Aflicción en Jerusalén

¡Feliz viernes! Espero que esta semana laboral que ahora termina haya estado llena de buenas cosas y también de buena música. Buena es la composición de hoy, que nos ofrece un gran maestro que convirtió en oro todo lo que tocó... o, mejor, todo lo que compuso. Una vez más, nos va a dar muestras de su maestría con una composición suya que para nada es conocida pero que debería serlo porque es una maravilla. Una oportunidad más para salir de lo siempre escuchado.
Hoy nos visita Antonio Vivaldi (1678-1741), compositor italiano nacido en Venecia. Una de las cosas que más impresiona de su biografía es que era sacerdote porque celebró pocas misas. Estaba eximido de ello debido a que tenía problemas respiratorios y ello le impedía permanecer de pie y hablar durante tiempo. Pero no le impidió dedicarse a lo que era su pasión: la música. Compuso de forma prolífica (muy prolífica), era un pedagogo nato y también un violinista de un gran virtuosismo y uno de los más reputados de su tiempo. De hecho, su padre era violinista y fue de él de quien aprendió a tocar su instrumento. Vivaldi tuvo oportunidad también de aprender con los mejores maestros que había disponibles en Venecia. Sus últimos años de vida fueron difíciles por cuestiones económicas y porque su música se había pasado algo de moda. Marchó a Viena para trabajar en la corte imperial. Allí murió un 28 de julio (curiosamente Bach moriría también un 28 de julio pero nueve años más tarde), en la indigencia, siendo enterrado en una fosa común y sin que se interpretase música alguna en su funeral.

La partitura de la pieza puedes descargarla aquí.
La interpretación es de Gérard Lesne (alto) junto con Il Seminario musicale.