“El Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isa 7, 11-14).
Las teofanías suelen describirse con gran aparato escénico, truenos, relámpagos, el monte que humea, la zarza ardiente… Sin embargo, cuando nos disponemos a celebrar el nacimiento de Jesús, vemos que se anuncia con signos discretos, frágiles, como lo profetiza Isaías: «Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isa 7, 11-14).
La prueba que el ángel Gabriel de a María para confirmarle la voluntad de Dios sobre ella, es la futura maternidad de su pariente Isabel: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». (Lc 1, 35-37).
Si hay una imagen que suscita ternura y delicadeza es la figura de una mujer gestante. Dios, porque todo lo puede, se manifiesta precisamente en lo pequeño, débil y pobre, como lo hará en el nacimiento del Emmanuel, y la señal que los ángeles dan a los pastores es un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Estás invitado a descubrir las señales que Dios te ofrece cada día.