La quijotada de los galeotes (reed. 2016)

Entre sorprendidos por lo que pasa y temerosos por lo que puede pasar, dos sentimientos que experimentaremos igualmente durante la aventura de los leones, asistimos a una auténtica quijotada: «don Quijote, interpretando elementalmente uno de los fines de la caballería medieval (dar libertad al forzado o esclavizado), liberta a los galeotes, aunque ello suponga el olvido de los principios de justicia y de castigo de los malhechores que constituían una de las misiones del caballero», (MdeRiquer).

→ La reacción de los galeotes, ingratos con don Quijote, nos muestra que ha habido desquiciamiento de la justicia con apariencia de caridad, exactamente lo que desde entonces se llama una quijotada por contraposición con una buena obra. ←

La quijotada no es ni mucho menos un gesto irracional. Todo lo contrario: en un ser tan razonante como don Quijote, este acto, tan grave por sus consecuencias sociales directas e indirectas, obedece a una doctrina. Justamente su intrépida y temeraria liberación de los galeotes le da la ocasión al caballero andante para exponer su doctrina quijotesca sobre la justicia con los delincuentes:

1) no hay razón de forzarlos;
2) son seres libres;
3) el encargado de guardarlos no tiene razón de hacerlo;
4) la justicia hay que confiarla a Dios, con lo cual ningún hombre será verdugo de otro hombre:

«que no faltarán otros que sirvan al Rey en mejores ocasiones; porque me parece duro hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas -añadió Don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello.»

El Q.I.22.66.

→ El problema con esta doctrina es que quien la practica resulta automáticamente su víctima, como les pasa a don Quijote y Sancho, que son directamente apedreados y robados por quienes acaban de liberar, y perseguidos por la Santa Hermandad como enemigos del orden público. ←

En el Guzmán de Alfarache hay una narración que tiene por tema el traslado de galeotes entre ciudades, práctica sobre la cual se apoya esta aventura del Quijote. La narración es particularmente interesante por su punto de vista, ya que está hecha en primera persona por uno de los interesados, aunque éste se haya valido de la mediación de un autor.

Conviene recordar que este autor, Mateo Alemán (bautizado el 28 de septiembre de 1547; muerto en ¿1614?), cuya vida presenta sorprendentes paralelismos con la de Cervantes (nacido el 28 de septiembre de 1547; muerto en 1616), penetra en la complejidad de los hechos relatados como pocas personas de su época, ya que no se limita a darnos el sentimiento del narrador protagonista, sino que hace pasar por el crisol de su sensibilidad la constelación completa de las actitudes de toda la sociedad comprometida en los hechos penitenciarios:

«Un lunes de mañana nos mandaron subir arriba y, dando a cada uno el testimonio de su sentencia, nos fueron aherrojando y, puestos en cuatro cadenas, nos entregaron a un Comisario que nos llevase nuestro poco a poco, un rato a pie y otro paseándonos. Desta manera salimos de Sevilla con harto sentimiento de las izas, que se iban mesando por la calle, arañándose las caras, por su respeto cada una. Y ellos los sombreros bajos encima de los ojos, iban como corderos mansos y humildes, no con aquella braveza de leones fieros que solían, porque no les valía hacerlos.

No puedo negar haberlo sentido mucho, acordándome de tanto tiempo bueno como por mí pasó y cuán mal supe ganarlo. Vínome a la memoria: Si esto se padece aquí, si tanto atormenta esta cadena, si así siento aqueste trabajo, si esto pasa en el madero verde, ¿qué hará el seco? ¿Qué sentirán los condenados a eternidad en perpetua pena?»

En esta consideración pasé las calles de Sevilla, porque ni mi madre me acompañó ni quiso verme y solo fui, solo entre todos. Caminábamos a espacio, según podíamos, y era harto poco. Porque, cuando yo iba libre, quería detenerse mi compañero a lo que le hacía necesario. El otro iba cojo de llevar el pie descalzo y todos los más muy fatigados. Éramos hombres y como tales en sentir ninguno se nos aventajaba. ¡Oh condición miserable nuestra y a cuántos varios y miserables casos estamos obligados!

Llegamos a las Cabezas y al salir dellas una mañana, ya que tendríamos andado poco más de media legua, devisó uno de nosotros a un mozuelo que venía hacia el pueblo con una manada de lechoncillos de cría y, pasando la palabra de unos en otros, nos pusimos en ala, como si fueran las galeras del Turco, y, hecho de todos una media luna, les acometimos de tal orden, que cerrando los cuernos delanteros nos quedaron en medio y a bien librar del mozuelo, venimos a salir a lechón por hombre. § Bien que dio gritos, haciendo exclamaciones, pidiéndolo a el Comisario que por un solo Dios nos lo mandase volver; mas él se hizo sordo, como quien había de ser el mejor librado, y nosotros pasamos adelante con la presa.

Cuando a la venta llegamos a sestear, quisiera el Comisario que partiéramos del hurto con él, que, pues había sido consentidor, tenía la misma parte que cualquier agresor. Mandó le asasen uno y sobre cuál había de dar el suyo se levantaba un alboroto de la maldición. Porque no había en todos nosotros tres que tuviesen uso de razón. Cuando vi el motín y que pudiera justamente hacerme a mí más cargo, por de más entendimiento, dije: «Señor comisario, aquí tiene vuestra merced el mío a su servicio. Si gustare dello, pues hay harta gente de guarda, mande vuestra merced que me deshierren, que yo lo aderezaré de mi mano, que aún reliquias me quedaron de tiempo de un buen cocinero. Agradecióme mucho el cumplimiento y dijo: «Verdaderamente, después que vienes a mi cargo, he reconocido en ti cierta nobleza, que debe proceder de alguna buena sangre. Yo te agradezco el presente y holgaré comerlo como lo tienes ofrecido.» Sacóme de la cadena y, encomendándome a las guardas, pedí el recabdo que fue necesario y, según el malo que allí había, no pude más sazonarlo bien de asado con sus huevos batidos y sal.»

Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, vol. II, p. 295-297.

El imitador Avellaneda parodia torpemente el final de la aventura de los galeotes haciendo que Sancho ordene a un labrador que, aunque no sea un gigante, vaya a presentarse a su mujer con una cadena al cuello:

«si tienes por ahí a mano o en la faltriquera alguna gruesa cadena de hierro, póntela al cuello para que parezcas a Ginesillo de Pasamonte y a los demás galeotes que envió mi señor Desamorado cuando Dios quiso fuese el de la Triste Figura, a Dulcinea del Toboso»

DQA, 14 § 25, GªS, p. 202.

-oOo-

Fuente del texto: Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid. Este artículo apareció en 2005.


Fuente de la imagen: Salvador García Bardón, QGDSGB.I.022.B, en El Quijote ilustrado por G. Doré. Los textos ilustrados y su contexto textual.

Capítulo vigésimo segundo.—De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir.


14. Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa.

15. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera.

16. —¿Por eso no más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.

17. —No son los amores como los que vuestra merced piensa—dijo el galeote—; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento; concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precisos de gurapas, y acabóse la obra.
...
44. Tras todos éstos, venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o pie de amigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquél solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.

45. —¿Qué delitos puede tener—dijo don Quijote—, si no han merecido más pena que echalle a las galeras?

46. —Va por diez años—replicó la guarda—, que es como muerte cevil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.

47. —Señor comisario—dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia y no Parapilla, como voacé dice, y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco.

48. —Hable con menos tono—replicó el comisario—, señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese.

49. —Bien parece—respondió el galeote—que va el hombre como Dios es servido; pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.

50. —Pues ¿no te llaman ansí, embustero?—dijo la guarda.

51. —Sí llaman—respondió Ginés—; mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios; que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.

52. —Dice verdad—dijo el comisario—; que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel, en docientos reales.

53. —Y le pienso quitar—dijo Ginés—si quedara en docientos ducados.

54. —¿Tan bueno es?—dijo don Quijote.

55. —Es tan bueno—respondió Ginés—, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas, que no pueden haber mentiras que se le igualen.

56. —¿Y cómo se intitula el libro?—preguntó don Quijote.

57. —La vida de Ginés de Pasamonte —respondió él mismo.
58. —¿Y está acabado?—preguntó don Quijote.

59. —¿Cómo puede estar acabado—respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.
...
73. Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:

74. —De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura.

75. Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:

76. —Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena, y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo.

77. —Pues ¡voto a tal! —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas.

78. Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote, que no le acertasen no se cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza, y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.

79. Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote; el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.

El Q. I.22.14-79.

Aventura de los Galeotes.

" Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa."

El Q. I.22.14.

[Tome I. Première partie. Pl. en reg. p. 200 : Don Quichotte interroge les forçats sur les raisons de leurs condamnations.] Don Quichotte continuant son interrogatoire, demanda au suivant quel était son crime.
Volver arriba