La burguesía no ve a los pobres ni sentada encima de ellos Cerca, muy cerca, en tu ciudad, en tu barrio, a tu lado
Nataly, con sus 23 añitos y sus dos hijos cuidados por la abuela, empieza a trabajar de interna en una casa, con cofia y uniforme. Llora detrás de las puertas, echa de menos a sus hijos y a sus padres
| Nuría Sánchez
Nataly es de Ecuador, lleva en España casi 20 años, salió de su país siendo una cría, pero una cría con dos hijos pequeños. Se vino para conseguir pagar una deuda, una deuda generada por su madre, que como ella, siempre tuvo buen corazón.
El hijo de una amiga de la madre quería probar suerte en Estados Unidos, sabía que tenía que cruzar medio continente, que el viaje era peligroso, que necesitaba dinero, pero estaba convencido de que conseguiría llegar a Estados Unidos, encontraría un trabajo, devolvería el dinero… Y la madre de Nataly avaló al muchacho con un terreno que ella tenía.
Aquel chico vio su sueño roto, no llegó jamás a América, de hecho no se sabe ni dónde se quedó, la mamá no volvió a tener noticias de su hijo, que ya forma parte del grupo de los miles de desaparecidos y devorados no se sabe exactamente ni dónde ni por quién, en algún lugar entre su ciudad natal y América del Norte.
Un joven perdió la vida, una madre a su hijo, y otra madre por no perder los terrenos avalados que iban a hacer posible el sueño americano, empujó a su hija a emigrar a España.
Este es el principio de la historia de migración. Nataly, con sus 23 añitos y sus dos hijos cuidados por la abuela, empieza a trabajar de interna en una casa, con cofia y uniforme. Llora detrás de las puertas, echa de menos a sus hijos y a sus padres. Al mes prefiere la dureza del campo que las pequeñas humillaciones cotidianas de los “señores”. Y así se dedicó a recoger fruta en Murcia, donde conoció el calor infernal de los invernaderos, el cansancio físico, la amistad y solidaridad entre compañeros y al hombre que es hoy su marido.
Tras años de vivir sin los propios hijos, consiguen la reagrupación familiar, y experimentan la dificultad de convivir con adolescentes, que a pesar de ser los propios hijos, son prácticamente desconocidos. Los hijos echan en cara a la madre tanto que les abandonase la primera vez, como que ahora quiera tenerles cerca, con el desarraigo que supone para los muchachos romper ahora con los abuelos y con todo su ambiente. A todo esto se suma las dificultades de adaptarte a una sociedad y una cultura que no son las suyas, mas las dificultades propias de la adolescencia, mas aceptar que su madre ahora está con otra persona, y ha tenido con él otros hijos…
Con el paso de los años y por si esto fuese poco, llega la conciencia de que los padres, allá en Ecuador, se van volviendo mayores. Cada enfermedad, cada problema, se vuelve casi insoportable, sabiendo que entre los padres y su única hija hay miles de kilómetros de distancia, y que si pasa algo ni estarás, ni podrás estar para ayudar, o consolar, o acompañar…
Y junto a los problemas casi permanentes la conciencia de que ante las dificultades de unos y otros hay que ayudar. Así un día recogen fondos para repatriar el cuerpo de un amigo difunto, otro para ayudar económicamente a la mamá de un niño que está enfermo y necesita pagar casi todo… Rifando bicicletas, vendiendo empanadas, café y cerveza en las canchas, pasando la hucha tras hablar por el megáfono explicando la situación de necesidad en cuestión mientras los compatriotas juegan al volley…
Sin dejar nunca la posibilidad de avanzar, tras años volviendo a estudiar, haciendo formación cuando se puede, montando un grupo de costura, participando en grupos de oración, montando un negocio aunque fracase… En definitiva, tirando palante, poniendo buena cara al mal tiempo, pidiendo siempre ayuda a Dios, intentando estar a la altura de las circunstancias en todos los frentes que tiene abiertos.
Viviendo la vida de inmigrante, de madre cristiana y luchadora, abuela, esposa, estudiante, trabajadora… Aquí cerca, muy cerca, en tu ciudad, en tu barrio, a tu lado.