«¡Amén! Aleluya». Y salió una voz del trono que decía: «Alabad a nuestro Dios sus siervos todos, los que lo teméis, pequeños y grandes». (Ap 19, 4-5)
“El modelo de la oración en estado puro: Es la alabanza espontánea y libre a Dios” (G. F. Ravasi). Surge del agradecimiento, al reconocer la acción providente del Señor. “Bendigo al Señor en todo momento, | su alabanza está siempre en mi boca” (Sal 33, 2). “Cantad al Señor un cántico nuevo, | resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, | los hijos de Sión por su Rey” (Sal 149, 1-2).
Los contemplativos tienen el don y la llamada de convertirse en alabanza a Dios, en nombre de toda la humanidad. Al comienzo del canto de las Horas, se reza: “Señor, ábreme los labios”, y se responde “y mi boca proclamará tu alabanza”. “Puesto ya en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y dejar los pasatiempos del mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos” (San Teresa, V 11, 12).
Aunque es legítima la oración de súplica y hasta la imprecación, convertir todo en motivo de alabanza es un testimonio de quienes se fían de Dios y con la certeza creyente, se anticipan a bendecirlo en los momentos recios, seguros de que nada sucede para mal.
Atrévete a bendecir y a alabar a Dios en momentos difíciles.