración católica con Maritarin, Mounier, Rovirosa o el mismo I. Ellacuría, la JOC con Cardijn, la HOAC en España con el mismo Rovirosa, E. Merino o T. Malagón. Toda una oposición y alternativa profética a los sistemas modernos que oprimen y causan injusticia como el liberalismo capitalista. El capitalismo: con su dictadura del capital, a la que se le antepone la dignidad del trabajador, de la persona con sus necesidades y dimensiones; con su idolatría del tener y consumir, de la riqueza a la que le opone la cultura de la solidaridad, de la pobreza que comparte y se hace lucha liberadora con los pobres de la tierra. Si al capitalismo se le opone la justicia, igualdad y solidaridad, a esa mala respuesta contra el capitalismo, injusticia primera, que fue el comunismo colectivista o colectivismo de tipo leninista-stalinista se le antepone la libertad, la co-gestión democrática.
Este imperialismo del capital se expande por todo el mundo, generando el tercer Mundo o sur empobrecido con las lacras del hambre y del subdesarrollo por la injusticia del empobrecimiento, a lo que hace frente esta iglesia del Sur. Con sus comunidades eclesiales de bases, con testimonios como D. Helder Cámara, el mártir Mons. Romero o el Card. Arns, los mártires jesuitas R. Grande, L. Espinal, el mismo Ellacuría y el resto de jesuitas mártires de la UCA, etc. En una espiritualidad y teología de la vida y liberadora con los pueblos crucificados por la injusticia y la muerte por opresión social, con una civilización del trabajo y de la pobreza solidaria frente a la del capital y de la riqueza. Algunos de estos testimonios mencionados, como Rovirosa o Mons. Romero, están en proceso de beatificación, y en todos ellos resplandecen el testimonio de una santidad personal, social y política que lucha por el bien común, los derechos humanos y la paz. Lo que se ha fecundado con la vida de la iglesia y su compromiso por los pobres, con la doctrina social de la iglesia enseñada y encarnada en Papas Santos como Juan XXIII, Juan Pablo II y el recientemente beatificado Pablo VI. En testimonios de la fe y morales como Benedicto XVI o el Papa Francisco que está manifestando, testimoniando y profundizando toda esta vida de santidad de la iglesia, de todos estos santos. Los cuales no eran mejores que nosotros, sino que se tomaron en serio la fe, el amor y la esperanza, de forma coherente y profunda.