“La mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí” (Gen 3, 6-10).
“La comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad» (Ex 16, 2-3).
Este domingo, el desierto recobra un primer plano. Como fruto de la desobediencia de Adán, el jardín se convirtió en estepa. La tentación del halago y desobediencia sacudieron el plan divino, tierra de cardos y abrojos. La desobediencia de Adán, provocó el yermo.
En la cuarentena, Jesús supera la tentación sensual, de poder y de tener, y por su obediencia, en el páramo vuelve a ser visitado por los ángeles, que le sirven como al nuevo Adán.
Jesús se convierte en el nuevo Moisés. Si este tuvo que soportar la revuelta del pueblo y consiguió de Dios la respuesta del maná y de las codornices, Jesús nos da en el pan partido su propia carne.
¿Eres víctima de las contrariedades de la vida, o sabes sobreponerte y superas la tentación de desánimo?