“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.” (Sal 102, 1-2)
Con la palabra “bendición” se expresa el deseo que muchos fieles manifiestan, cuando se encuentran con un sacerdote, a quien le piden el gesto sagrado de la bendición, sobre todo los fieles de Sudamérica. También se puede interpretar la misma expresión como acción creyente y piadosa con la que se manifiesta agradecimiento a Dios. Así lo expresa Zacarías: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1, 68).
El salmista se expresa de forma orante: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca” (Sal 33, 2). Jesús expresa esta relación con su Padre Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26). Isabel ante la visita de María, exclama: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42).
El evangelio pone en labios de Jesús la enseñanza: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian” (Lc 6, 2-28). San Pablo se hace eco de esta enseñanza: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis” (Rom 12, 14).
Bendice al Señor, pide su bendición, pídela para quienes tienen necesidad.