“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».” (Mt 11, 28-30)
El profeta había anunciado: “El Señor es un Dios eterno. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto. Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Isa 40, 28-31). Jesús nos invita a un lugar apacible, para descansar un poco.
Ante la depresión religiosa y la estadística que arroja la evidencia de las iglesias semivacías, cabría imaginar una pastoral de choque, agresiva, técnica, y sin embargo, Armando Mateo se inclina por ofrecer ternura, comprensión. El modelo que propone es el de Jesús, la mansedumbre hecha carne. Relaciona la mansedumbre con la madurez, y esa madurez es una invitación a salir de uno mismo. Es ejercer la misericordia y la ternura como Jesús, que se conmueve ante la viuda de Naím o ante los amigos del paralítico que descuelgan su camilla por el techo. Para atraer al alejado hay que ser un buen samaritano.
Dicen que una gota de miel atrae más que un barril de vinagre.