Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó y al hijo del hombre que tú has fortalecido”. (Sal 79, 4. 15-16)
La centralidad del Tiempo de Adviento es la expectación del acontecimiento del nacimiento del Emmanuel, Dios con nosotros. Por su nacimiento ya no tenemos que imaginarnos a Dios. “Quien me ha visto a mí, ha visto a mi Padre”, le respondió Jesús a Tomás. Los santos han sido fascinados por la contemplación del rostro de Dios, revelado en Jesús. Hoy se celebra la memoria de san Juan de la Cruz. Él escribió: “¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados, formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados!” (Cántico espiritual, 12).
San Ignacio en la meditación del nacimiento de Jesús, invita a poner los cinco sentidos. A medida que avanza el Tiempo de Adviento, la llamada que nos hace la Palabra se polariza en la persona del que viene en nombre de Dios. Elías y Juan Bautista nos señalan a quien es mayor que ellos. Hoy es día de los poetas, dicen que los mejores versos nacen cuando se viven momentos recios. San Juan de la Cruz comenzó a escribir su Cántico Espiritual en los momentos más duros de su vida: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido” (Cántico espiritual, 1).
“No os pido más que lo miréis” (Santa Teresa de Jesús)